El temor en los dominicanos (1)

En los últimos 20 años la sociedad dominicana ha perdido uno de los elementos que la caracterizaban: la tranquilidad. A los que el calendario le ha permitido distanciar sensiblemente su actualidad, de su nacimiento, aprecian los enormes cambios en las c

En los últimos 20 años la sociedad dominicana ha perdido uno de los elementos que la caracterizaban: la tranquilidad. A los que el calendario le ha permitido distanciar sensiblemente su actualidad, de su nacimiento, aprecian los enormes cambios en las costumbres y actitudes de la vida diaria, en lo que a seguridad ciudadana se refiere.

La vulnerabilidad del ciudadano se hace más patente frente a una delincuencia sin límites ni frenos y lo que es peor, sin temor a las consecuencias. Se aprecia cómo el tratamiento clásico de la delincuencia y las complejas causan que dan origen a sus fenómenos, hacen más difícil la estructuración de los sistemas de seguridad.

Sin entrar en profundidades de la percepción y realidad de los dominicanos, lo que a la tranquilidad se refiere es motivo de marcada preocupación personal y define actitudes de reacciones y respuestas que profundizan los estados clásicos del hombre chivo, el “tiguere culebro”, el tipo bronco o “mosca” como se dice ahora o el de ojeriza constante, fundamentalmente el ciudadano urbano, aunque aparecen episodios preocupantes en toda la geografía nacional.

Cuando el tema surge en conversaciones informales, sorprende el número de experiencias personales que engrosan estadísticas y muchos otros “clandestinos” que solo conocen los “protagonistas” y su entorno cercano. No hay criollo que no haya pasado por un trauma de este tipo o no tenga a alguien cercano que fue asaltado, atracado, robado, abusado o estafado impunemente.

La creatividad del trásfuga delincuente se incrementa al tiempo que la indefensión y el temor lo hace de manera paralela. Estamos frente a una nueva dimensión de la actividad delictiva, complicada con la “bestialización” de los narco dependientes, sujetos de toda clase social, capaces de cualquier acto delincuencial de violencia extrema, solo por conseguir dinero para estupefacientes.

Hemos alcanzado el grado de la violencia sin razón y su secuela de inseguridad colectiva. Infinidad de casos de personas asaltadas en su propio entorno, al caminar hacia un vecino cercano; aquellos a los que siguen luego de transacciones en un banco para arrancarle lo que supone el atracador; en los propios automóviles, algunos con secuestro incluido o a los que despojan de motocicletas con la clásica amenaza o vías de hecho con armas blancas o de fuego; a los que le sustraen el producto del esfuerzo ajeno.

Los motores son instrumentos del delito diverso y el automóvil, el del riesgo mayor. Los que regresan a su casa y son interceptados en el camino por delincuentes o “tecatos” harto conocidos en el barrio.

Este complejo problema de la súper actividad delictiva, no puede ser enfrentado de manera individual, organismo ni gobierno alguno, sino que requiere de una amplia alianza ciudadana para entender razones y manejar orígenes, prevenir, evitar peligros y amenazas, elaborar respuestas, reaccionar y aplicar medidas legales y adecuar el sistema jurídico a nuestras propias realidades. 
César Nicolás Penson Paulus es empresario

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