Danilo sólo cosecha lo que sembró

Agosto del 2012 será una fecha memorable para República Dominicana, mucho más para aquellos ciudadanos inclinados a llevar anotaciones de los acontecimientos verdaderamente trascendentes en la vida de una nación. Vale decir que los hechos trascendenta

Agosto del 2012 será una fecha memorable para República Dominicana, mucho más para aquellos ciudadanos inclinados a llevar anotaciones de los acontecimientos verdaderamente trascendentes en la vida de una nación. Vale decir que los hechos trascendentales no están sujetos a la libre interpretación, porque constituyen la mejor prueba de que sus protagonistas fueron capaces de romper esquemas y límites establecidos.

En esa fecha, hace cuatro años, el país escuchó el discurso de un hombre que se comprometió a trabajar para transformar las condiciones de vida de millones de dominicanos excluidos por el propio Estado.

Ese hombre, reconocido hasta por sus detractores como un ser sensible y cónsono con sus orígenes humildes, fue capaz de despertar la esperanza de un pueblo cansado de promesas incumplidas.

El próximo martes, ese político llamado Danilo Medina celebra junto a su pueblo cuatro años de haberle dicho que juraba como presidente “con el corazón lleno de júbilo y el alma llena de coraje y firmeza”. Desde el salón de la Asamblea Nacional, el 16 de agosto del 2012, prometió “lograr el mayor bienestar para mi pueblo y la mayor grandeza de mi patria”.

No pretendo con esta reflexión hacer un resumen pormenorizado de cuatro años de gobierno, porque, aunque interesante, resultaría un ejercicio laborioso y el espacio cedido por este prestigioso diario no me lo permitiría. Más bien, prefiero destacar las buenas intenciones de un mandatario que ha sido coherente con un estilo de gobernar abierto y humanitario. Un presidente que supo entender que la mejor forma de gobernar un pueblo es escuchando y ponderando de cerca, cara a cara, sus inquietudes, preocupaciones y quejas, para luego plantearle soluciones viables. Danilo entendió que durante décadas hubo un fallo en el estilo de gobernar de pasados mandatarios, por centrarse sólo en la “alta política” discutida en los vistosos salones del Palacio Nacional, obviando la posibilidad de acercamiento y participación del soberano, que es el pueblo.

Y he ahí la clave del éxito del gobierno de Danilo, despojarse del ropaje que lo identifica como un gran estadista, para poner su oído en el clamor del campesino o ama de casa aún en los lugares más recónditos de nuestra geografía nacional, sin cámaras televisivas o fotográficas.

Por eso, el martes, Danilo celebrará con júbilo y satisfecho la culminación de un período de gobierno, que a su vez inaugura la llegada de otros cuatro años de gestión, cedidos por votación mayoritaria por ese mismo pueblo agradecido de su estilo sincero y humano de dirigir su destino.

Danilo simplemente cosecha lo que sembró. Lo sembrado germina, crece, se hace árbol y da frutos. Y el fruto palpable de cuatro años de trabajo arduo es, precisamente, lo que Danilo será capaz de exhibir en el mismo escenario donde hizo el compromiso de no dejarse llevar “por la soberbia, el odio, la frialdad, la insensibilidad, la vanidad, la arrogancia y la prepotencia.

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