Dignificando la maquinaria

Mañana a las cuatro el pitido inicial desenvainará el desfile de siempre renovado: rostros pintados con todos los colores del mundo, banderas al aire ondeando hasta que aguanten las fuerzas, cánticos a coro resbalando desbocados desde la tribuna…

Dignificando la maquinaria

Mañana a las cuatro el pitido inicial desenvainará el desfile de siempre renovado: rostros pintados con todos los colores del mundo, banderas al aire ondeando hasta que aguanten las fuerzas, cánticos a coro resbalando desbocados desde la tribuna…

Mañana a las cuatro el pitido inicial desenvainará el desfile de siempre renovado: rostros pintados con todos los colores del mundo, banderas al aire ondeando hasta que aguanten las fuerzas, cánticos a coro resbalando desbocados desde la tribuna hasta el campo; un planeta entero moviéndose al mismo ritmo durante 90 minutos hasta que todo acabe y sólo quede esa tristeza de final de carnaval.

Resulta difícil alejarse del romanticismo innato de la cita, ese que explotan las multinacionales—desde Nike hasta Beats by Dr. Dre—para hacer sus publicidades, algunas tan emocionantes que cuesta aguantarse la piel de gallina después de darle a play, pero en esta ocasión resulta tan difícil como necesario.
La verdad del caso es que a este Mundial el fútbol llega malherido, y no lo digo sólo por los lesionados que se lo perderán.

En los últimos años, la FIFA—cuerpo gobernante del fútbol mundial—se ha visto en el centro de mil y una tormentas mediáticas. Las investigaciones apuntan claramente a sobornos, tratos ilegales y hasta redes de arreglos de partidos en federaciones menores; una vorágine de miserias administrativas que apuntan a cruzar el borde de lo delictivo y que, entre todas ellas, darían material a Mario Puzo para tres Padrinos más.

Estas alegaciones quedaron subrayadas en el 2010 cuando, tras voto de su comité ejecutivo, dieran un sorpresivo ‘Sí’ a Qatar como anfitrión del Mundial 2022, una decisión por lo menos estrafalaria—por no decir grotesca—desde el punto de vista logístico, y que terminó de poner a la entidad definitivamente en velo de duda para la prensa internacional.

Como aficionados, es importante no hacernos los locos ante estos temas y es una responsabilidad recordarlos.

A un día del Mundial, vale volcarse con los verdaderos protagonistas del deporte: los jugadores. Contar con ellos para dignificar sobre el campo eso que tantos hombres de gris intentan ensuciar desde afuera y confiar en que, tras el pitido inicial, nos espere un Mundial de fútbol del bueno, de ese que nunca fallará en recordarnos todas las razones por las que debemos defenderlo.

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Mañana a las cuatro el pitido inicial desenvainará el desfile de siempre renovado: rostros pintados con todos los colores del mundo, banderas al aire ondeando hasta que aguanten las fuerzas, cánticos a coro resbalando desbocados desde la tribuna hasta el campo; un planeta entero moviéndose al mismo ritmo durante 90 minutos hasta que todo acabe y sólo quede esa tristeza de final de carnaval.

Resulta difícil alejarse del romanticismo innato de la cita, ese que explotan las multinacionales—desde Nike hasta Beats by Dr. Dre—para hacer sus publicidades, algunas tan emocionantes que cuesta aguantarse la piel de gallina después de darle a play, pero en esta ocasión resulta tan difícil como necesario.

La verdad del caso es que a este Mundial el fútbol llega malherido, y no lo digo sólo por los lesionados que se lo perderán.

En los últimos años, la FIFA—cuerpo gobernante del fútbol mundial—se ha visto en el centro de mil y una tormentas mediáticas. Las investigaciones apuntan claramente a sobornos, tratos ilegales y hasta redes de arreglos de partidos en federaciones menores; una vorágine de miserias administrativas que apuntan a cruzar el borde de lo delictivo y que, entre todas ellas, darían material a Mario Puzo para tres Padrinos más.

Estas alegaciones quedaron subrayadas en el 2010 cuando, tras voto de su comité ejecutivo, dieran un sorpresivo ‘Sí’ a Qatar como anfitrión del Mundial 2022, una decisión por lo menos estrafalaria—por no decir grotesca—desde el punto de vista logístico, y que terminó de poner a la entidad definitivamente en velo de duda para la prensa internacional.

Como aficionados, es importante no hacernos los locos ante estos temas y es una responsabilidad recordarlos.

A un día del Mundial, vale volcarse con los verdaderos protagonistas del deporte: los jugadores. Contar con ellos para dignificar sobre el campo eso que tantos hombres de gris intentan ensuciar desde afuera y confiar en que, tras el pitido inicial, nos espere un Mundial de fútbol del bueno, de ese que nunca fallará en recordarnos todas las razones por las que debemos defenderlo.

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