Si algo es interesante es ver un juego de pelota desde las gradas. Abajo, en el cuadro, los peloteros se posicionan en espera del lanzamiento. El batazo se desliza entre segunda y tercera, y arriba, asombrados, los fanáticos echan todo tipo de maldiciones porque los idiotas dejaron escapar lo que era un out seguro. El problema es que no es lo mismo ver el roletazo desde arriba que meterle el guante desde abajo.
Digo esto porque la semana pasada, en La Habana, un amigo médico cubano revolucionario hasta los huesos, comentaba sobre el llamado de ProConsumidor a tener un día sin pollo como forma de enfrentar la carestía de uno de los componentes básicos de la comida diaria dominicana. “Qué mujer más valiente”, comentaba, “Así se hace; con funcionarios así nuestros países echan hacia adelante”.
Me río de la cara de asombro e incredulidad que puso cuando al preguntarme sobre el llamado le respondí que no estaba de acuerdo. Le dije que los dominicanos necesitamos que instituciones como ProConsumidor promuevan tener un día sin muchas cosas. Claro, eso obligó a explicarme.
Señalaba, por ejemplo, que ProConsumidor sabe que los dominicanos pagamos una de las tarifas eléctricas más caras del mundo a cambio de un servicio desastroso, y sin embargo, calla ante el hecho de que el país se endeude para saciar la sed del sector.
Le decía que servicios como el transporte, telefonía, Internet, agua, salud (sin olvidarse de la educación y seguridad ciudadana) son sencillamente inservibles en unos casos y abusivos en otros. Un día sin ellos sería una maravilla.
Y no es que esté en contra de ProConsumidor, le aclaraba a mi amigo habanero, es que a mí me gustaría ver un llamado a tener un día sin visitar los supermercados o llamar a no comprar en el colmado, donde los consumidores sí que somos abusados.
