Cuando terminamos una relación amorosa, los sentimientos de tristeza, de desolación y de soledad se adueñan del alma más impenetrable. Se nos quita el hambre, se nos olvida cuidar de nuestra imagen, nos importa que el tinte esté a mitad del cabello. Pero existe un refugio, que todos buscamos: la música. Pero sucede algo extraño, todas las canciones que suenan en la radio, las que los amigos tararean, e incluso las que son temas de telenovelas, entendemos que encajan perfectamente con la situación por la que atravesamos.
Bachata, merengue, balada, bolero, salsa, reggaetón… no importa el género, entendemos que todas están dirigidas a nosotras, por lo que es imposible no pensar en la frase: “parece que fue a mí que me la escribieron”. Esas canciones nos hacen llorar como locas mientras recordamos aquellos momentos felices que vivimos junto a esa persona que ya no está.
Cuando se terminó el “contrato de amor” entre… y yo, (a quien de verdad amé con las tripas, como diría mi amiga Desireé Martínez), aunque no soy amante de las canciones de Marisela, Ana Gabriel y Ana Bárbara, porque entiendo que interpretan canciones para mujeres despechadas y amargadas, ellas se convirtieron en mis mejores amigas. Mandé a grabar un CD que incluía un amplio repertorio como para cortarse las venas, que por supuesto incluía el “Cigarrillo”. Tirada en el piso, lo escuchaba noche y día, hasta el punto que lo rayé. ¡Qué patético!
Es tanto el poder que ejerce la música cuando pasamos por esos momentos, que nos da con marcar el celular de la persona que se fue, tan solo para que escuche esa canción que nos está desgarrando el alma, como una manera de comunicarle nuestra tristeza. ¿Quién no ha hecho eso?
Pero luego de unos días… bueno, un mes y quizás un poco más, entendí que el dolor nos hace caer en situaciones que nunca hubiésemos imaginado y que el querer relacionar cada canción que escuchamos con nuestro dolor, es solamente una manera de alimentar la esperanza de volver con esa persona que amamos tanto, pero que se debe olvidar.