Leía sobre el reciente fallecimiento, a los 88 años, de William Glasser, un psicoterapeuta y autor estadounidense pionero de interesantes nociones sobre nuestro potencial para modelar nuestras vidas: “La única persona que uno controla en el mundo es uno mismo. Todo esfuerzo por cambiar a otros será fracasado y causa de problemas emocionales. Para la más profunda necesidad humana -amar y ser amado-, reparemos las relaciones tensas con familia, amigos, colegas, ajustando la única variable bajo nuestro control: el propio comportamiento. Evitando culpar a otros o revivir pasadas heridas, las personas encuentran felicidad. Otros no pueden hacernos ni miserables ni felices. Estamos más en capacidad de control de nuestras vidas que lo imaginable”. l

San Francisco de asís rogó por “sabiduría para aceptar las cosas que no puedo cambiar”; y vaya que la necesitamos. Las personas que se resisten a que muchas veces cosas como el comportamiento de los demás o innumeras situaciones externas están fuera de nuestro control, son propensas a acumular una enorme carga de resentimiento y enojo. Ellas operan con una especie de sistema de reglas internas sobre cómo los otros o el mundo deben ser. Bajo sus creencias y vocación controladora, se agencian disgusto y sufrimiento cuando algo o alguien no es “como debiera ser”. ¿Para qué perder energías y esfuerzos? Frente a eventos o situaciones fuera de nuestro control, la flexibilidad de miras es la visión inteligente.