Democracias ganadas no pueden ser trivializadas

Ninguna de esas candidaturas, incluyendo al más cercano, contaban con que iban a ganar más de un 50%. Se veía de lejos en las encuestas. Entonces, ¿por qué hablan en nombre del pueblo dominicano si el pueblo dominicano votó, ya dos veces, por…

Democracias ganadas no pueden ser trivializadas

Ninguno de esas candidaturas, incluyendo al más cercano, contaban con que iban a ganar más de un 50%. Se veía de lejos en las encuestas. Entonces, ¿por qué hablan en nombre del pueblo dominicano si el pueblo dominicano votó, ya dos veces, por Danilo

Ninguna de esas candidaturas, incluyendo al más cercano, contaban con que iban a ganar más de un 50%. Se veía de lejos en las encuestas. Entonces, ¿por qué hablan en nombre del pueblo dominicano si el pueblo dominicano votó, ya dos veces, por Danilo Medina Sánchez y no por ellos? Respecto a lo demás, como dice alguna politóloga, la gente no puede hablar “en nombre del pueblo dominicano” si usted no sacó, ni nunca ha sacado, más de un 1%.

Todos esos líderes políticos y lideresas que hoy gritan a viva voz que “no van a aceptar los resultados de las elecciones” e incitan tanto con sus discursos como con sus estrategias al caos, se montan en sus respectivas yipetas al final del día y se transportan a la seguridad de sus casas. Como dice algún comentador “Los Sres. jefes de la partidocracia nacional tienen -en realidad- excelentes relaciones entre ellos. Sin violencia, “pecosone” ni puñalá. Por eso, es una inmensa irresponsabilidad incitar a la violencia a sus partidarios. En la calle no solo se insulta, ¡también se mata!”. Es muy fácil y cómodo llamar al desasosiego.

Quienes crean incertidumbre, confusión y coquetean con la idea de una “guerra civil” y que saben que este clima caliente es volátil, saben que con violencia todo termina mal. Y eso es solo cuando los candidatos y candidatas juegan al trúcamelo con la democracia. Hay quienes, inconcebiblemente, han decidido deshumanizar al mismo electorado que quieren que los elijan en el 2020. Dice un candidato que la conciencia se abstuvo y ganó el dinero porque los hombres y mujeres de conciencia se quedaron en casa. Bueno, habrá que ver. Si los 4.6 millones de dominicanos y dominicanas que votaron y decidieron no votar por usted son gente sin consciencia, habrá que preguntarle por qué usted quiere ser representante oficial de semejante población tan ruin.

Hay quienes afirman que es un golpe de Estado electoral. ¡Qué cachaza! Cuando tres días antes de las elecciones dominicanas vimos la politiquería cínica irrumpir la democracia de uno de los países más fuertes de nuestra región, situación que sigue y sienta tendencias preocupantes de desestabilización a una región que políticamente comenzaba a empoderarse en el escenario internacional, y que tendrá repercusiones inimaginables… y mira como quieren diluir y atenuar hasta eso.

La democracia dominicana se ganó peleando con el argumento principal de que tiene que ser el pueblo, cada ciudadano y cada ciudadana, que decida su propio destino. No hagamos un relajo de esos esfuerzos frutos de la justicia e inclusión social por intereses partidistas e interpartidistas, ni porque no nos gusta quien ganó.

No pretendo ser ajena y despersonalizada de este proceso. Mi papá se llama Roberto Rosario Márquez y actualmente trabaja como magistrado presidente de la Junta Central Electoral. Tampoco pretendo que he sido inmune a los ataques personales que he visto desde que empezó su vida pública, especialmente en un clima caliente donde hay quienes piden cabezas como si la vida fuese un relajo. He hecho lo posible por desarrollar mi activismo en la justicia social y mi trabajo como escritora sin mencionar este dato como regla, por discreción. Pero en el meollo de la democracia mi opinión no queda desacreditada automáticamente, especialmente si voy a hablar sobre movimientos sociales a los que yo pertenezco y en los que soy yo la activista, no mi pariente. Me pregunté: “Raquel, si tú abres la boca para opinar, sobre todo, desde leyes retrógradas sobre el aborto hasta la cultura machista en la política y en las calles, ¿por qué te quedas callada cuando las cosas no están bien dentro de los movimientos sociales en los que participas?

No defiendo cada posición de la JCE ni cada opinión que expresa mi papá. Al contrario, tenemos firmes desacuerdos en varios temas claves. Pero hay que dar crédito que quien se lo merece. Como toda contienda, en las elecciones del 2016 han habido contratiempos y hay situaciones preocupantes a niveles locales que hay que investigar y aclarar lo antes posible, pero esto no amerita posiciones extremas, especialmente si esos números no alteran resultados finales.

En general, y observando el grado de complejidad de unas elecciones nacionales donde se votaron tres niveles de liderazgos políticos, las elecciones fueron válidas, legítimas y sin fraude. Lo dice Participación Ciudadana y lo dicen todos los múltiples observadores internacionales. Lo saben los que hoy sostienen ruedas de prensa. El conteo manual y el conteo electrónico dio el mismo resultado. Aparte del hecho de que estas fueron las primeras elecciones donde se les garantizó el voto a personas con alta discapacidad y el voto penitenciario; dos conquistas que centran comunidades anteriormente marginadas en comicios electorales, comunidades cuyos derechos son fundamentales para los movimientos hacia la justicia social.

Apoyo los movimientos y políticas/os progresistas porque considero que son una alternativa al status quo y a los sistemas de opresión que este perpetúa, pero si nuestras tácticas (ataques ad hominen, descalificar y difamar con términos absolutistas todo y todas las personas con quienes estoy en desacuerdo, trivializar la voluntad popular, jugar con el recuerdo de golpes traumáticos y guerras civiles violentas…) van a ser iguales que la de los sistemas opresores, entonces ¿cuál es el gran cambio?

En mesa de 7, cada uno sabe las razones de su alboroto. Uno es el sobreviviente de una pelea que lleva años; pelea que es, en parte, responsable de la hegemonía que critican. Como si fuese un animal mitológico de tres cabezas, cada uno buscando ser la cabeza más bullosa. La cabeza que se impuso actúa como que no se ha dado cuenta de que ya venció. Otros en la mesa buscan distraer de realidades amargas: ¿cómo es posible que haya candidatas/os en esa mesa que llevan décadas en la palestra pública, con planes de gobierno, libros publicados, que son bien conocidos/as de la población, tienen nombres hechos desde hace décadas y experiencia en el Estado que no lograron sacar más de un 2%? Es mejor hacerse el injuriado que analizar por qué es que el mensaje no cala. Para algunos, a corto tiempo eso tendrá sentido, pero esa actitud y la falta de autorreflexión no les va a sumar un solo punto en el 2020. Es como si las elecciones también hayan sido una prueba para comprobar la integridad del liderazgo progresista del país. Ellos y ellas no pierden nada. Pierden sus simpatizantes y el proyecto: ambos quedan diluidos y convertidos en una treta más. Pero no más que la democracia.

Movimientos y luchas como los de la justicia social que, aunque no sea un solo movimiento hegemónico, tienen en sus entrañas argumentos legítimos, históricos y que conectan a una lucha y resistencia no solo local sino mundial, que trasciende conflictos internos y coyunturas pasajeras. No dejemos que se minimicen esos esfuerzos, especialmente cuando estos llamados al alboroto y el desasosiego son expresados en conjunto y de la mano de candidatos con posiciones políticas que neutralizan y en muchos casos van en contra de nuestra propia lucha. Ni mucho menos dejemos camino por caminar veredas con partidos y líderes políticos a quienes nunca, nunca, nunca les ha importado ni les importará la justicia social porque la justicia social es incompatible con ideologías de emprendurismos neoliberales y con fuerzas nacionales que caminan para atrás.

Los fraudes electorales, los golpes de Estado y las guerras civiles no solo dejan fotos en blanco y negro iconográficas. Dejan también muertos, muchos muertos. Todos los candidatos y todas las candidatas de la oposición lo saben. ¿Cómo podrían olvidarlo? Especialmente cuando en esas ruedas de prensa están personas que representan ambas caras de esa moneda.

Ya van seis muertos resultado del clima de confusión e incertidumbre que ellos mismos planificaron y han ejecutado de cabo a rabo, y cuyas llamas aun avivan quienes llaman a una anarquía social como estrategia de fortalecimiento interno de sus partidos minoritarios. Nadie menciona los seis muertos, ni piensa en sus familias y allegados. ¿Cuántos muertos más quiere “la oposición” para sentirse validada? ¿Cuántos muertos quieren para aceptar que la voluntad de la mayoría no era su candidatura y que esa también es la definición legítima de la democracia? ¿Cuántos muertos serían distracción suficiente de que, dios los libre, tengan que mirar adentro y ser auto-críticos? ¿Cuántos más?

El país no se acaba porque un candidato gane y otro no. Pero sí se acabaron las seis vidas de esas personas que murieron en disputas por desacuerdos y confusiones instigadas por quienes buscan crean cizaña.

Yo voté por tres partidos minoritarios diferentes en cada una de mis tres boletas (A, B y C). Todavía no me arrepiento de mi voto en ninguna. Pero me da vergüenza ver los argumentos que salen de la boca tanto de las y el candidato por quienes yo voté, así como de sus simpatizantes; votantes que considero mis aliados y aliadas en la lucha y el activismo progresista. Cuando la oposición salga a argumentar que está peleando “por sus votos y por sus votantes” y las voces de las minorías, recuérdense que uno de sus pocos miles de votos fue el mío y que yo no voté por esta desfachatez.

Voté por dos candidatas y un candidato que consideré personas con pensamiento crítico, políticas de Estado sensatas y porque creí que tenían la visión y la capacidad de promover una cultura política donde se debatan las ideas y se dejen atrás tantos vicios que nuestra cultura política dominante tiene. Quizás fui ilusa, ingenua. Creí en algo diferente a algunas actitudes dañinas de nuestra cultura política. Una alternativa. En campaña cuando pidieron mi voto, mis candidatas/os prometieron eso. ¿Adónde se fueron esas voces juiciosas? O mejor pregunta sería, ¿en qué momento de la trama planean regresar?

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Ninguno de esas candidaturas, incluyendo al más cercano, contaban con que iban a ganar más de un 50%. Se veía de lejos en las encuestas. Entonces, ¿por qué hablan en nombre del pueblo dominicano si el pueblo dominicano votó, ya dos veces, por Danilo Medina Sánchez y no por ellos?  Respecto a lo demás, como dice alguna politóloga, la gente no puede hablar “en nombre del pueblo dominicano” si usted no sacó, ni nunca ha sacado, más de un 1%.

Todos esos líderes políticos y lideresas que hoy gritan a viva voz que “no van a aceptar los resultados de las elecciones” e incitan tanto con sus discursos como con sus estrategias al caos, se montan en sus respectivas jeepetas al final del día y se transportan a la seguridad de sus casas. Como dice algún comentador “Los Sres. jefes de la partidocracia nacional tienen -en realidad- excelentes relaciones entre ellos. Sin violencia, “pecosone” ni puñalá. Por eso, es una inmensa irresponsabilidad incitar a la violencia a sus partidarios. En la calle no solo se insulta, ¡también se mata!” Es muy fácil y cómodo llamar al desasosiego.

Quienes crean incertidumbre, confusión y coquetean con la idea de una “guerra civil” y que saben que este clima caliente es volátil, saben que con violencia todo termina mal. Y eso es solo cuando los candidatos y candidatas juegan al trúcamelo con la democracia. Hay quienes, inconcebiblemente, han decidido deshumanizar al mismo electorado que quieren que los elijan en el 2020. Dice un candidato que la conciencia se abstuvo y ganó el dinero porque los hombres y mujeres de conciencia se quedaron en casa. Bueno, habrá que ver. Si los 4.6 millones de dominicanos y dominicanas que votaron y decidieron no votar por usted son gente sin consciencia, habrá que preguntarle porqué usted quiere ser representante oficial de semejante población tan ruin.

Hay quienes afirman que es un golpe de estado electoral. ¡Qué cachaza! Cuando tres días antes de las elecciones dominicanas vimos la politiquería cínica irrumpir la democracia de uno de los países más fuertes de nuestra región, situación que sigue y sienta tendencias preocupantes de desestabilización a una región que políticamente comenzaba a empoderarse en el escenario internacional, y que tendrá repercusiones inimaginables… y mira como quieren diluir y atenuar hasta eso.

La democracia dominicana se ganó peleando con el argumento principal de que tiene que ser el pueblo, cada ciudadano y cada ciudadana, que decida su propio destino. No hagamos un relajo de esos esfuerzos frutos de la justicia e inclusión social por intereses partidistas e interpartidistas, ni porque no nos gusta quien ganó.

No pretendo ser ajena y despersonalizada de este proceso. Mi papá se llama Roberto Rosario Márquez y actualmente trabaja como magistrado presidente de la Junta Central Electoral. Tampoco pretendo que he sido inmune a los ataques personales que he visto desde que empezó su vida pública, especialmente en un clima caliente donde hay quienes piden cabezas como si la vida fuese un relajo. He hecho lo posible por desarrollar mi activismo en la justicia social y mi trabajo como escritora sin mencionar este dato como regla, por discreción. Pero en el meollo de la democracia mi opinión no queda desacreditada automáticamente, especialmente si voy a hablar sobre movimientos sociales a los que yo pertenezco y en los que soy yo la activista, no mi pariente. Me pregunté: “Raquel, si tú abres la boca para opinar, sobre todo, desde leyes retrógradas sobre el aborto hasta la cultura machista en la política y en las calles, ¿por qué te quedas callada cuando las cosas no están bien dentro de los movimientos sociales en los que participas?

No defiendo cada posición de la JCE ni cada opinión que expresa mi papá. Al contrario, tenemos firmes desacuerdos en varios temas claves. Pero hay que dar crédito que quien se lo merece. Como toda contienda, en las elecciones del 2016 han habido contratiempos y hay situaciones preocupantes a niveles locales que hay que investigar y aclarar lo antes posible, pero esto no amerita posiciones extremas, especialmente si esos números no alteran resultados finales.

En general y observando el grado de complejidad de unas elecciones nacionales donde se votaron tres niveles de liderazgos políticos, las elecciones fueron válidas, legítimas y sin fraude. Lo dice Participación Ciudadana y lo dicen todos los múltiples observadores internacionales. Lo saben los que hoy sostienen ruedas de prensa. El conteo manual y el conteo electrónico dio el mismo resultado. Aparte del hecho de que estas fueron las primeras elecciones donde se les garantizó el voto a personas con alta discapacidad y el voto penitenciario; dos conquistas que centran comunidades anteriormente marginadas en comicios electorales, comunidades cuyos derechos son fundamentales para los movimientos hacia la justicia social.

Apoyo los movimientos y políticas/os progresistas porque considero que son una alternativa al status quo y a los sistemas de opresión que este perpetúa, pero si nuestras tácticas (ataques ad hominen, descalificar y difamar con términos absolutistas todo y todas las personas con quienes estoy en desacuerdo, trivializar la voluntad popular, jugar con el recuerdo de golpes traumáticos y guerras civiles violentas…) van a ser iguales que la de los sistemas opresores, entonces ¿cuál es el gran cambio?

En mesa de 7, cada uno sabe las razones de su alboroto. Uno es el sobreviviente de una pelea que lleva años; pelea que es, en parte, responsable de la hegemonía que critican. Como si fuese un animal mitológico de tres cabezas, cada uno buscando ser la cabeza más bullosa. La cabeza que se impuso actúa como que no se ha dado cuenta que ya venció. Otros en la mesa buscan distraer de realidades amargas: ¿cómo es posible que hay candidatas/os en esa mesa que llevan décadas en la palestra pública, con planes de gobierno, libros publicados, que son bien conocidos/as de la población, tienen nombres hechos desde hace décadas y experiencia en el estado que no lograron sacar más de un 2%? Es mejor hacerse el injuriado que analizar por qué es que el mensaje no cala. Para algunos, a corto tiempo eso tendrá sentido, pero esa actitud y la falta de autorreflexión no les va a sumar un solo punto en el 2020. Es como si las elecciones también han sido una prueba para comprobar la integridad del liderazgo progresista del país. Ellos y ellas no pierden nada. Pierden sus simpatizantes y el proyecto: ambos quedan diluidos y convertidos en una treta más. Pero no más que la democracia.

Movimientos y luchas como los de la justicia social que, aunque no sea un solo movimiento hegemónico, tienen en sus entrañas argumentos legítimos, históricos y que conectan a una lucha y resistencia no solo local sino mundial, que trasciende conflictos internos y coyunturas pasajeras. No dejemos que se minimicen esos esfuerzos, especialmente cuando estos llamados al alboroto y el desasosiego son expresados en conjunto y de la mano de candidatos con posiciones políticas que neutralizan y en muchos casos van en contra de nuestra propia lucha. Ni mucho menos dejemos camino por caminar veredas con partidos y líderes políticos a quienes nunca, nunca, nunca les ha importado ni les importara la justicia social porque la justicia social es incompatible con ideologías de emprendurismos neoliberales y con fuerzas nacionales que caminan para atrás.

Los fraudes electorales, los golpes de estado y las guerras civiles no solo dejan fotos en blanco y negro iconográficas. Dejan también muertos, muchos muertos. Todos los candidatos y todas las candidatas de la oposición lo saben. ¿Cómo podrían olvidarlo? Especialmente cuando en esas ruedas de prensa están personas que representan ambas caras de esa moneda.

Ya van 6 muertos resultado del clima de confusión e incertidumbre que ellos mismos planificaron y han ejecutado de cabo a rabo, y cuyas llamas aun avivan quienes llaman a una anarquía social como estrategia de fortalecimiento interno de sus partidos minoritarios. Nadie menciona los 6 muertos, ni piensa en sus familias y allegados. ¿Cuántos muertos más quiere “la oposición” para sentirse validada? ¿Cuántos muertos quieren para aceptar que la voluntad de la mayoría no era su candidatura y que esa también es la definición legitima de la democracia? ¿Cuántos muertos serían distracción suficiente de que, dios los libre, tengan que mirar adentro y ser auto-críticos? ¿Cuantos más?

El país no se acaba porque un candidato gane y otro no. Pero si se acabaron las 6 vidas de esas personas que murieron en disputas por desacuerdos y confusiones instigadas por quienes buscan crean cizaña.

Yo voté por 3 partidos minoritarios diferentes en cada una de mis 3 boletas (A, B y C). Todavía no me arrepiento de mi voto en ninguna. Pero me da vergüenza ver los argumentos que salen de la boca tanto de las y el candidato por quienes yo voté, así como de sus simpatizantes; votantes que considero mis aliados y aliadas en la lucha y el activismo progresista. Cuando la oposición salga a argumentar que está peleando “por sus votos y por sus votantes” y las voces de las minorías, recuérdense que uno de sus pocos miles de votos fue el mío y que yo no voté por esta desfachatez.

Voté por dos candidatas y un candidato que consideré personas con pensamiento crítico, políticas de estado sensatas y porque creí que tenían la visión y la capacidad de promover una cultura política donde se debatan las ideas y se dejen atrás tantos vicios que nuestra cultura política dominante tiene. Quizás fui ilusa, ingenua. Creí en algo diferente a algunas actitudes dañinas de nuestra cultura política. Una alternativa. En campaña cuando pidieron mi voto, mis candidatas/os prometieron eso. ¿A dónde se fueron esas voces juiciosas? O mejor pregunta sería, ¿en qué momento de la trama planean regresar?

 

Por: Raquel Rosario Sánchez 

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