Un entrelazado baile de tango

Los nuevos dirigentes que gobernarán la China son los hijos de la Revolución de 1949. El nuevo presidente Xi Jinping (Xi) y el nuevo…

Los nuevos dirigentes que gobernarán la China son los hijos de la Revolución de 1949. El nuevo presidente Xi Jinping (Xi) y el nuevo primer ministro Li Keqiang (Li), de 59 y 57 años, respectivamente, parecen destinados a gobernar hasta el 2022, mientras que sus otros cinco compañeros posiblemente serán reemplazados por dirigentes más jóvenes en el 2017, dos de los cuales tomarían el relevo en el 2022.

El proceso de selección reflejaría una repartición del poder entre las dos facciones mas importantes del Partido. La de los “príncipes,” integrada por los privilegiados hijos de los líderes históricos, a la que pertenece el presidente Xi. La de las juventudes del Partido, compuesta por líderes de origen más humilde, a la que pertenece el primer ministro Li.

Mediante esta fórmula, la élite gobernante ha solucionado el traspaso de poder en una década crítica, que verá la China convertida en la primera economía del mundo, aunque no en términos per cápita, y en indiscutible poder militar, con capacidad para proyectarlo con la botadura del primer portaviones, el Liaoning, causa del viraje estratégico de Estados Unidos hacia el Pacífico.

Sin embargo, la cuidadosa puesta en escena del pasado congreso revela que los nuevos líderes enfrentan una situación doméstica compleja. La referencia a la corrupción  por el presidente saliente Hu Jintao debe valorarse, por su referencia sutil a la caída de la Unión Soviética, al afirmar que la corrupción podría hacer sucumbir al partido junto al Estado. Y la situación no llama al optimismo.  La esposa de uno de los líderes más importantes del país, el populista Bo Xilai,  fue condenada por el asesinato de un empresario británico en un juicio exprés antes del congreso, evidenciando un mayúsculo escandalo de corrupción en Chongking.

En adición, los nuevos líderes deberán enfrentar otros importantes retos. La creciente desigualdad social en un estado nominalmente marxista; la contaminación por efluentes químicos de ríos y suelos en un país que debe alimentar el 20% de la población mundial, con el 10% de la tierra cultivable y el 7% del agua potable; la gravísima polución del aire en las mega-ciudades como Chongking, Chengdu, que ha provocado protestas; unas prácticas laborables durísimas; y el reto de controlar una sociedad conectada, con el mayor número de internautas del mundo.

Y como si fuera poco, las relaciones de la emergente China con los Estados Unidos, la madura superpotencia que le abrió su mercado, tal como lo hizo con sus antiguos rivales Japón y Alemania, buscando crear una interdependencia que condicionara las acciones de ambos por sendas más constructivas. Sin embargo, la administración Obama demanda un cambio de modelo que priorice el consumo interno y la apertura política en China.

Los nuevos dirigentes tendrán el reto de introducir cambios sin desestabilizar el régimen y los Estados Unidos tendrán el reto de impulsar cambios procurando que una China estable colabore en solucionar conflictos. Este complicado baile de tango parece obligar a las dos partes a no separarse demasiado.

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