El Conep y la informalidad

El empresariado representado en el Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep) ha lanzado una provocadora iniciativa: alcanzar un pacto por el empleo formal. De boca de su presidente, el Conep describe nueva vez, pero con información más actualizada&

El empresariado representado en el Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep) ha lanzado una provocadora iniciativa: alcanzar un pacto por el empleo formal. De boca de su presidente, el Conep describe nueva vez, pero con información más actualizada y con algunos énfasis interesantes, lo que otros han descrito antes: que la economía dominicana muestra una profunda incapacidad para generar empleos formales, estables y productivos, y que lo que ha estado generando es básicamente empleos informales. A la vez, suena la alarma con respecto a que ésta es una peligrosa tendencia que urge revertir.

Algunos datos dan fuerza al argumento: en 2012 el 65% del total de empleo fuera del sector público era informal, y cerca de la mitad del empleo fue en el sector comercio y “otros servicios”, los cuales son generalmente de reducida remuneración y baja productividad.

Una primera lectura puede dejar la impresión de que el Conep ha entrado en una batalla contra la informalidad en procura de combatir la competencia desleal que ésta supone a los negocios formales por el hecho de que los negocios informales operan con menores costos porque no pagan o no retienen impuestos, no contribuyen con la seguridad social y no cumplen con otras regulaciones. De hecho, la institución menciona la competencia desleal como uno de los efectos indeseables de la informalidad.

También se puede argumentar que se está en una misión que busca degradar la protección al trabajo consignada en el Código Laboral para reducir las cargas laborales, responsabilizando a la regulación de la incapacidad del sector formal de crecer de una forma que genere empleos.

Sin embargo, hay que reconocer que esa es una lectura incompleta. No es que la competencia que suponen agentes informales o los costos laborales no sean blancos del Conep. Lo son. Pero una lectura pausada del documento base apunta a que hay otros tan o más importantes que éstos tales como una política que ha  mantenido altas tasas de interés y un crédito que le huye a la producción, “la ausencia de una verdadera política industrial” y de desarrollo productivo, “la ineficacia de la diplomacia comercial”, el desastre eléctrico que supone enormes costos para producir y emplear y que nos sale carísimo a todos y todas, y una estructura tributaria que, dice el Conep, ha resultado, en mis palabras, de la “brigandina” de las urgencias y que ha impuesto indeseables anticipos y rentas mínimas presuntas, insoportables para los pequeños negocios. Estos elementos, los califica como parte de un modelo económico que hace aguas.

Más aún, el Conep argumenta con una inusual vehemencia respecto a lo que considera ha sido el proceso de “destrucción del empleo formal”, que ha empujado a una creciente informalización del trabajo, y que resulta en efectos sociales negativos como la vulnerabilidad laboral, la inseguridad, el desestímulo a la capacitación, la exclusión y la falta de bienestar. Es decir, antes que un tono acusador, aborda la informalidad como un resultado indeseado de un proceso que debe ser revertido con políticas deliberadas de desarrollo productivo que promuevan la creación de riquezas y el empleo. No deja de ser notable que la preocupación del documento gire alrededor del empleo y de la situación del trabajo de las personas.

El documento base contiene, ciertamente, puntos controversiales como su insistencia en la “inflexibilidad del mercado laboral”, la cual poco tiene que ver con la generación de empleos, aunque puede que con otros problemas. Sin embargo, representa un importante avance en la conceptualización de los problemas del desarrollo y tiende a coincidir con otros actores de la sociedad. Se trata de un esfuerzo de aproximación integral que merece atención y que puede servir de base para un diálogo amplio sobre aspectos centrales de la agenda nacional que han sido largamente postergados por el liderazgo político.

La informalidad es, en mucho, la respuesta, generalmente legítima y por momentos ingeniosa, de quien no tiene opciones. La falta de opciones es el resultado de los arreglos de poder y las políticas, de las cuales el propio empresariado ha sido partícipe. No está nada mal que ese mismo empresariado empiece a ver con preocupación lo que, por acción u omisión, ha contribuido a generar.

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