La Fiesta brava de Hemingway (2)

Brett se reparte generosamente en besos, leche y pan entre los miembros del grupo y un torero, y es motivo de discordia permanente, pero es parte esencial del grupo que le perdona todo, menos su breve relación con el judío Cohn. A primera vista,…

Brett se reparte generosamente en besos, leche y pan entre los miembros del grupo y un torero, y es motivo de discordia permanente, pero es parte esencial del grupo que le perdona todo, menos su breve relación con el judío Cohn. A primera vista, parecería entonces que la antipatía y rechazo que provoca Cohn son por razones de celos, o de envidia quizás. Pero no basta. Para el grupo Cohn es un patán sin dignidad, no se respeta a sí mismo y es también un poco masoquista, uno que se divierte sufriendo. Es un “minus habens” (un mediocre de escasa capacidad mental), es molestoso, es ridículo, es patético, un bueno para nada, un fortachón sin gracia, sin espíritu, idiotizado por infinitas y desordenadas lecturas.

El juicio sobre el comportamiento de los demás con relación al judío recalcitrante, no debería ser tan negativo si se tienen en cuenta estos rasgos de su personalidad. Sin embargo, aún llevando al límite del absurdo el peso de este argumento, todo lo demás conduce al tema racial. Se diría que lo que resulta verdaderamente insoportable e imperdonable in Cohn es la raza.

Incluso “la objetiva impersonalidad de la narración” (que alguien podría citar para descargar a Hemingway) está comprometida, puesta en duda por el hecho de Jake Barnes es  un portavoz de Hemingway (de hecho, es imposible no reconocer a Hemingway en Jake Barnes). No es casual que a través de este personaje Hemingway trate de explicar, sin mucho éxito, la aversión por el judío. Alguna vez Jake Barnes sentirá fuertes remordimientos de conciencia, pero no podrá superar su sentimiento de desprecio hacia Cohn de muchas maneras.

¿Por qué? Aparte de su raza Cohn es alguien a quien no le gusta la bebida y no le gustan las corridas. Para sus compañeros de juerga, inscritos en una especie de círculo exclusivo esto lo convierte en en un ser despreciable. De estos personajes y de tantos otros personajes de Hemingway puede decirse todo lo que dijo Alberto Moravia en su artículo “El coronel Hemingway” a propósito del coronel Cantwell y de la condesita Renata (protagonistas de “Más allá del río y entre los árboles”):

“Cantwell y Renata, como algunas parejas de D’Annunzio, se pasean por el mundo con un sentido evidente de privilegio y de desprecio. Su amor es el amor de dos personas fuera de lo ordinario, casi se podría decir de un superhombre y de una supermujer. Son el último coronel y la última condesa. Aparte de ellos no hay más que pequeños burgueses burocráticos e intelectuales de raza inferior con espejuelos”.

A posteriori, una escena de redención permitirá justificar la actitud despectiva contra el judío porque Cohn terminará dándole una golpiza tanto a jake como a Mike, como al  joven torero al que encuentra en la cama con Brett. El desprecio de Mike y Jake es merecidamente castigado y todos se podrán sentir con la conciencia limpia, tranquila. El judío Cohn se convierte en un personaje brutal pero ya no ridículo, y naturalmente desparece casi de inmediato de la escena.

El tema que a mi juicio es más importante en la obra es el tema de la impotencia, no sólo la de tipo sexual, no sólo la de Jake. La historia describe a personajes en un momento de crisis (si acaso la vida de seres semejantes no está siempre en crisis). Los  protagonistas principales se mueven a la deriva, se “divierten”, pronuncian “discursos de borrachos, y se refugian en el sarcasmo, el cinismo, usan frases hirientes (menos Cohn que es la víctima y Brett que no brilla por su inteligencia) como si fuera una tabla de salvación. Son verdaderos hollow man, gente hueca, vacía. Su impotencia es de tipo existencial, se ahogan en el vacío de la cotidianidad, falta en ellos cualquier sentido de la existencia, no tienen ideales,  un propósito que alcanzar. Todos sus valores están en crisis, no saben que hacer con el dinero y con su libertad. No poseen siquiera una certidumbre interior, viven al día. En su presente se mide el tiempo al son de borracheras, su futuro es más que desolado, en el pasado anida el fantasma de la guerra. Solamente son capaces de programar las vacaciones, las fiestas, se dejan arrastrar por la corriente.

Incluso Jake Barnes, a pesar de su aparente distanciamiento y a pesar de su sangre fría, es un personaje desolado, apegado como los demás a una especie de amor que se le escapa, un amor fugitivo, que huye de todos los demás.

Jake Barnes es, como sus compañeros de juerga, impotente frente a la vida. Sin embargo parece tener una ventaja sobre los demás. Tiene conciencia de sí mismo y por lo tanto podría estar destinado a salvarse de alguna manera. Jake, al final, está enfermo, amargado, desilusionado, y lo confiesa abiertamente.

Pero se diría que precisamente las decepciones, los tropiezos lo han hecho más fuerte, aunque no más lúcido y maduro. Su fracaso entraba desde el principio en el orden de sus cálculos y previsiones. Lo acepta, por lo tanto con estoicismo y se resigna a vivir a medias su vida “porque nadie vive jamás toda la propia vida, salvo los toreros”.

En el extremo opuesto, desde este punto de vista, se encuentra la libidinosa Lady Brett Ashley. El narrador se emplea a fondo (aunque con extrema sutileza, con discreción, con palabras casi nunca dirigidas en contra suya) para presentarla en toda su mezquindad, como una perfecta cretina. Brett es la típica mujer fatal, vocacionalmente ninfómana, más institiva que intelectual, más vaginal que pasional, insegura, inestable, sin verdadero contacto con la realidad, egoísta, egocéntrica, colocada idealmente en el centro del universo e incapaz de pensar en los demás, que los otros sufran y tengan problemas como ella. Para el judío Cohn ella es una especie de Circe moderna que convierte a los hombres en puercos. Vive siempre inútilmente en busca de sí misma y no puede prescindir de admiradores y acompañantes para confirmar su femineidad. Se siente ocasionalmente atraída por cosas exóticas como, por ejemplo, un torero.

Es en verdad una implacable y desilusionada cazadora que se reencuentra siempre con las mismas emociones que conocía, una víctima del fastidio que le proporcionan los deseos fácilmente asequibles. (“Supongo que ella quería solamente aquello que no podía tener”, dirá Jake Barnes en un momento de sufrida lucidez. Brett permanece en el fondo en el estadio infantil del niño que desea siempre un juguete nuevo. Su limitación más grande consiste en su incapacidad para establecer una verdadera relación humana y no solamente hormonal. De cualquier manera no puede decirse que Brett sea una persona fallida porque no ha tomado conciencia de sus fallos o por lo menos no tiene una conciencia clara de los mismos. Un mecanismo de autodefensa la protege de la realidad. Ella no se reconoce ni siquiera frente al espejo.

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