Cómo reducir el costo del ajuste

Lo políticamente inteligente y lo socialmente sano es que para 2013 el grueso del ajuste fiscal sea hecho por el lado del gasto. No nos llamemos…

Lo políticamente inteligente y lo socialmente sano es que para 2013 el grueso del ajuste fiscal sea hecho por el lado del gasto. No nos llamemos a engaño, el costo económico de ello es alto, pero no darnos el tiempo adecuado para ponernos de acuerdo en un tema tan fundamental como una reforma de la totalidad del aparato fiscal y apresurar un paquete tributario sería peor para el desarrollo de largo plazo. Prometería un parche tributario más que generaría una insatisfacción generalizada, una eventual repetición de la crisis y la prolongación de este estado de cosas en el que el Estado es incapaz de acometer algunas de las tareas más elementales que le competen.

A decir verdad, hay otra alternativa al parche: un paquetazo tributario de envergadura que incremente significativamente los ingresos tributarios. Sin embargo, esta alternativa parece impensable por el momento, al menos por dos razones. La primera es que es difícil prever que un paquete apresurado no impacte de forma negativa y desproporcionada a la población pobre y que termine haciendo al sistema tributario más regresivo e injusto de lo que es. La segunda es que el costo político sería enorme y podría comprometer no sólo la palabra del Presidente sino su futuro político.

Sin embargo, el impacto económico de la reducción del gasto puede ser notablemente moderado si cambia su composición, y si éste se redirecciona desde rubros de bajo impacto en el crecimiento y la producción hacia otros con alto impacto; en palabras de economistas, haciendo que el gasto tenga un efectivo multiplicador mucho mayor del que tiene en la actualidad.

¿Cómo se logra esto? Con una vieja fórmula: buscando activamente que el tipo de bienes y servicios que compra el Estado tenga el más alto contenido nacional y el menor contenido importado que sea posible, que genere la mayor cantidad de empleo posible, y que no haya rentas excesivas para las empresas proveedoras.

No me canso de poner el ejemplo siguiente: piénsese en los efectos en el crecimiento económico de gastar RD$ 2 millones en las siguientes dos opciones: una yipeta, y una  pequeña obra de infraestructura a nivel local. La capacidad de arrastre de la producción de la segunda opción es significativamente superior a la de la primera porque el componente nacional es mucho mayor.

Siguiendo esa lógica, haría bien que en el marco de una reducción del gasto público para el presupuesto de 2013, éste se mueva en la siguiente dirección.
Primero, reducir la proporción del gasto público que se dirige a grandes obras de infraestructura en las que el componente importado, directo o indirecto, tiende a ser más elevado, y en las que las tasas de ganancia tienden a ser significativas, haciendo que el gasto se filtre al exterior. Esto se logra incrementando la proporción del gasto que se dirige a pequeñas obras, intensivas en empleo y en insumos de producción nacional.

Segundo, reducir el gasto en actividades y programas que sean intensivos en combustibles, viajes, compra de tecnología y publicidad. El efecto en la producción y el empleo de estos rubros es reducido. Muchos de ellos pueden ser importantes pero seguramente más de uno puede esperar.

Tercero, privilegiar el gasto en servicios sociales intensivos en personal, como educación y salud, antes que gastos que tienen un alto componente importado como en equipamiento.

Cuarto, dentro del marco de lo que permite la ley, privilegiar las compras a las medianas y pequeñas empresas manufactureras y de servicios, cuyas actividades sean intensivas en mano de obra. Es el caso, por ejemplo, de la industria de muebles para equipar las escuelas, o las pequeñas empresas de construcción para obras locales.

Quinto, privilegiar programas que provean apoyo directo a la pequeña producción agropecuaria y manufacturera y que logren resultados de corto plazo en producto y empleo.

Sin embargo, para avanzar en esa dirección, hay que romper con la vieja práctica de hacer presupuestos inerciales a partir del año anterior y empezar a hacerlos “de abajo hacia arriba”, seleccionado programa por programa y buscando aquellos de mayor efectividad y mayor impacto económico. Hay que pensar el presupuesto de manera diferente.

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