Promiscuidad, sexualidad temprana, drogadicción, violencia doméstica, matizan el día a día de las familias en nuestros barrios, amén de la limitación material. Las comunidades cristianas juegan un valioso rol de acompañamiento familiar ante esos flagelos; contribuyen también ONGs. El Estado es el gran ausente de la problemática intrafamiliar. Acciones de asistencialismo gubernamental están muy lejos de las políticas que hacen falta para fortalecer integralmente la familia. Básicamente son actividades diferenciadas de la educación formal, aunque ambas se complementan, orientadas a afianzar valores éticos y resiliencia. Dolorosamente no existe criterio ni visión. Dejadas a la buena del viento, nuestras familias sobreviven bajo el “sálvense quien pueda”. Débil la familia, lejos seguirá la aspiración de una sociedad dominicana mejor.

Familias pobres, familias desintegradas. Es un círculo vicioso: Insatisfechas las necesidades de los miembros, la familia no funciona como núcleo social básico. Las políticas públicas de combate a la pobreza, acceso a salud y educación, repercuten positivamente en la institución familiar. El Estado debe también apoyarla. Por ejemplo, fomentando el afecto intrafamiliar. Jóvenes pobres con infancias amorosas, forjan más resiliencia. Inciden menos en consumo de drogas o delincuencia. Atendiendo esto, en algunos países se desarrollan programas comunitarios orientados a que niños de estratos económicos bajos crezcan en amor familiar. Una creativa iniciativa que nuestros gobiernos pudieran considerar ejecutar. A veces las grandes soluciones empiezan en acciones pequeñas.