El borracho y usted

Don Plutarco, borracho, visitaba la tumba de su compadre a altas horas de la noche. Quería celebrar el último jumo que se dieron tres días antes, justo cuando su amigo del alma se asfixió con algo que se suponía era una

Don Plutarco, borracho, visitaba la tumba de su compadre a altas horas de la noche. Quería celebrar el último jumo que se dieron tres días antes, justo cuando su amigo del alma se asfixió con algo que se suponía era una patica de cerdo. Pero cuando estaba a punto de cantarle la canción que ambos preferían (“Que se mueran de envidia” de Javier Solís), escuchó una voz que desde otro sepulcro suplicaba: ¡Por favor, socorro, que no puedo respirar!

El beodo, se dirigió al lugar y observó asombrado que desde el suelo sobresalía la mano de alguien que estaba implorando auxilio.

-¡Ayúdenme, sáquenme, que tengo una eternidad sin ver la luz!-, gritó el infortunado.

-¡Mire, charlatán! -interrumpió don Plutarco- ¡Si usted estuviera vivo se esforzaría más para salir a la superficie, porque sólo está a medio metro de ella! ¡Usted no está vivo nada, usted lo que está es mal enterrado!

E inmediatamente pisó fuertemente, una y otra vez, la mano del desamparado, hasta que sus cinco dedos quedaron bajo tierra y su voz se esfumó en la oscuridad.

No son pocos los que están muertos sin saberlo. El que no tiene ideales sobra en este mundo, ni para estadísticas sirve, y solo merece habitar entre nosotros por su condición de hijo de Dios, por más nada.

¿Cuántos de nosotros, todos los días nos perdemos en lo cotidiano y nuestro tiempo se va en dormir, comer, ir al baño, trabajar, sudar y preocuparnos por lo mismo? Y lo peor es que nos momificamos por tanto tiempo que ya no tenemos oportunidad de resucitar.

¡Qué lamentable es andar sin metas, porque nadie llega más allá de lo que se propone! ¡Pobre del que se autoestanca y es simple masa que moldea a su antojo el panadero de la vida! Huyamos de los que temen decidir y trascender.

Acerquémonos a los que trabajan y actúan para dejar huellas positivas en el camino. Hay que amar lo que se hace, para no ahogarnos en el fango.

No debemos conformarnos con levantar la mano para pedir ayuda. Dependamos de nuestro propio esfuerzo para triunfar.

Silvio Rodríguez nos canta que debemos amar el tiempo de los intentos y la hora que nunca brilla, y si no, no pretendamos tocar lo cierto que sólo el amor engendra la maravilla y sólo el amor consigue encender lo muerto.

Y si usted es un fracasado y amargado por carecer de iniciativa y de ganas de avanzar, no le pida al borracho ni a nadie que le salve. Húndase en la tierra del olvido, sumergido en el lodo por las pisadas de la vida. Total, que de usted nadie se acordará, ni siquiera los bichos del cementerio.

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