La escuela pública dominicana

Un nuevo desafío laboral me coloca dentro del sistema  educativo público de nuestro país. Esto ha tocado la propia sensibilidad  profesional y humana, trascendiendo a un desafío casi existencial, pues le atañe a un alma de ciudadana y de maestra.

Un nuevo desafío laboral me coloca dentro del sistema  educativo público de nuestro país. Esto ha tocado la propia sensibilidad  profesional y humana, trascendiendo a un desafío casi existencial, pues le atañe a un alma de ciudadana y de maestra.

Las escuelas públicas dominicanas, son realidades muy complejas, que denuncian con fidelidad la pobreza y la vulnerabilidad de sus entornos: una calle empolvada, un camino agreste, una vegetación escuálida rodeada por un colmadón ruidoso, una banca concurrida, ventas de “yaroas”, quipes y otras variedades de la cultura culinaria popular. Son escuelas con estructuras descuidadas, aún las más nuevas luciendo grietas y filtraciones que no reflejan el tiempo, sino la irresponsabilidad de sus constructores.

Al entrar al recinto escolar, se observan sus murales versátiles… Estuve leyendo recientemente uno de éstos con recortes de noticias de la precampaña del Presidente Danilo Medina; y vaya qué sorpresa, otro que estaba repleto de frases de la autoría del “Padre de la democracia dominicana”, Joaquín Balaguer.

Son aulas llenas de calor humano, de calor físico. Algunas intentan estar letradas o matematizadas, como les  enseñamos desde el programa de intervención donde trabajo. Hay muchos maestros tristes, cansados de llevar su vida a cuestas, repitiendo una lección que les parece aburrida a ellos y a sus niños. Algunos, indiferentes o entretenidos en otra actividad  que les puede ser más lucrativa o motivadora. Otros, tal vez menos en número, pero contagiantes, disfrutando su lección: comprometidos, sembrando esperanzas, regalando afectos, luchando por vencer su ignorancia, por dejar la pobreza en que los ha sumido el abandono de décadas en que ha estado la educación  dominicana y el consecuente desprestigio de su clase magisterial.

Niños mulatos y negros; dominicanos y haitianos compartiendo ansiedades, abandono, violencia, riesgos; también compartiendo la aspiración  de que esto no será para siempre. Unos niños soñando con ser doctores  o ingenieros -ninguno me ha dicho que quiere ser maestro– otros u otras declarándome abiertamente que van a ejercer el oficio más viejo del mundo – la prostitución – y otros oficios no convencionales que la calle les  enseñó que son altamente rentables en esta sociedad posmoderna.

Esa escuela deprimida que promete poco, que no genera confianza, es la que nos toca cambiar.

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