Conclusión de la primera carta de Bonnelly a Balaguer

Carta de Bonnelly a Balaguer publicada el 17 de julio de 1978La semana pasada publicamos la parte inicial de la primera carta de Bonnelly a Balaguer. Aquí incluimos la segunda parte. Como puede apreciarse, estos dos…

Carta de Bonnelly a Balaguer publicada el 17 de julio de 1978

La semana pasada publicamos la parte inicial de la primera carta de Bonnelly a Balaguer. Aquí incluimos la segunda parte. Como puede apreciarse, estos dos personajes tuvieron sus puntos de vista coincidentes y disidentes, a través de casi 60 años.

El Partido Republicano que presidía el Lic. Rafael Estrella Ureña se comprometió en esa aventura con el designio de poner término al continuismo que quería imponerse después de haber prolongado Horacio Vásquez, en dos años, el período presidencial comenzado en 1924.

En la ficha del Lic. Estrella Ureña, ubicada en Hoyo de Lima, aledaña a la ciudad de Santiago, se comenzaron a esbozar y formular los planes de la conjura. Allí nos reunimos, a la luz de una mañana del mes de enero de 1930, Estrella Ureña, Jafet Hernández, Gustavo Estrella Ureña, Juan Bautista Perozo, Alexis Liz, Pablo M. Paulino, usted y quien esto escribe.

En aquel apartado y silencioso sitio se redactó la proclama que debía firmar, y posteriormente firmó, Estrella Ureña, como jefe de dicho movimiento.

Su pluma, siempre sabia y profunda, Señor Presidente, redactó ese impresionante documento, cifrando en su estilo el pensamiento de sus compañeros y el suyo propio.

La noche del 23 de febrero de 1930, ya en pie el movimiento cívico, usted y yo la pasamos en vela en el recinto de la fortaleza “San Luis”. Caído el régimen de Don Horacio, usted entró, después de la breve y precaria presidencia de Estrella Ureña, a formar parte del nuevo gobierno. Yo permanecí en la posición y estuve, durante diez largos años, es decir, hasta el año 1942, sufriendo cárceles y persecuciones tildado como enemigo del gobierno.

Como usted puede recordar, pues, dada su siempre viva memoria, ambos fuimos golpistas el 23 de febrero de 1930.

Creo, que ni usted ni yo debemos arrepentirnos de haber participado en aquella gesta puesto que estaba destinada a impedir y erradicar la reelección, que la experiencia nos ha enseñado que ha sido siempre causa en este país, de no pocas calamidades y de incontables infortunios.

2do. Permítaseme ahora referirme al golpe de estado preparado por los Trujillo y que debía realizarse el 18 de noviembre de 1961.

Esa asonada la evitó, principalmente, la presencia en el placer de los Estudios, a la vista de todo el pueblo capitaleño, de un portaviones y de varias unidades de guerra de la marina norteamericana. Fue pospuesta, y este retardo en su ejecución, movió el General Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría a iniciar un movimiento militar encaminado a desterrar a los Trujillo del país. Si bien se analiza la situación, en realidad, aquello fue un contragolpe. Es de público conocimiento que participé, en unión del Doctor Ramón Tapia Espinal en aquel que insisto en calificar de contragolpe. En esta ocasión, pues, no puedo yo ni puede nadie calificarme de golpista. Ello así porque aquel acto insurreccional estuvo destinado a robustecer y a afianzar su gobierno, Doctor Balaguer.

3ro. Siguiendo el hilo de esta historia me importa evocar el golpe de estado del 16 de enero de 1962. No se le habrá borrado a usted de su memoria, Señor Presidente, que buscando fórmulas que permitieran superar la grave crisis político-social que afligía a la nación, crisis que estuvo próxima a despeñarse en el caos, se recurrió a la creación de un Consejo de Estado, que patrociné yo, y que usted aceptó sin reservas.

Para el logro de ese propósito, se modificó la constitución, y en virtud de esa modificación el Consejo de Estado tuvo un carácter de gobierno constitucional.
Infortunadamente este nuevo gobierno colegiado duró breves días en sus funciones: un golpe de estado lo derrocó.

Los hechos, frescos aún en el recuerdo del pueblo dominicano y conservados estampados en los periódicos, prueban, que en esa desdichada oportunidad, fue usted el principal, el corifeo del golpe. En esta circunstancia quien se distinguió como golpista fue usted, Doctor Balaguer.

Me importa, para rendir honores a la verdad, aclarar aún más, con pormenores de relieve, los incidentes de aquella jornada de carácter sedicioso.

Para acallar un altavoz colocado en un edificio, frente al parque Independencia, sede de la Unión Cívica Nacional, la alta jerarquía de las Fuerzas Armadas que usted comandaba, echó a la calle, nueve tanques de guerra colocándose frente a frente del altoparlante, creando de esta manera motivos que enardecieron y exaltaron emotivamente a la multitud congregada en la plaza.

Enterado de lo que sucedía, mientras usted permanecía en Palacio, me apersoné en el lugar de las ocurrencias con otro compañero del Consejo de Estado, Dr. Nicolás Pichardo, en un esfuerzo por tratar de evitar derramamiento de sangre. Aquel esfuerzo, puede comprobarse en las fotografías de los periódicos de la fecha que hicieron resaltar también el empeño puesto para evitar la tragedia, cuyas dimensiones pudieron limitarse gracias, digámoslo rindiendo honores a la verdad, a la cooperación que prestó el General Cuervo Gómez, que dio de sí todo lo que estaba en la medida de sus facultades.
Ni el alto militar ni quien esto escribe pudimos detener la subsiguiente marcha de los aciagos acontecimientos.

El resto de este drama lo tiene aún presente en el recuerdo el pueblo dominicano: aquella intervención en defensa del régimen se nos pagó enviándosenos a la cárcel y constituyendo usted, Doctor Balaguer, una Junta Cívico Militar que presidió el íntegro ciudadano fenecido Lic. Huberto Bogaert, quien, desde una carta memorable e histórica, denunció a la opinión pública, no sin expresiones de honda amargura, la suerte ladina en que había sido engañado.

Tiene una muy singular característica el derrocamiento del Consejo de Estado que presidía el doctor Balaguer: es la primera vez en la historia del mundo que un jefe de Estado se da un golpe de estado a sí mismo y que luego, con el mayor desenfado, juramenta a su sucesor.

En cambio, por lo que a mí concierne, aquella intervención en el Parque Independencia, representa la segunda vez que me aventuré al peligro para defender, Doctor Balaguer, su régimen, y quiero subrayar además que cuando quise intervenir para que no fuera usted, por extraña forma, golpista de sí mismo, usted, Señor Presidente, me lo impidió.

Hasta este momento, pues, de la historia más reciente de nuestro país, más que como golpista, debe señalárseme, si se atiende a las instancias de la justicia, como develador de golpes de estado.

Por fin, quiero aquí hacer mención del golpe de estado del 25 de septiembre de 1963. Usted da a entender en el discurso que analizo, con frase sinuosa, que tomé parte en el derrumbamiento del gobierno al cual yo mismo, como presidente de la República, no sin vencer muchos tropiezos ni obstáculos, que provenían de los mismos que traté de favorecer, le abrí la senda del poder sin excluir para ello la modificación de la constitución.

Basta leer la Gaceta Oficial No. 8791, pág. 5 del 30 de septiembre de 1963, que recoge los documentos relativos a aquel hecho, verificado por un golpe militar y que recoge también la declaración de los líderes civiles que fueron llamados a Palacio, tras el golpe de estado, para constituir el gobierno denominado Triunvirato, para comprobarse que no tomé parte en esa desatinada aventura.

Voceros muy autorizados de la falange de sus devotos, Señor Presidente, en su campaña de insultos contra mí han repetido, en reiteradas ocasiones esa infamia, agregando que fui yo el que redacté el manifiesto de aquel infortunado levantamiento, cuando es de común conocimiento que fue escrito por la sabia pluma de Max Henríquez Ureña y de otros intelectuales que lo acompañaron en ese trabajo.

Muchas otras observaciones de singular interés para la opinión pública me restarían aun por formularle a usted, Doctor Balaguer, y a los ciegos por la pasión partidista y envenenados por el espíritu de facción, han encontrado como defensa de sus propios yerros y como fácil esponja para limpiar sus muchas, afear con la calumnia y el uso de la villanía mi buen nombre y mi limpia conducta pública.

Pero debo, en obsequio a la paciencia del lector, poner aquí punto redondo dejando para mis memorias, que yo también preparo, auxiliado por mi rico y bien nutrido archivo, el recuento histórico de mi trayectoria política.
Rafael F. Bonnelly.

El 17 de julio de 1978, en el Listín Diario, apareció una nota en que se citaba a los familiares Max Henríquez Ureña señalando que estaban seguros de que el conocido intelectual dominicano no había sido el autor del manifiesto en ocasión del golpe de estado de 1963. Manifestaron estar también seguros de que Rafael Bonnelly tampoco había sido el redactor del documento.

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