Dessalines y la tragedia haitiana

Los dominicanos afortunadamente tenemos un Padre de la Patria, cuyo humanismo, desinterés y sacrificio ha sido extremadamente difícil de emular por todos los dominicanos. Juan Pablo Duarte es un símbolo de lo que deberíamos ser y de lo que no…

Los dominicanos afortunadamente tenemos un Padre de la Patria, cuyo humanismo, desinterés y sacrificio ha sido extremadamente difícil de emular por todos los dominicanos. Juan Pablo Duarte es un símbolo de lo que deberíamos ser y de lo que no somos capaces de ser, cuando faltamos a los valores cívicos, a los principios democráticos, y al obligatorio respeto por los demás. Duarte no fue antihaitiano. Duarte fue un decidido opositor al despotismo y la opresión, ejercido por un régimen tiránico, que resultó ser haitiano.

El despotismo haitiano de los 22 años de ocupación tiene sus raíces en la colonia francesa de Saint Domingue, cuyo sistema esclavista fue particularmente inhumano, a tal punto que la población tenía una altísima mortandad, resultado de las enfermedades, el hambre, la explotación y el trato bestial. Mientras que en el sur de los Estados Unidos la población esclava se logró reproducir, en la colonia de Saint Domingue la misma se reducía de un 5 a 6 % al año, lo que obligaba a importar nuevos esclavos, 48,000 solamente en el año 1790.

La crueldad comenzaba en los viajes de traslado desde África, donde se calcula que 100,000 esclavos murieron en camino a la colonia, durante el siglo XVIII. Al llegar, los sobrevivientes eran marcados con hierro candente, para señalar su pertenencia a sus nuevos amos. “El castigo corporal era una amenaza constante y una realidad frecuente en la vida de los esclavos”. Siendo así, la violencia y el terror mantenían la tranquilidad social en un territorio donde la población oprimida sumaba el 90 %, lo que llevó al conde de Mirabeau a afirmar “que los propietarios blancos del Caribe dormían al pie del (volcán) Vesubio”. Y efectivamente, cuando el volcán explosionó la que había sido una próspera colonia se vio reducida a “cenizas y ríos de sangre,” como los describió el propietario Millet, en 1791. Y es que tanta crueldad y barbarie solamente podrían engendrar violencia.

En consecuencia, el comienzo y fin de la revolución fue la venganza. En enero de 1804, en Gonaïves, al declarar la independencia, Dessalines exclamó: “ (Soldados) den a todas las naciones un terrible, pero justo ejemplo de la venganza, que debe ser ejecutada por un pueblo orgulloso, de haber encontrado su libertad nuevamente…”. Lo que siguió fue el asesinato de miles de hombres, mujeres, niños e infantes blancos, en ese orden, por medio de la decapitación, la bayoneta y la sumersión.

En conclusión, dominicanos y haitianos tenemos nuestras respectivas tareas pendientes. Los dominicanos debemos ponernos a la altura de Duarte, a quien decepcionamos diariamente. Los haitianos deben sobreponerse a una historia de crueldad sufrida y retribuida, y permanentemente justificada, pues no ha permitido construir la convivencia necesaria, para acometer un proyecto nacional haitiano de justicia y prosperidad.

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