El dominicano y la basura

La enciclopedia define basura como “todo el material y producto no deseado considerado como desecho y que se necesita eliminar”.

La enciclopedia define basura como “todo el material y producto no deseado considerado como desecho y que se necesita eliminar”. Todo núcleo humano genera desperdicios de los que precisa disponer y “alejarlos” de su ambiente cotidiano para evitar que en su proceso natural de putrefacción, olores, insectos y gusanos “perturben” su diario vivir. El dominicano entró a la modernidad con dañinos hábitos del manejo de su basura personal, que convertida en colectiva, se transforma en problema público. El “jondiar” la basura a la cañada, al arroyo o al río, es parte de la cultura de quitar de la vista lo que no se desea, sin profundizar en consecuencias, como concepción filosófica de vida de “que si no lo veo, no ocurre”.

La conciencia nacional del equilibrio del medio ambiente con la cotidianidad, está en crisis. Basta observar donde un grupo “bebe”, que queda como zona de guerra, con desechos de vasos, servilletas y todo elemento de “fon” que la naturaleza no puede destruir. La ciudad de Santo Domingo, herida en su médula por cloacas que una vez fueron ríos y arroyos Ozama, Isabela, Haina, Guajimía, Manzano y otros, es la más vergonzante muestras de la actitud colectiva de dañar el ambiente. Si parte de la culpa es la permisividad que nos caracteriza como sociedad y la actitud de irresponsabilidades oficiales sostenidas por decenios, el mayor problema es la actitud personal  de una importante porción de los dominicanos. Los que tienen que atravesar esas fuentes de aguas, aquilatan la suciedad que nos circunda, desechos que han eliminado una buena parte, si no toda, la fauna y flora de la dominicanidad.

El Ozama arrastra un manto flotante de fundas, vasos, platos, recipientes plásticos luego de precipitar al fondo un nutrido contenido orgánico, carga diversa de asquerosidades, que sobrepasa la capacidad destructiva natural. El privilegiado que viaja en el Ferry entre Puerto Rico y Dominicana, percibe las enormes diferencias de las aguas de Santo Domingo y las de Mayagüez y San Juan: unas, pestilentes, asquerosas y turbias y las otras traslúcidas, llenas de vida y sin basura artificial.

El espectáculo de Santo Domingo, ciudad pujante que busca espacios en las alturas y crece hacia el cielo, contrasta con su manto de basura. Dos poblaciones isleñas cercanas geográficamente y descomunalmente distantes en la manera de manejar sus desechos. No es cuestión de recursos; es asunto de actitudes. Al margen de lo que el andamiaje jurídico nacional prohíbe y permite, parece que somos una sociedad sucia y sin conciencia ni respeto por los demás, a la que la realidad ya le pasa factura por el pésimo manejo de sus desechos.

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