El diluvio en Mesotamia (2 de 2)

En el tembloroso poema del diluvio, que en los albores de la civilización se escribió en Mesopotamia en tabletas de barro, Utnapishtim o Ut-Napishtim describe con tintas fuertes la magnitud del violento episodio, un episodio tan violento y devastador&#8

En el tembloroso poema del diluvio, que en los albores de la civilización se escribió en Mesopotamia en tabletas de barro, Utnapishtim o Ut-Napishtim describe con tintas fuertes la magnitud del violento episodio, un episodio tan violento y devastador que, como se vio en la pasada entrega, arrancó gritos de conmiseración y dolor a los propios dioses. Las aguas finalmente lo cubren todo y la desolación es infinita, pero poco a poco deja de llover y empiezan los picos de las altas montañas a emerger, parece que se anuncia el principio del fin, o por lo menos el fin del principio:

Durante seis días y seis noches / sopló el viento del diluvio, / la tormenta del sur barrió la tierra. / Al séptimo día, / la tempestad comenzó a ceder, / como un ejército en la batalla. / El mar se calmó, la tormenta amainó, / la inundación cesó. / Observé el tiempo: reinaba la calma / y la humanidad se había cambiado en barro. / El paisaje aparecía liso como un techo. / Abrí una escotilla, y la luz cayó sobre mi rostro. / Me incliné, reverente, senteme y lloré. / Las lágrimas resbalaban por mis mejillas. / Busqué con la mirada la línea de la costa / en la expansión de las aguas. / En cada una de las catorce regiones / emergía una montaña.

A la vista de esas montañas, emerge la esperanza en el pecho de Utnapishtim, baja la intensidad del drama, el paisaje poético se suaviza, se produce una calma, un alivio. Mediante el recurso de la reiteración, que se emplea más de una vez en el poema, da la impresión de que Utnapishtim quiere confirmar que sus sentidos no lo engañan:

La nave se detuvo en el monte Nisir. / El monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera. / Un día, dos días el monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera. / Tres días, cuatro días el monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera. / Cinco días, seis días el monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera.

Utnapishtim suelta pájaros a partir del sexto día para cerciorarse de que el nivel de las agua seguía bajando y la tierra volvía a ser habitable. La paloma y la golondrina regresaron. Cuando un cuervo no regresó dejó en libertad a todos los animales que había en la enorme embarcación y ofreció, en acción de gracias, un sacrificio en el que no se menciona la sangre (“siete hogueras para incienso”, “caña, cedro y mirto”). Aun así los dioses -dice Utnapishtim con cierta irreverencia-, al percibir “el aroma” (…) “acudieron como una nube de moscas”. La “gran diosa Ishtar” da muestras de mayor irreverencia o por lo menos de falta de respeto cuando propone que el poderoso Enlil (“dios del cielo, del viento, las tempestades y la respiración”) no tome parte en el sacrificio por haber abierto las compuertas del cielo para exterminar a los ruidosos habitantes de la tierra:

Cuando llegó el sexto día, / solté una paloma. / La paloma emprendió el vuelo, pero regresó: / no había encontrado donde posarse. / Entonces solté una golondrina. / La golondrina emprendió el vuelo, pero regresó: / no había encontrado lugar donde posarse. / Entonces solté un cuervo. / El cuervo emprendió el vuelo, vio la mengua de las aguas, / corrió, resbaló, croó y no regresó. / Entonces hice que todo saliera, hacia los cuatro vientos, / ofrecí un sacrificio, en la cumbre de la montaña, / preparé siete hogueras para incienso. / En su base amontoné caña, cedro y mirto. / Los dioses percibieron el aroma / y acudieron como una nube de moscas, / rodearon al sacrificador. / Cuando la gran diosa Ishtar llegó, / hizo tintinear sus ricas joyas, obra de Anu, y dijo: /
‘¡Oh dioses que estáis reunidos aquí!: / tan cierto como que nunca me olvido de este collar de lapislázuli, / jamás me olvidaré de estos últimos días! / Que los dioses tomen parte en el sacrificio, /pero que Enlil se mantenga aparte, / porque, irreflexivamente, desencadenó el diluvio / y lanzó a mi pueblo a la destrucción’.

Enlil se pone furioso cuando llega y descubre que alguien había sobrevivido a sus designios y que además estaba celebrando en compañía de otros dioses. Un dios chivato denuncia a Ea, el protector de Utnapishtim, lo señala como culpable por haber desobedecido órdenes superiores, pero Ea no se arredra, no se amilana ni almidona y, al igual que la criada respondona, se convierte de acusado en acusador y le hace ver a Enlil lo caro que le ha salido al mundo su rabieta, el fatídico diluvio. Y otra vez, el recurso poético de la reiteración vuelve a demostrar su eficacia: A Enlil se le bajan los humos, se aplaca, bendice a Utnapishtim y colorín colorado. El diluvio mesopótámico tiene un final feliz, al menos para Utnapishtim:

Cuando Enlil llegó / y vio la nave / enfurecióse contra los dioses del cielo. / ‘¿Ha escapado algún alma humana? / ¡Ningún hombre ha sobrevivido a la destrucción!’ / Ninurta abrió la boca y dijo / ‘¿Quién, excepto Ea, puede formar planes? / Sólo Ea lo sabe todo’. / Ea abrió la boca y dijo al valiente Enlil: / ‘¡Oh tú, héroe, tú, el más sabio de los dioses! / ¿cómo pudiste, sin razón, desatar el diluvio? / ¡Al pecador castígalo por su pecado / y al transgresor por su transgresión! / Sin embargo, sé indulgente, / para que él no sea aniquilado; / sé paciente, para que no sea desalojado. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que un león mermara a la humanidad. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que un lobo mermara a la humanidad. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que el hambre mermara a la humanidad. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que la pestilencia mermara a la humanidad. / No fui yo quien descubrió el secreto de los grandes dioses. / Dejé que el sabio Ut-Napishtim tuviera un sueño / y penetrara el secreto de los dioses. / Ahora reflexiona sobre lo que debes hacer con él’. / Oído esto, Enlil subió a la nave, / donde me tomó de la mano; / luego tomó de la mano a mi esposa / e hizo que se arrodillara a mi lado. / Colocándose entre ambos, tocó nuestras frentes y nos bendijo: / ‘Hasta ahora, Ut-Napishtim, sólo has sido humano; / pero desde este momento, tú y tu esposa, seréis como dioses. / ¡Irás a vivir lejos, en la desembocadura de los ríos!’ / Tras lo cual, me llevó a vivir lejos, / en la desembocadura de los ríos.

En una de las dos versiones del diluvio bíblico hay algo ligeramente parecido, cierta muestra de arrepentimiento por parte del sumo hacedor, pero nada tan democrático como las encendidas discusiones entre dioses, el coro de lamentaciones, las muestras de empatía y compasión y, sobre todo, las acusaciones que unos a otros se lanzan. En muchas religiones politeístas los dioses sienten y disienten. El monoteísmo es autoritario.

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