¡Esos policías!

Cuando uno o varios agentes policiales cometen una tropelía, un abuso de esos incalificables, hablamos de los excesos de la Policía, de la violencia policial.

Cuando uno o varios agentes policiales cometen una tropelía, un abuso de esos incalificables, hablamos de los excesos de la Policía, de la violencia policial. Cuando uno o varios policías extorsionan a una persona o participan en un asalto, no hablamos de la acción de la Policía, sino de uno o varios de sus miembros. En cualquiera de los escenarios, el nombre de esa institución de servicio público queda embarrado. La imagen rueda por el suelo. Tratar de levantarla cada día es muy difícil.

Pero ¿qué pasa? Que las personas contratadas o “reclutadas” por la Policía reciben malas herramientas. Es muy evidente que no se les forma para servir a los ciudadanos. El orden es sinónimo de violencia y el sentido de la ley es el que imponen bajo la fuerza que dimana del uniforme. En fin, que la Policía no tiene forma de enmendarse porque todavía sigue bajo la misma cultura opresiva. Se sienten como si fuesen la Constitución misma y resumen en sí los tres poderes del Estado.

Esto no puede continuar. Y la queja se destapa de tantos aguijonazos que sufre la población de agentes abusadores, con pronunciada vocación criminal, al amparo del uniforme.

¿Cómo es posible que un muchacho, padre de familia, que regresa a su casa después de una larga jornada laboral, de esfuerzo propio, termine asesinado por una patrulla que lo mandó a detener? Que por el simple hecho de no detenerse, lo siguieran hasta la puerta de su casa, lo detuvieran, lo esposaran y le dispararan a matar, después de reducirlo a obediencia e introducirlo al vehículo. Y encima de todo, frente a la gente, ante el reclamo de la esposa y de su suegra, también le dispararan a ambas.

Todo eso es desgarrador. Con razón esa policía violenta, tiene que aparecer en los informes de Amnistía Internacional, merecidamente. Conmueve cómo mataron a Freddy Antonio Florián Martínez, y cómo hirieron a su esposa y a su suegra.

¡Qué horror! l

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