A Dios no se ama matando inocentes

El pasado sábado, el mundo despertó con la fatídica noticia de que decenas de personas murieron en un atentado terrorista sin precedentes en la historia de Francia. Las cifras de fallecidos y heridos se fue elevando según pasaban las horas, y…

El pasado sábado, el mundo despertó con la fatídica noticia de que decenas de personas murieron en un atentado terrorista sin precedentes en la historia de Francia. Las cifras de fallecidos y heridos se fue elevando según pasaban las horas, y con ello el temor de una nación a la que costará mucho tiempo reponerse de esta amarga experiencia.

Sin ánimos de profundizar en las razones ideológicas, religiosas o de carácter geopolítico que dieron lugar a los ataques terroristas perpetrados el pasado viernes en París, si bien este cruel episodio no representa el inicio de una tercera guerra mundial, pienso que por sus características se ajusta a esta teoría defendida y analizada al más alto nivel académico.

Todas las naciones del mundo, excepto aquellas que justifican semejante barbaridad en supuestos religiosos y adoctrinamientos, han condenado estos ataques, donde más de 140 personas inocentes pagaron con sus vidas el precio de un conflicto que no provocaron.

El Papa Francisco también se une a los que creen que estos ataques terroristas son parte de la tercera conflagración bélica mundial. El pontífice ha manifestado su aflicción por los atentados que han enlutado al pueblo francés, diciendo que no alcanza a comprender cómo un ser humano es capaz de cometer una atrocidad de tal magnitud contra sus iguales.

Igual que el Santo Padre, considero que no hay ningún tipo de explicación, religiosa ni humana, para estos acontecimientos. Es que se trata de hombres y mujeres convertidos en víctimas de confrontaciones creadas por las poderosas élites que controlan el mundo.

Exterminar a quienes no se adhieran a sus comportamientos dogmáticos, es una actitud que raya en la locura incurable y se aparta de los preceptos de amor, paz y unidad que preconizan las religiones.

Y mucho más absurdo es que millares de personas mueran de manos de criminales atrincherados en el radicalismo religioso, que a su vez intenta imponer la adoración de un dios que incluso en sus propios países se niegan a reconocer, porque disienten de su modo de venerarlo.

Las muertes de estas personas y el trauma causado a toda una nación no pueden quedar impunes, y exigen una amplia reflexión. Nos embarga una profunda tristeza y somos presas del pánico, al ver hasta qué punto pueden llegar las consecuencias funestas del fanatismo religioso y político.

Que tantas personas, muchos de ellos jóvenes, se convirtieron en víctimas de las motivaciones que impulsan al Estado Islámico a cometer estos actos, nos hace a sentir a todos de alguna manera vulnerables.

Francia respondió de inmediato con implacables bombardeos contra el bastión del Estado Islámico en Siria, donde igual han muerto miles de inocentes, entre ellos recién nacidos y ancianos desprotegidos y alcanzados por las explosiones y balas de los grupos enfrentados.

Todo esto me lleva a recordar las sabias palabras del Papa Juan XXIII: “La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra”.

El santo Juan Pablo II también afirmaba que “la guerra es siempre una derrota de la humanidad”. Después de todo, solo nos resta esperar que el buen juicio y las decisiones inteligentes del liderazgo mundial sean capaces de solventar de la forma más conveniente un conflicto del que aún nos queda mucho por decir.

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