Continuidad de Cortázar

Era casi un gigante y aparentaba ser un niño. Una barba copiosa y, particularmente, unos ojos grandes que parecían abarcarlo todo. Su inteligencia era curiosa, curiosísima será. Pasos firmes y una voz gutural, pero tímida. Ese acento, sí su acento,&

Era casi un gigante y aparentaba ser un niño. Una barba copiosa y, particularmente, unos ojos grandes que parecían abarcarlo todo. Su inteligencia era curiosa, curiosísima será. Pasos firmes y una voz gutural, pero tímida. Ese acento, sí su acento, motivado por su cercanía de toda la vida al francés.Creó unos personajes, seguro mirándose en el espejo, que son su mejor definición. Los Cronopios que eran –él era- unas criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales. Sí, hablo de Cortázar: el gran Cronopio, quien el 26 de agosto hubiese cumplido la improbable edad de 102 años. Y allí estaba, daría unas clases de literatura en Berkeley, corría 1980. De ella recuerdo vívidamente algunas frases sueltas, desordenadas, aéreas, el mejor homenaje que podría hacerle al genio.

Sobre “Los caminos de un escritor”, nos dijo que: “No soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones”. Y luego: “siempre he escrito sin saber demasiado porque lo hago movido un poco por el azar, por una serie de casualidades”. Qué distinto a escritores tan formalistas como, por ejemplo, Vargas Llosa. Que era más bien un Fama –otro personaje cortaziano-: rígido, organizado y sentencioso.

Sobre la novela tenía un concepto que distaba del sostenido por Borges. El decía que “la novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo”. Borges decía que para qué gastar tiempo e ingenio en escribir una larga novela, si podíamos escribir el comentario de una inexistente. Pero Borges, era Borges, inclasificable.

Cortázar huía de las formalidades, gustaba del misterio y de procesos mentales donde la intuición, de forma inefable, decidía los caminos a seguir mientras escribía. Nos dijo: “El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil”. Y luego remató: “Quién ha podido definir la poesía hasta hoy?”. La cabeza se me derrumbó sobre el pecho, el libro aún entre las manos, soñaba que estaba en unas clases de Cortázar. Evidentemente, el sueño era producto de lo leído.
Pestañé, varías veces, por supuesto. Y le escuché decir entonces, y desde entonces nunca lo he olvidado: “Si hay alguna cosa que defiendo por mí mismo, por la escritura, por la literatura, por todos los escritores y por todos los lectores, es la soberana libertad de un escritor de escribir lo que su conciencia y su dignidad personal lo llevan a escribir”, así debe ser. Volví a pestañear. Me llevé las manos juntas a la cara, tomé aire. Estaba en vigilia. Había soñado, mientras oía a Cortázar, que leía un libro que contenía las cátedras que él dictaba.

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