Encuentros y desencuetros con Neruda

Alguna vez en Roma, cuando era amigo de Felix Frank Ayuso en tiempos muy remotos –mucha agua pasada bajo los puentes-, me contó que andando…

Alguna vez en Roma, cuando era amigo de Felix Frank Ayuso en tiempos muy remotos –mucha agua pasada bajo los puentes-, me contó que andando con el inolvidable y dilecto Orlando Martínez en Santo Domingo, vieron a una linda muchacha triste y llorosa, ensimismada en su pena en un banco del Malecón. Tan intenso y grave era su penar y su pensar, que, sin ponerse de acuerdo, uno y otro recitaron al mismo tiempo a Neruda:
“Pensando, enredando sombras en la profunda soledad. / Tú también estás lejos, / ¡ah! más lejos que nadie. / Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes, / enterrando lámparas”.
Neruda fue para mi después de Becquer, es decir después de los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, el encuentro más glorioso con la poesía. Neruda manejaba las palabras de una manera inédita, como si todas las palabras se plegaran a su decir, aunque parecieran  arbitrarias y sin sentido, como  “enterrando lámparas”.
Otras  veces, pintaba el escenario:
“Para que  tu me oigas/ mis palabras / se adelgazan a veces / como las huellas de las gaviotas en la playa”.
Y volvía de repente  al juego de palabras:
“Collar, cascabel ebrio para tus manos suaves como las uvas”.
O a la más suave y dulce insinuación poética:
“En su llama mortal la luz te envuelve.
Absorta, pálida doliente, así situada  contra las viejas hélices del crepúsculo”.
Otras veces me alucinaba con imágenes epocales:
“Te recuerdo como eras en el último otoño. / Eras la boina gris y el corazón en calma…/
Más allá de tus ojos / ardían los crepúsculos.”
O con la nostalgia  de lo que pudo haber sido y no fue:
“Hemos perdido aún este crepúsculo. / Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas / mientras la noche azul caía sobre el mundo…/ Siempre, siempre te alejas en las tardes / hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”.
Poema memorable es el 12:
“Para mi corazón basta tu pecho, / para tu libertad bastan mis alas. / Desde mi boca llegará hasta el cielo / lo que estaba dormido sobre tu alma. / Es en ti la ilusión de cada día. / Llegas como el rocío a las corolas. / Socavas el horizonte con tu ausencia. / Eternamente en fuga como la ola. / He dicho que cantabas en el viento / como los pinos y como los mástiles. / Como ellos eres alta y taciturna. / Y entristeces de pronto como un viaje. / Acogedora como un viejo camino. / Juegas todos los días con la luz del universo. / Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua. / Eres más que esta blanca cabecita que aprieto / como un racimo entre mis manos cada día. / A nadie te pareces desde que yo te amo. / Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas. / Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur? / Ah déjame recordarte como eras entonces / cuando aún no existías. / De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada. / El cielo es una red cuajada de peces sombríos. / Aquí vienen a dar todos los vientos, todos. / Se desviste la lluvia. / Pasan huyendo los pájaros. / El viento. El viento. /  Yo solo puedo luchar contra la fuerza de los hombres. / El temporal arremolina hojas oscuras / y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo. / Tú estás aquí. Ah tú no huyes / Tú me responderás hasta el último grito. / Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo. /
Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos. / Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas, / y tienes hasta los senos perfumados. / Mientras el viento triste galopa matando mariposas /yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela. / Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí, /
 a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan. /
 Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos /
 y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes. / Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote. /
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado. / Hasta te creo dueña del universo. /  Te traeré de las montañas flores alegres, copihues, / avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos. / Quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos.
Nada mejor que el poema 15.
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. / Parece que los ojos se te hubieran volado / y parece que un beso te cerrara la boca”.
Pero el Poema 20, poema de culto y quizás la obra maestra de la poesía romántica, es la más grande realización del libro que dio a Neruda fama universal. Allí no falta ni sobra una palabra. Neruda, creo, estaba inspirado por alguna divinidad:
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Escribir, por ejemplo: “La noche esta estrellada, / y tiritan, azules, los astros, a lo lejos. / El viento de la noche gira en el cielo y canta. /
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Yo la quise, y a veces ella también me quiso. / En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. / La besé tantas veces bajo el cielo infinito. / Ella me quiso, a veces yo también la quería. / Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. /  Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. / Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. / Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. / Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. / La noche está estrellada y ella no está conmigo. / Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. / Mi alma no se contenta con haberla perdido. / Como para acercarla mi mirada la busca. / Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. / La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. / Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. /
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. / Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. / De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. / Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. / Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. / Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos, / mi alma no se contenta con haberla perdido. / Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, / y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

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