El carnaval -adiós a la carne etimológicamente- es hoy una fiesta popular de carácter lúdico, heredera de las antiguas fiestas paganas, que se remonta a la Edad Media. Está pautado para hacerse inmediatamente antes de inicio de Cuaresma, que inicia a su vez con el Miércoles de Ceniza, que este año fue el pasado día 10. En la antigua colonia se seguía esa pauta, pero cuando se fundó la República Dominicana el 27 de febrero de 1844, la celebración adquirió más importancia y esplendor al ser asociada a la fecha de Independencia. Esta singular “mezcla”, privativa de nuestro país, ha levantado en contra la voz de la Iglesia católica, entendiblemente. La vocación popular ha pesado más, no obstante. El país está en nuestro carnaval. 

El carnaval alude a un tiempo “autorizado” para la gente dar rienda suelta a “los placeres de la carne”; en la tradición católica, en oposición al recogimiento y represión mandados por el período de Cuaresma.

Puede interpretarse como un ejercicio de balance o equilibrio entre la religiosidad y lo secular, si al fin y al cabo ambos polos conviven inevitablemente en el ser humano.

El carnaval mayormente persiste como celebración previa a la Cuaresma, pero ahora asentado más como expresión y fiesta popular callejera que como el necesario espacio de permiso sensual del pasado. En nuestro país el carnaval tiene la particularidad de celebrar la alegría de la Independencia Nacional. Y es que el carnaval rinde honor a la libertad.