Cuidado al censurar

Hay quienes disfrutan censurar. Y eso a veces es peligroso, tanto para el que dictamina como para el criticado.

Hay quienes disfrutan censurar. Y eso a veces es peligroso, tanto para el que dictamina como para el criticado. Por ello, cuando leo o escucho a alguien denostando a otro me siento incómodo y me aparto del acusador. Sé que una palabra de aliento puede ser positivamente determinante en el futuro de alguien, al igual que una frase de odio puede atrofiarle el porvenir. Trato de ser cuidadoso al expresarme o al escribir. Esto no implica que guardemos silencio ante las injusticias o las malas conductas, especialmente si perjudican al bien común. Una cosa es ser respetuoso y otra muy distinta ser cobarde al momento de denunciar lo indebido. No os confundáis.

Evito evaluar el comportamiento humano, salvo que sea para algo agradable, que promueva el desarrollo del receptor. Las verdades terrenales no son absolutas. Ser radical sólo afecta nuestro buen juicio y perjudica nuestra tranquilidad. Respetemos las diferencias accidentales, que por el hecho de ellas existir nadie es superior a nadie.

Fui juez de los tribunales de la República. Cuando me llegaba un caso, trascendente o no, pensaba: ¿Y quién soy para establecer cuál de las partes es culpable o inocente? ¿Acaso tenía condiciones extraordinarias para en un santiamén certificar de qué lado estaban los principios? ¿Y si me equivocaba?
Sabía que mi decisión podía ser determinante en la vida de un trabajador y de su familia, o que tal vez era el motivo para que un pequeño negocio quebrara, sufriendo así el empleador y todos los que dependían de él. En mis manos estaba el futuro de muchos. Sólo trataba de cumplir mi deber, a sabiendas de que podía fallar, pero siempre actuando de la mejor buena fe, que eso es lo importante en la vida.

Lo triste era que en ocasiones imponer la ley no necesariamente implicaba aplicar justicia, pues un tecnicismo derrumbaba los argumentos de quien yo creía tenía la razón, lo que era aún más doloroso. A pesar de estas meditaciones jurídicas y filosóficas, las que trataba de llevar a la práctica, sé que cometí errores, sé que hubo casos en los cuales, luego de analizar todo con detenimiento, concluía que mi sentencia no fue la adecuada. Y eso me llegaba hondo, a pesar de que siempre busqué tener un caparazón en mi corazón.

Esquivemos a los que se consideran superiores, a esos que juran que lo que expresan es palabra de Dios, aunque lo hagan sin malicia, porque de autoengaños está repleto el mundo.

Seamos humildes y tolerantes cuando juzguemos al prójimo en su cotidianidad, pero firmes al hacerlo contra nosotros mismos y contra aquellos que sin dudas actuaron en perjuicio de la sociedad. No os confundáis.

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