El triunfo del “No” en el plebiscito celebrado en Colombia fue para muchos una sorpresa. Las expectativas, apoyadas por encuestas de firmas reconocidas, indicaba que el “Sí” ganaría, aunque sea por margen estrecho. El resultado fue contrario.
La abstención fue muy elevada, lo que influyó marcadamente en la votación final, pues más de la mitad de los electores se quedaron en sus hogares. La población de Colombia es poco más de 48 millones, de los cuales 34 millones estaban habilitados para votar. Solo sufragaron cerca de 13 millones.
No hay dudas que los colombianos quieren la paz, luego de 52 años de una guerra absurda. El saldo ha sido negativo desde todos los puntos de vista. Más 225,000 muertes, 45,000 desaparecidos, casi 7 millones de familias desplazadas y pérdidas cuantiosas para la economía.
El diálogo entre los representantes de la FARC y el presidente Juan Manuel Santos para poner fin a la guerra generó expectativas. Sin embargo, las negociaciones no fueron las mejores, fundamentalmente, porque no establecieron penalidad alguna y ofrecían impunidad a los autores de miles de asesinatos.
Si bien un elemento clave era el abandono de las armas por parte de los guerrilleros, a estos últimos no se les condenaría por ningún crimen. Por el contrario, se les premiaría, propuesta que la población aparentemente no apoya, motivada por líderes encabezados por el expresidente Álvaro Uribe.
El Estado colombiano deberá hacer una gran inversión para cumplir los puntos del convenio. Según investigación de Merrill Lynch Research, el gasto ascendería al 2.4 del PIB, equivalente a unos 150,000 millones de dólares. Para compensar a las víctimas se destinarían 3,500 millones de dólares.
El triunfo del No es un rechazo a los acuerdos. Está claro que Colombia desea ampliamente la paz, pero sobre la base de la justicia y el fin de la impunidad para quienes mataron y secuestraron a miles de hombres y mujeres inocentes, incluyendo niños.
