La carta del senador

En la semana que recién termina, recibimos, vía correo electrónico, una amonestación remitida por un senador de la República, la cual contiene una visión similar a la que Demetrio el platero tenía sobre Pablo de Tarso, carta que adornó con…

En la semana que recién termina, recibimos, vía correo electrónico, una amonestación remitida por un senador de la República, la cual contiene una visión similar a la que Demetrio el platero tenía sobre Pablo de Tarso, carta que adornó con insultos y errores propios de un meteorizado estilo inquisidor; y admitimos que no tuvimos prisa alguna en responder, porque en un país donde no hay luz, ni agua, ni suficientes empleos, ni seguridad ciudadana, responder impertinencias y necedades no está en nuestras prioridades.

No negamos habernos sorprendido al ver que la misiva llegó acompañada del timbre del Senado de la República, pues hasta ahora desconocíamos que el timbre del Senado podía ser utilizado para insultar a ciudadanos que se atreven a decir verdades que perturban la deformada conciencia de políticos farsantes; aunque a decir verdad, el timbre del Senado de la República se degrada a simple timbre de bicicleta, cuando va acompañado de improperios firmados por un senador, con tan escasa luminaria, que en sus textos exhibe vergonzosas deficiencias de escuela primaria. En la antigua Roma, ser un senador era símbolo de experiencia, inteligencia, sabiduría, cordura, sensatez y dominio absoluto de la palabra y la escritura, virtudes estas que nunca afloran en el estéril suelo desértico de la tosca personalidad del firmante, y basta leer su pobre monografía para reconocer que la educación necesita mucho más que el 4%.

La irrepetible introducción de la inusual epístola del senador, guarda un acentuado paralelismo con la prosa característica de “Paquita la del barrio”, y la verdad es que si el senador fuese compositor y cantante, como ella, de seguro que vendería mucho más que ella, y ya no necesitaría ser legislador para cubrir las falencias propias de la profesión.

La obsesión personal le lleva al absurdo de descalificarnos para opinar sobre temas geológicos, mineros y ambientales, cuando al referirse a la minería dice “no se inmiscuya en aspectos profesionales ajenos a su disciplina”, y la verdad es que ese texto estuvo perfectamente redactado por él para él, pues en materia de geología, minería y ambiente el verdadero ajeno a las disciplinas es él, al extremo de que muchas de las veces en que los poderes  Ejecutivo, Legislativo y Judicial han requerido una opinión profesional en materia de geología, minería o ambiente, han acudido a nosotros, pero nunca a él.

Su Divina Comedia lo expone al ridículo público, similar a tantas otras veces, cuando ahora acusa a la minería de ser responsable de producir “cambios paulatinos y sistemáticos de los patrones de temperatura, precipitaciones y frecuentes tornados” en su provincia natal, lo cual es un descubrimiento genial para las ciencias ambientales y atmosféricas, y hasta podría optar por un premio nacional.

En su carta, el senador se presenta como “trabajador persistente del proyecto de ley general del agua”, proyecto que en realidad tiene como objetivo primario privatizar el agua para que la gente pobre no tenga acceso a ella, pretensión mercantilista que viola un derecho consagrado para cada ser humano; y a confesión de parte, relevo de pruebas.

Debe ser penoso para sus colegas congresistas saber que hay un senador que utiliza el papel timbrado del Senado de la República para insultar y llorar éxitos ajenos, y aunque el Génesis nos recuerda que desde Caín hasta el presente la envidia es un defecto que viene en los genes de mucha gente, Charles Darwin, al estudiar los pinzones de las islas Galápagos, no se percató que con la evolución natural también evoluciona la envidia profesional.

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