Campesinos del Sur recurren a la pesca

Sandy Nova era agricultor y ganadero, hasta que el lago Enriquillo se tragó sus conucos. La expansión lenta, pero constante, del agua salada sepultó sus plantaciones de plátano y el espacio donde criaba vacas.

Sandy Nova era agricultor y ganadero, hasta que el lago Enriquillo se tragó sus conucos. La expansión lenta, pero constante, del agua salada sepultó sus plantaciones de plátano y el espacio donde criaba vacas.

Para no morirse de hambre junto a sus tres hijos, el hombre de 31 años se hizo pescador y carbonero. Con las manos acostumbradas al arado construyó una pequeña yola que le sirve para moverse sobre las viejas y nuevas profundidades del Enriquillo. Allí echa y levanta redes con la destreza adquirida por empuje de la necesidad.

“Cuando pesco algo me paseo por el pueblo. Allá aparecen compradores la mayoría de veces”, cuenta Nova, y las escamas que ensucian su ropa sirven como testimonio de la dura faena.

Al igual que él, decenas de agricultores de Independencia ahora se dedican a la pesca. El avance del lago los obliga a vender las mismas tilapias que antes preparaban de almuerzo, en fogones improvisados dentro de los conucos que ya no existen. Se estima que desde que el Enriquillo comenzó a crecer, en el 2008, los terrenos de tradición agropecuaria anegados suman más de 300 mil tareas.

Los campesinos de la zona saben que el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, el Senado, y la Agencia Espacial de los Estados Unidos (Nasa) han tratado de describir las causas de fenómeno. Pero todavía no conocen una acción concreta dirigida a responder a sus millonarias pérdidas materiales.

El pasado  septiembre el Ministerio de Agricultura anunció que avanzaba en el desmonte de más de 24 mil tareas en Espartillar y Bartolomé, para establecer un asentamiento agrícola y ganadero destinado a reubicar a unas 500 familias  afectadas por las inundaciones  del lago. 

Sandy Nova dice que no está en condición de sentarse a esperar la ayuda de nadie, porque sus hijos necesitan comer todos los días del año. En el afán de generar ingresos, también se dedica a tumbar los árboles secos que aún se mantienen parados dentro del lago. Se acerca en la yola, los amarra, los corta, y los lleva a la orilla, ubicada justo encima del tramo carretero Boca de Cachón-Jimaní. Con los árboles muertos prepara los hornos de carbón, sin importarle en lo más mínimo la reacción de los inspectores del Ministerio de Medio Ambiente.

Si las autoridades lo detienen diez veces, asegura, diez veces volverá a buscar la manera de hacer dinero con los palos arrancados al lago. “Ya no tengo tierra para trabajar, ni esperanza de tener. No sé hacer otra cosa”, dice el nuevo pescador de Boca de Cachón, parado sobre uno de los puntos donde la carretera y el lago Enriquillo se confunden.

La fuerza del agua

El crecimiento del lago Enriquillo es lento, pero constante. Sus aguas ya cubren casi un kilómetro de la carretera Boca de Cachón-Jimaní, donde los campesinos se topan con caimanes que salen a dormir y a solearse.

El flujo de vehículos de carga y de pasajeros tuvo que ser desviado a la altura de Jimaní, a través de una calle improvisada por las autoridades.

Ni montados en caballos los productores se atreven a moverse sobre la vieja vía. Estudios de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) indican que la aplicación de políticas de reducción del impacto socioeconómico de la crecida costaría cerca de RD$3,000 millones. El ingeniero Luis Cuevas, del Indrhi,  asegura que las aguas del lago volverán a su nivel dentro de siete u ocho años.

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