Como naciendo aún

Lupo Hernández Rueda (1930) es uno de los más notables poetas mayores de la literatura dominicana, miembro sobresaliente de la Generación del 48 y autor de una obra tan valiosa como copiosa, aunque muy poco difundida, como sucede en n

Lupo Hernández Rueda (1930) es uno de los más notables poetas mayores de la literatura dominicana, miembro sobresaliente de la Generación del 48 y autor de una obra tan valiosa como copiosa, aunque muy poco difundida, como sucede en nuestro medio, y prácticamente desconocida por las nuevas generaciones (que en general desconocen casi  todo).
Su bibliografía incluye textos de gran valía entre los que se cuentan “Como naciendo aún” (1960), “Trío” (en colaboración con Máximo Avilés Blonda y Rafael Valera Benítez, 1957), “Muerte y memoria” (1963), “Crónica del Sur” (1964), “Dentro de mí conmigo” (1967),  “El tiempo que espero” (1972),  “Por ahora” (antología poética 1948-1975),  “Del tamaño del tiempo” (1979),  “Círculo” (1979), “Cuanza” (1984), “Con el pecho alumbrado” (1988), “Por el mar de tus ojos” (1993).

Con el nombre de su primer título, “Como naciendo aún”, se publicó una antología que recoge poemas escritos entre 1953 y 1993.

Como homenaje al poeta he seleccionado algunos de sus más entrañables textos, unos textos enraizados en lo telúrico que glorifican la naturaleza y rozan el panteísmo, coquetean con la magia, levantan el polvo elemental de las cosas y definen un  concepto de lo humano, de la vida y la muerte y el nacimiento.

Ese nacimiento al que cantará en “Círculo”, que es posiblemente su obra maestra, el nacimiento y renacimiento que está implícito en toda su producción, en ese como “naciendo aún” que empapa, quizás, toda su filosofía existencial. (PCS]
COMO NACIENDO AÚN
A Luis Morales Peña
Como naciendo aún, sin descanso, continuo, / interminable, / como un río sin bordes,  / cae, se precipita, rueda / cada día dejando su negrura como polvo / en mi piel. / ¡Oh, la / desesperante levedad de mi cuerpo, / mi llama temporal, mi oleaje de polvo! / ¡Oh, / tiempo, ven, ocúpame, recórreme / por dentro, acógeme en tu océano sucesivo, / porque / voy por tu herida deshaciéndome, / formándome de nuevo, / deshaciéndome, / hasta que por mí quedes, / definitivamente solo!
Pequeño mundo mágico
Con el dios de mil tallos de sus hebras / formando cien anillos, / formando laberinto que / cubre tus orejas / y rodea tu garganta, y cae / sobre tu espalda, suavemente; / y va rodando / múltiple, innumerable / sobre el incendio de tu cuello / el pelo tuyo, / pequeño mundo mágico / donde me pierdo, encendido.
 Cuando llegan los muertos
A Virgilio Díaz Grullón
Cuando llegan los muertos / y han llovido sobre ellos muchas lágrimas, / cuando sobre sus rostros, alguna vez hermosos, / se pasea la noche, / y la hierba crece como sus cabellos; / cuando llegan innumerables  / y establecen su asiento bajo el pasto viviente, / bajo las catedrales / y los árboles, / sus cuerpos endurecidos crecen / en la inmovilidad, / en el umbral de la memoria / como un beso, / como una moribunda llama. / Sólo la sombra de sus vidas queda / sobre la tierra, / y el deseo / y el sueño de los vivos, / y el Tiempo que ni muere ni padece, / y la sedienta Muerte / como de una cuerda / tirando de nosotros.
Por el viaje brusco y por el leve
A Manuel Rueda
I
Era la soledad, / la soledad sin habla y sin pupila. / De allí fueron las aguas, / de allí tomó la vida su elemento primero. / Lo inicial, lo oscuro sin medida / asequible a todo lo viviente, / en su estar mudable y numeroso / procuraba una forma /No había lugar al árbol de la llama / ni al odio, ni al amor; / el cielo era sombra libre, /sombra espesa la tierra sin contornos.
II
Tal apresuramiento, tal alcance de premura / por el viraje brusco y por el leve, / en la seguridad de aquel encantamiento, / de aquella dulce alegría del nacer. / (Crecer es ir despacio haciéndose / una medida del vivir) / ¿Dónde, oh, dónde estábamos, / qué hacíamos entonces, / qué milagroso sueño nos daba resistencia, / o qué piadosa muerte desatada? / Es preciso recurrir al corazón, / es preciso recurrir al amor para justificarnos. / (Vivir es tanto como andar sobre la tierra / aparentando una figura). / En vano, ay, en vano todo, amor, / en vano tu sueño generoso / y tu dulce madero consumido: / la noche espesa ( y la libre / y la ambulante noche nuestra, / así como la inevitable noche de la muerte, / con brusquedad, ya dulce, / suavemente turbaron la sensación del vuelo. / Hemos quedado sin origen, / ungidos en eterna, generosa ignorancia. / Hemos quedado reducidos al corazón.
III
Fluye la noche, / fluye su persistente material, / su oro escondido, su raíz. / Ligeramente, imperceptible casi, / cuando la agotadora sed del corazón / prefiere las tinieblas, / el fiel olvido en la llamada / de los labios que se fueron. / Bienaventurados aquellos / que pueden andar serenamente, / porque hay alegrías donde los caminantes / se hunden para siempre. / Hay un hermoso mar, / un claro cielo que justifica este existir / y un deseo precipitado en el oscuro espacio / que le tiene al reino solitario del cuerpo sometido, / y una insistente noche / y una muerte como un árbol, / porque este aire pesa / y esta piel / y estas uñas / y estos dientes / y esta lengua pesa / y este pelo dormido largamente, / y este andar,  /ay, este andar así, a oscuras.
Definición del árbol
I
Es natural que el árbol abandone su cuerpo. / Mariposa de tránsito, venturoso existir / de la hebra pura, / el árbol que yo canto es una débil llama, / un alma vegetal que se elabora apenas. / Herida por el goce la savia, / donde habita, / desnuda la corriente de su madera toda  / para que un mar posible de sombras la sitúe. / El árbol sabe entonces, / que la raíz de aire de sus ramas / asciende, sostenida en atinada claridad de sombras, /de otra raíz oculta.
II
Canto el árbol a solas / en la sangre, / el árbol que se escapa / por la herida del cuerpo. / Canto el árbol azul de la ignorancia / que me recorre entero, / árbol de sombras sólo, / de oscuridad exacta. / Canto para cantarme, / para cantar el árbol en que habito, / la dulce morada solitaria / del cuerpo que me tiene. / Canto porque deseo, / porque quiero vivir, amar, / andar libre, / sin peso por el árbol.
III
Cuando ama el árbol se deshace, huye, / proclama su levedad de hojas, / publicación de verdes regalados o canción diluida, / deleite de su rama carnal, / de su escondrijo de azuladas raíces en espera. / Cuando ama el árbol se diluye / en alegre corriente de la madera dulce. / Cuando ama el árbol del amor… / Hueco de soledad que te pronuncia a solas, / quizás, el árbol del amor duerme en olvido, / en apretada soledad más pura. / Porque el oro de mi risa no basta para llenar su límite, / se abre como un sol para ofrecerse entero cuando ama, / el árbol del amor.
IV
Hay almas que no mueren en las hojas del canto / aunque no encuentren otra manera / posible de escapar,  / aunque no exista otro refugio, / apetecido vaso, ardido recipiente, / olorosa unidad de carne viva que ocupe su lugar, / su desmedido espacio, porque una muerte existe / en cada hoja vacía de substancia, /y una huidiza llama. / Hay almas que se pudren en las hojas del / (cuerpo por su origen oscuro, / porque después, pudiendo libertarse, / darse a todos, sin interés ni esfuerzo, / asumen la condición de pájaros comunes. / Hay almas que se nutren a la sombra de todos  / con los apetecidos metales de la sangre,  / de cuantos, humanamente sanos, confiados, / se acercan a su espacio / para entregarse solos a su gran apetencia.
V
Es posible que el árbol sepa entonces / que atado definitivamente al mar de soledad que habita / carece de toda libertad / para decir las cosas que humanamente vive repitiendo. / Es posible, oh Dios, crecer cada domingo en / (desmedido arroyo de alabanzas. / Es posible, oh vida, que el árbol de la sangre se derrame / y el universo todo de mi isla sea pequeño para / (su inacabado límite. / Es posible, oh sangre, que dolorosas hebras / formulen una noche más honda que la nuestra. / Pero también, oh libertad, es posible / que el árbol conmovido, tomando agudas fuerzas, / -no sé de dónde-, acierte en una furia libertada / y con ello motive su justo crecimiento.
VI
Porque las raíces de los árboles todos / pululan en lo oscuro, / en el vientre crecido de la tierra. / Porque una lluvia de hombres se traduce / en finísimo polvo, / la tierra estará llena de raíces amargas, / de inacabados ríos de lágrimas. / La alegría de los frutos, / la rosa regalada, / la humedad de los huertos, / la fiesta de oro de los días alegres / ignoran la raíz, / su propiedad de abeja, / porque la raíz es un árbol de sombras, / es un árbol de sombra rodeado de oscuro. / Pero todas las humanas raíces se aúnan / (en un río de trabajo  / en la noche completa del árbol. / Y la madre de todas, las amorosas madres / esperan una muerte, / una ola de savia en fruto consumada, / su semejante amando, que respire unidad / en un río subterráneo interminablemente largo, / como una noche más en la noche de todos. (Lupo Hernández Rueda). l

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