La fiesta brava de Hemingway (3)

Otro personaje emblemático de “Fiesta”, Mike Cambells, logra de alguna manera sobrevivir a la derrota, al tedio de aquella vida disipada, quizás porque está derrotado de antemano.

Otro personaje emblemático de “Fiesta”, Mike Cambells, logra de alguna manera sobrevivir a la derrota, al tedio de aquella vida disipada, quizás porque está derrotado de antemano. Es un personaje ambiguo, incoherente (nihilista más que los demás) jura que está acostumbrado a los cuernos, pero su antipatía por quienes lo han cornificado parece desmentirlo. De un modo u otro, su derrota parece ser una especie de victoria secreta, como la de Jake Barnes. Él se jacta de ser un tipo en bancarrota porque alguien que está en bancarrota es alguien que “paga siempre” (tesi fundamental de “Fiesta”) y este hecho es sin duda interpretado por él como una forma de honesta superioridad en relación a aquellos que no están en bancarrota precisamente porque no pagan siempre.

“Estoy en bancarrota”, dice y repite con orgullo, y aparentemente se toma las cosas con filosofía. Pero es sólo una pose. Lo que lo delata es su prurito maníaco de dar grandes propinas para impresionar a quienes lo sirven. Penoso gesto ritual con el que intenta recobrar el sentido de su perdida bonanza.
En un primer momento se dificulta entender qué papel desempeña en “Fiesta” un personaje como Bill Gorton (escritor al igual que Cohn). Después se descubre que es bastante revelador, peligrosamente revelador de lo que será la futura dirección de la vida de tantos personajes de Hemingway y del mismo Hemingway. En cierto sentido puede ser considerado como un tipo de complemento o de alter ego de Jake Barnes. Gorton, en cierta forma, representa un modelo de intelectual “positivo”, naturalmente contrapuesto al modelo de Cohn (furiosa fue la polémica de Hemingway contra los intelectuales de cierto género).

El tema de la guerra, que se entreteje con el tema de la impotencia, asume en este personaje características peculiares. Para todos los demás personajes de “Fiesta”, la experiencia de la guerra fue traumática, un infortunio personal. Bill Gorton, en cambio, es uno que participó en la guerra y se divirtió guerreando. Esta es su nota distintiva (“No me divertía tanto desde los tiempos de la guerra”). La violencia es para él una vocación natural, en la guerra se ha encontrado a su gusto (quizás se ha encontrado a sí mismo) y la recuerda con emoción, si no con alegría. La pesca, la corrida, la caza no serían más que sustitutos o paliativos inocuos de la guerra.

Dice Carlos Pujol, en el prólogo a una edición cubana de “Fiesta”:
“Todos viven así el infierno en la tierra, cifrando su felicidad en lo que no pueden tener, tratando de exorcizar sus frustraciones por medio del alcohol, el sexo, el peligro, las retahílas de juramentos, las riñas entre sí, en medio de una fiesta que será tan brillante y efímera como los globos iluminados que el pirotécnico municipal lanza al aire para anunciar el fin de los Sanfermines. Pero la mayor parte de las tragedias humanas apenas cuenta en el conjunto de un universo indiferente que sigue su marcha y en el que siempre vuelve a salir el sol y vuelve a ponerse para salir una vez más, mientras pasan las generaciones. La noción de la insignificancia y de la soledad del hombre en el mundo y frente a él, quedaba claramente aludida con el título, que quería indicarnos que la historia iba a tratar de algo más que de una simple anécdota de unas vacaciones españolas.”

La guerra, por lo tanto, pero también la violencia y la disipación entendidas como evasión, como reacción al vacío existencial, como respuesta a las estrecheces del ambiente, a la moralidad de la época: He aquí “el vicio absurdo” de los protagonistas de “Fiesta”. Y no podía ser de otra manera. Asfixiados moralmente por una cierta atmósfera social, por un cierto modus vivendi, reaccionan al absurdo de su entorno en un modo igualmente absurdo. Impotentes o castrados, han perdido el sentido del “valor de las cosas”: giran en el vacío. No hay lugar aquí para el optimismo, aún si continúan riéndose, bromeando, bebiendo. El panorama es gris, escuálido. La idea de las relaciones humanas que se desprende de la historia es completamente negativa. Incluso en boca del personaje más puro (cuya vida parece determinada por el preciso ritual de su “arte” de matador) escuchamos palabras desconsoladas. “¿Siempre matas a tus amigos”, le pregunta Brett. “Siempre”, dice el torero- en inglés y ríe. “Así ellos no me matan a mí”.

En otro pasaje, Jake Barnes dirá palabras tan inquietantes como desangeladas: “Todos se comportan mal. Denles sólo una oportunidad”. Pero lo que parece ser el verdadero leitmotiv de “Fiesta (y que supone una concepción de la vida basada en una feroz mercantilización de los valores del espíritu) sale a flote en palabras de varios personajes: “Todo lo que hace se paga”, dirá Brett a Jake Barnes, y más adelante él mismo hará un resumen (impecable pieza teórica) de su filosofía: “Yo tuve cosas por las que no di nada en cambio. Esto sólo retrasaba la presentación de la cuenta. La cuenta llega siempre. Esta es una de las cosas fantásticas sobre las que se puede siempre contar.” Amor, simpatía, amistad y cosas del género son concebidas a la medida de una relación de intercambio comercial.

Aún sin querer forzar el sentido de las implicaciones de tipo histórico social, lo menos que puede decirse es que el comportamiento, el modo de ser de estos exilados-turistas es sobre todo típico de un grupo social con pretensiones de élite. Una infortunada fórmula omnicomprensiva pretende hacer de “Fiesta” la “novela de la generación perdida”, como si esta etiqueta bastase por sí sola para exorcizar al demonio que la habita, lograr mostrarlo en toda su multiforme corporatura y en su relación compleja con las tensiones de la época. “Fiesta” no puede ser absolutamente “la novela de la generación perdida”. Si acaso, y muy limitadamente, es la novela de un segmento de clase perdido o por lo menos muy desorientado.

Cada personaje recibirá de las vacaciones una lección diferente, menos Bill Gorton, que sólo se ha divertido. Brett Ashley terminará refugiándose naturalmente en un sueño, un espejismo. “Nosotros hubiéramos estado siempre bien juntos”, dirá a Jake Barnes, cerrando los ojos, como si la oscuridad de los párpados pudiera de algún modo protegerla. En respuesta, Jake Barnes parecerá por un segundo secundarla: “Sí, es lindo pensar así”. Pero él sueña con los ojos abiertos y todos sus sueños y sus riesgos son calculados. Mike Cambell, por su parte, seguirá fingiendo ser el tipo despreocupado y estoico, y continuará el camino de su vida sin perder la compostura ni la coraza de cínismo. En fin, el judío Cohn, una vez llegado al límite de su paciencia tratará de resolver sus varios complejos y frustraciones por medio de la violencia, propinando -como ya se vió- en la misma noche una tremenda golpiza a sus “amigos” Jake y Mike, así como también al juvenil torero que, a pesar de su habilidad para enfrentarse a los toros, no sabe defenderse de los puños de Cohn y sucumbe un poco cómicamente.

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