Danilo Medina Sánchez cumple hoy su primer año en el poder. A nadie le queda duda de su profunda determinación de hacer las cosas bien, de su grado de compromiso para alcanzar propósitos que él mismo se ha impuesto, como “disminuir, de forma contundente e irreversible la pobreza absoluta, acabar con el analfabetismo… disminuir la desigualdad entre las personas y las regiones, implantar un nuevo modelo de desarrollo, que tenga como base más oportunidades, más innovación, menos burocracia y más defensa ambiental… Para construir un país ético y transparente, basado en la meritocracia y en el combate implacable y vigoroso a todas las formas de impunidad”.
En empeño de alcanzar esas metas, el presidente Medina ha recorrido amplias zonas del país. Su accionar cotidiano ha sido un factor de estimulación de la sociedad, que ve con entusiasmo sus contactos directos con la gente. Se ha ganado el favor del 80% de la ciudadanía. Siembra esperanza y es un ejemplo de trabajo.
Entre el discurso y la realidad, 365 días después, una reflexión, más que los repetidos elogios, sería una buena cosa. En ese ejercicio, no estaría mal ver el quehacer en relación al compromiso contraído con la Estrategia Nacional de Desarrollo hasta 2030.
Un año después, con su voluntad y apertura, quizás sea tiempo de concertar el Gran Pacto Social con que se ha comprometido a “sacar de la pobreza a un millón y medio de personas y engrosar las clases medias, para generar 400,000 nuevos puestos de trabajo dignos y mantener un crecimiento del PIB de, por lo menos, 4.5% promedio anual”.
Por una gobernabilidad sustentable desde el punto de vista de las finanzas públicas, por el saneamiento y recuperación del servicio eléctrico, por la educación y por el desarrollo verdadero de las fuerzas productivas, es clave que desde ya, en este segundo año que inicia, se establezcan los acuerdos con los diferentes actores sociales, económicos y políticos.
Con la fuerza que acumula el Presidente Medina, está en el mejor momento para hacerlo.
