[Decía el genial comediante argentino Verdaguer, o alguien como él, que el chiste cuando es bueno, es doblemente bueno. El chiste breve es genial. El cuento breve es prodigioso.

Los escritores chinos perseveraron en el difícil arte desde la más remota antigüedad, la que hizo padecer e imitar tanto a Borges. Algo hay en el pueblo chino que remite a la brevedad, la brevedad alucinante. Lo mismo en la literatura que en la comida. Por eso en alguna ocasión dijo Freddy Beras Goyco que no había plato más sabroso que una china pasada por agua. Augusto Monterroso, el hondureño ilustre destronó a los chinos en cuanto a la brevedad del relato. “Su composición ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’, está considerada como el correveidile más breve de la literatura universal”.

Si el cuento es cuento todavía es motivo de discusión entre los expertos. Diógenes Céspedes nunca lo aceptaría más que como falacia, se lo impide la teoría del ritmo y el cha cha cha que nunca ha bailado. Pero los cuentos chinos tienen cuerpo y alma, y más que escritos parecen pintados con una pintura evanescente. Están allí, comienzas a leerlos y de repente se esfuman y te dejan un residuo fantasmal y una moral o moraleja. Aquí los dejo, lectores, para que hagan su propia experiencia con unos cuentos chinos que servirán para “deleitar aprovechando” como decían los antiguos griegos. PCS].

El paisajista (anónimo chino)
Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia lejana, desconocida, recién conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del emperador era conocer así aquellas provincias.

El pintor viajó mucho, visitó los recodos de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin una sola imagen, sin siquiera un boceto.
El emperador se sorprendió, e incluso se enfadó.

Entonces el pintor pidió que le dejasen un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella pared representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo terminado, el emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los rincones del paisaje, de las montañas, de los ríos, de los bosques.

Cuando la descripción finalizó, el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que el cuerpo del pintor se adentraba a poco en el sendero, que avanzaba poco a poco en el paisaje, que se hacía más pequeño. Pronto una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al instante desapareció todo el paisaje, dejando el gran muro desnudo.

El emperador y las personas que lo rodeaban volvieron aposentos en silencio.

Buena suerte, Mala suerte
Un antiguo cuento chino cuenta…
Un día apareció un caballo en la granja de una aldea. El dueño de la granja lo cuidó y el caballo se quedó. La gente de la aldea le decía: Qué buena suerte. El respondía: “Buena suerte, mala suerte, se verá”.
Pasado unos días, el caballo se marchó. La gente de la aldea le dijo: “Qué mala suerte”.
Él contestó: “Buena suerte, mala suerte, se verá”.
Pasada una semana, como le había cuidado muy bien, el caballo regresó con una manada de caballos. La gente de la aldea le dijo al dueño de la granja: “Qué buena suerte”. Y él respondió: “Buena suerte, mala suerte, se verá”.
Después de unos días, uno de los caballos le dio una coz al hijo del dueño de la granja que le rompió las piernas. La gente de la aldea le dijo: “Qué mala suerte”. Él contestó:
“Buena suerte, mala suerte, se verá”.
Después de dos semanas, los ejércitos de ese país se llevaron a todos los jóvenes a la guerra excepto a su hijo que tenía las piernas rotas… ¿Buena suerte, mala suerte?, se verá.
Fábula del abuelo, el nieto y el burro. (Cuento oriental recogido en Castilla).
Un abuelo y su nieto salieron de viaje con un burro. El nieto había pasado las vacaciones con su abuelo y ahora volvía a casa de sus padres para empezar nuevamente el colegio. A ratos, el abuelo o el nieto se subían al burro y así iban haciendo el viaje más cómodo.
El primer día de viaje llegaron a un pueblo. En ese momento el abuelo iba sentado sobre el burro y el nieto iba caminando al lado.
Al pasar por la calle principal del pueblo algunas personas se enfadaron cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminado. Decían:
-¡Parece mentira! Qué viejo tan egoísta! Va montando en el burro y el niño a pie.
Al salir del pueblo, el abuelo se bajó del burro. Llegaron a otro pueblo. Como iban caminando los dos junto al burro, un grupo de muchachos se rió de ellos, diciendo:
-¡Que par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarse, van los dos andando.
Salieron del pueblo, el abuelo subió al niño al burro y continuaron el viaje.
Al llegar a otra aldea, la gente exclamó escandalizada:
¡Que niño más maleducado! ¡Que poco respeto! Va montando en el burro y el pobre viejo caminando a su lado.
En las afueras de la aldea, el abuelo y el nieto se subieron los dos al burro. Pasaron junto a un grupo de campesinos y éstos le gritaron:
¡Sinvergüenzas! ¡Es que no tenéis corazón? Vais a reventar al pobre animal!
El anciano y el niño se cargaron al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente acudió de todas partes.
Con grandes risotadas los pueblerinos se burlaban diciendo:
¡Qué par de tontos! Nunca hemos visto gente tan tonta. Tiene un burro y, en lugar de montarse, lo llevan a cuestas.
Al salir del pueblo, el abuelo después de pensar un buen rato le dijo a su nieto:
Ya ves que hay que tener opinión propia y no hacer mucho caso de lo que diga la gente.

Chuang-Tzu

Chuang-Tzu paseaba por las orillas del río Pu. El rey de Chou envió a dos altos funcionarios con la misión de proponerle el cargo de Primer Ministro. La caña entre las manos y los ojos fijos en el sedal, Chuang-Tzu respondió: “Me han dicho que en Chou veneran una tortuga sagrada, que murió hace tres mil años. Los reyes conservan sus restos en el altar familiar, en una caja cubierta con un paño. Si el día que pescaron a la tortuga le hubiesen dado la posibilidad de elegir entre morir y ver sus huesos adorados por siglos o seguir viviendo con la cola enterrada en el lodo, ¿qué habría escogido?” Los funcionarios repusieron: “Vivir con la cola en el lodo”. “Pues ésa es mi respuesta: prefiero que me dejen aquí, con la cola en el lodo, pero vivo”. Nada tengo que hacer en la corte de Leonel Fernández.
(Traducción de Octavio Paz).
Pedro Conde Sturla es escritor
[email protected]
http://www.scribd.com/Pedro%20Conde%20Sturla

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