Deficiencias y desafíos electorales

Esta semana nuestro país cumple 50 años de elecciones periódicas ininterrumpidas. Ese aniversario lo celebramos con las elecciones del pasado 15 de mayo, el torneo electoral 14 a nivel presidencial desde 1966. Sería mezquino negar que se hayan…

Esta semana nuestro país cumple 50 años de elecciones periódicas ininterrumpidas. Ese aniversario lo celebramos con las elecciones del pasado 15 de mayo, el torneo electoral 14 a nivel presidencial desde 1966. Sería mezquino negar que se hayan registrado avances a lo largo de estas cinco décadas, pero de igual forma, sería poco realista el pretender ocultar que tenemos gravísimas deficiencias en nuestro sistema político. Las recientes elecciones fueron un ejemplo más de esta realidad que ya no debería ser en el siglo XXI.

En mi artículo publicado a principios de este año, compartía sobre como República Dominicana parece ser el país del “Después”, dado que siempre postergamos las reformas fundamentales para otra ocasión que, a todas luces, nunca llega. Tal fue el caso de la aprobación de una Ley de Partidos pactada en el 1997, una reforma a la Ley Electoral y una Ley de Garantías que fueran agrupadas dentro de un amplio código electoral. Tras las serias quejas de las elecciones de 2010 y 2012, se pensaba que durante el sexenio congresual y el cuatrienio presidencial, por fin se daría respuesta a esta demanda ciudadana. Para sorpresa de nadie, pero frustración de muchos, no fue así.

Frustración, porque contrario a ocasiones pasadas en que la competencia interna de los partidos o coaliciones era reducida pero importante, en esta ocasión fue casi inexistente en todos los niveles. Más aún, las pocas competencias que sí se llevaron a cabo, al carecer completamente de reglas claras, degeneraron en violencia que llenó de angustia al pueblo dominicano. Fue una situación injustificable, hubo mucho tiempo de preparación para evitar y sencillamente se decidió ignorar. Incluso dejando fuera los casos extremos de pérdida de vidas y heridos, tenemos que tomar en cuenta la cantidad de jóvenes que vieron malogradas sus legítimas aspiraciones por la “dedocracia” que aún se impone en nuestros partidos, sin excepción. Se trata, pues de una receta infalible para el descontento que ha engendrado a tantos anti-sistemas alrededor del mundo, aún cuando todavía aquí hay quienes, de manera ilusa, piensan que nada nos sucederá si seguimos por este camino.

El absolutismo no solo lo vemos en la asignación de candidaturas, sino en algo igual de preocupante como lo es la administración de los fondos públicos destinados a los partidos políticos. No existe en nuestro ordenamiento legal actual un criterio sobre el cual las cúpulas administrativas deban basarse para el gasto de este dinero de los contribuyentes. Todo depende de la discrecionalidad de muy pocos y a veces, de una sola persona. Establecer los parámetros que debe seguir la administración de estos fondos resulta urgente si de verdad queremos evitar que los partidos sirvan como feudo o hasta negocio personal. Lo mismo aplica a la participación en la campaña de funcionarios públicos y las instituciones que estos representan. No puede seguir ocurriendo que para aspirar a una posición electiva sea indispensable tener a un funcionario de padrino.

El propio ejercicio del sufragio debe ser revisado, pues en la actualidad el voto directo de los ciudadanos se ve coartado. Si bien los diputados recibimos el voto preferencial de nuestros electores, estos se ven obligados a votar por un senador que no siempre es el de su simpatía. No existe en el Congreso un voto directo pleno y eso es una clara violación al derecho a elegir y a nuestra Constitución. A varios comentaristas les llamó la atención lo difícil que resultó que los dominicanos entendieran el proceso de votación en la boleta C y se llegó a hablar de la poca educación política, pero nada más alejado de la verdad. Los dominicanos entienden bien la política y es por eso que les resulta incomprensible votar por alguien que es de su agrado, condicionados a que dicho voto impulse a otro candidato con el cual no se identifican.

Las elecciones ya pasaron y no tiene sentido discutir sobre lo que ya es el pasado. El problema está en que si no actuamos, todo esto seguirá empeorando hasta llegar a un inevitable colapso. Y en 50 años más, la historia escribirá asombrada sobre como aquellos que más tenían que perder, fueron los que menos hicieron para prevenir ese suceso.

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