Cuidado con el rechazo

Al llegar a casa de mi amiga Ana, me comenta que su perrito chihuahua tenía una semana sin comer y se mantenía en un rinconcito del patio. Le pregunto si hubo cambios en el trato con él. Resulta, que justamente lo había sacado de su ambiente,…

Cuidado con el rechazo

Al llegar a casa de mi amiga Ana,  ella me comenta que su perrito chihuahua tenía una semana sin comer y se mantenía en un rinconcito del patio.

Al llegar a casa de mi amiga Ana, me comenta que su perrito chihuahua tenía una semana sin comer y se mantenía en un rinconcito del patio. Le pregunto si hubo cambios en el trato con él. Resulta, que justamente lo había sacado de su ambiente, que era un espacio en la habitación de ella y una camita en el rinconcito del comedor, en donde éste, después de sus amos almorzar, se recostaba a dormir su siesta. Lo sacaron del cuarto porque estaba muy necio después de darle unas cuantas palmaditas. Inmediatamente cargo el animalito, le paso las manos, le hablo, y entre caricias, le doy de comer; ella lo carga; hago que lo coloque nuevamente en su misma ubicación anterior; y desde este momento, la tristeza y casi muerte desapareció. Aparentemente agradecido; y de esto hace aproximadamente un año; cada vez que ha vuelto a verme, se pone al lado de mis pies, moviendo su cola en actitud de agradecimiento.
He querido citar esta historia porque hasta los animales, cuando sienten rechazo, desamor y cambios bruscos en la conducta hacia ellos, se entristecen y deprimen.

Sabemos que hay en nuestra sociedad, el rechazo por clase social, estatus económico, posición de desventaja en la empresa para la que trabajas y rechazo, simple y llanamente, por tener determinado de piel. Vivimos en un país donde, por muy blanco que te veas, dada nuestras raíces, y como se dice comúnmente: “todos llevamos el negro detrás de la oreja”.

El sentir rechazo, no importa la causa que sea, genera en los individuos un sentimiento que muchas veces provoca querer quitar la causa por la que generalmente siente no es aceptado. Recuerdo la hija de una profesora de mi universidad, la cual tenía una de sus manos mucho más corta que la otra.
Inteligentemente, su madre, desde sus primeros años la colocó desde muy temprana edad en clases de piano para evitar cualquier inseguridad que pudiera provocar en ella esta aparente limitación; con lo que logró, no solo ser buena pianista, sino también, manejarse con tanta naturalidad que, después de mucho tiempo de yo conocerla, me di cuenta de la diferencia de sus manos. Cuidado con el rechazo, hasta con un perro. 

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Al llegar a casa de mi amiga Ana,  ella me comenta que su perrito chihuahua tenía una semana sin comer y se mantenía en un rinconcito del patio. Le pregunto si hubo cambios en el trato con él. Resulta, que justamente lo había sacado de su ambiente, que era un espacio en la habitación de ella y una camita en el rinconcito del comedor, en donde éste, después de sus amos almorzar, se recostaba a dormir su siesta. Lo sacaron del cuarto porque estaba muy necio, después de darle unas cuantas palmaditas. Inmediatamente cargo el animalito, le paso las manos, hablo, y entre caricias, le doy de comer; ella lo carga, hago que lo coloque nuevamente en su misma ubicación anterior; y desde ese momento, la tristeza y casi muerte desapareció. Aparentemente agradecido, y de esto hace aproximadamente un año, cada vez que me ve se pone al lado de mis pies, moviendo su cola en actitud de agradecimiento.

He querido citar esta historia porque hasta los animales, cuando sienten rechazo, desamor y cambios bruscos en la conducta hacia ellos, se entristecen y se deprimen.

Sabemos que en nuestra sociedad existe el rechazo por clase social, estatus económico, posición de desventaja en la empresa para la que trabajas y rechazo, simple y llanamente, por tener determinado color de piel. Vivimos en un país donde, por muy blanco que te veas, dada nuestras raíces,  como se dice comúnmente: “todos llevamos el negro detrás de la oreja”.

El sentir rechazo, no importa la causa que sea, genera en los individuos un sentimiento que muchas veces provoca querer quitar la causa por la que generalmente no se sienten aceptados.

Recuerdo la hija de una profesora de mi universidad, la cual tenía una de sus manos mucho más corta que la otra. Inteligentemente, su madre, desde sus primeros años la colocó desde muy temprana edad en clases de piano, para evitar cualquier inseguridad que pudiera provocar en ella esta aparente limitación; con lo que logró, no solo ser buena pianista, sino también manejarse con tanta naturalidad que, después de mucho tiempo de yo conocerla, fue que me di cuenta de la diferencia de sus manos. Cuidado con el rechazo, hasta con un perro…

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