Debates electorales en RD

El gran general chino Sun Tsu, escribió hace más de dos mil años en su famoso libro El Arte de la Guerra, que “Los buenos guerreros hacen que los demás vengan a ellos y de ningún modo se dejan atraer fuera de su territorio”, y ese milenario&#8230

El gran general chino Sun Tsu, escribió hace más de dos mil años en su famoso libro El Arte de la Guerra, que “Los buenos guerreros hacen que los demás vengan a ellos y de ningún modo se dejan atraer fuera de su territorio”, y ese milenario texto, redactado originalmente para uso militar, ha sido utilizado por militares, políticos y estrategas, no solamente en China, donde décadas atrás Mao Zedon (Mao Tse-Tung) dijo que su triunfo sobre Chiang Kai-shek lo debía a El Arte de la Guerra, sino en muchas partes del mundo, donde una buena estrategia de guerra en un debate verbal puede marcar la diferencia en un apretado proceso electoral.

Las guerras verbales de los debates electorales por la presidencia de la República son muy populares en los Estados Unidos desde que en el año 1960 el carismático y elegante senador demócrata John F. Kennedy enfrentó al republicano Vice-Presidente Richard Nixon, con resultados divididos, pues para quienes escucharon aquel primer debate a través de la radio Nixon fue el claro ganador, pero quienes siguieron el debate a través de la televisión entendieron que la presencia telegénica de Kennedy se había impuesto sobre la palidez, delgadez, cansancio y ausencia de maquillaje facial de Nixon, quedando claro que en la radio impresiona la voz y en la televisión impresiona la imagen, y aunque Kennedy no pudo ganar ninguno de los tres siguientes debates, porque en lo adelante Nixon asistió bien arreglado y maquillado, el primer debate fue suficiente para que JFK subiera en las preferencias y ganara las elecciones por muy estrecho margen (49.72% contra 49.55%).

Ese primer debate electoral por la presidencia de los Estados Unidos es tomado como referencia por estrategas y políticos, en el entendido de la obligatoriedad de analizar previamente a quién conviene el debate, pues si el margen porcentual que separa a los candidatos en las encuestas es muy estrecho, el debate ha de beneficiar al mejor gladiador verbal, al de mejores respuestas, al más relajado, al de mejor buen humor, y al que mejor maneje las miradas y los gestos faciales y corporales; sin embargo, en una situación muy dispareja, donde el margen porcentual de un candidato es muy alto en relación al contendor más cercano, el único con posibilidad de ganar es el que trata de subir la empinada cuesta electoral, pues al estar consciente de que es un retador en desventaja, está obligado a ser desafiante, intimidante, hostil, incisivo y provocador, sabiendo que si gana el debate acorta la ventaja que le lleva su contendor, y si pierde el debate gana puntos y se posiciona mejor.

A los estrategas de la campaña electoral de Don Antonio Guzmán nunca se les ocurrió desafiar a un debate electoral al presidente Joaquín Balaguer, porque sabían que en un debate verbal nadie podía vencer a Joaquín Balaguer, y menos Don Antonio, y por ello recurrieron a la exitosa estrategia mercadológica de la necesidad del “cambio político”, pero tampoco a Joaquín Balaguer se le ocurrió desafiar a sus contendores a un debate electoral, porque sabía que, dado su reconocido altísimo nivel intelectual, mucha gente lo tomaría a mal.

Ronald Reagan ganaba los debates electorales en Estados Unidos por el excelente manejo de su gran sentido del humor, saliendo con respuestas geniales como aquella que produjo en 1984 frente a su contendor Walter Mondale cuando se le quiso insinuar que por tener 74 años ya estaba viejo para seguir en la presidencia de la República, a lo que  Reagan respondió: “Yo no voy a hablar de mi edad en esta campaña. No voy a aprovecharme de mi edad para demostrar lo joven e inexperto que es mi contrincante”. Esa genial respuesta produjo la risa de todo el mundo, y hasta el propio Mondale tuvo que reírse, y con esa respuesta ganó el debate y las elecciones.

Esa experiencia de Mondale frente al buen humor de Reagan quizás influyó en que nadie se atreviera a retar a un debate a Hipólito Mejía, pues todo el mundo sabe que Hipólito tiene un gran sentido del humor, capaz de salir con respuestas inesperadas que hacen que la gente se muera de la risa, indistintamente de que la gente esté o no esté de acuerdo con la respuesta, pero vivimos en una sociedad donde se entiende que quien produce risas en medio de un tema muy serio es inteligente y sabe manejarse bien para salir de cualquier enredo.

En medio del actual reclamo de que haya un debate electoral, no debemos olvidar que un refrán dominicano dice que “quien pide, o gana, o empata, pero no pierde”, y que el debate electoral es tradición, y casi obligación, en los Estados Unidos, pero no es tradición, ni obligación, en la sociedad dominicana, motivo por el cual en nuestro país un candidato en desventaja tiene legítimo derecho a pedir un debate para intentar subir, y un candidato con amplia ventaja también tiene legítimo derecho a rechazar el debate para evitar bajar. l

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