El fin de la recuperación

La rápida devaluación del peso en el mes de agosto fue sorpresiva. Los factores más frecuentes que empujan este tipo de episodios tales como una intensa expansión monetaria o fiscal, nerviosismo económico o un shock externo, no estuvieron presentes.&

La rápida devaluación del peso en el mes de agosto fue sorpresiva. Los factores más frecuentes que empujan este tipo de episodios tales como una intensa expansión monetaria o fiscal, nerviosismo económico o un shock externo, no estuvieron presentes. Es cierto que durante los últimos tres meses la economía se reactivó, y con ello seguramente creció la demanda de divisas para importaciones, pero difícilmente eso empujó una devaluación como la registrada.

Detrás de la mini-corrida cambiaria estaban operando factores no evidentes. El Banco Central sugirió que se trata de fuerzas similares a las que han producido las devaluaciones en otros países como la salida de capitales vinculada a la incipiente reactivación económica de Estados Unidos, y al previsible aumento de las tasas de interés en ese país. El argumento es verosímil pero para convencer, se necesita más evidencia.

Una reacción de las autoridades cambiarias era esperable y necesaria, más que nada para evitar que la situación se volviese muy inestable. Sin embargo, la intensidad de la respuesta fue también sorpresiva. El Banco Central respondió con dos movimientos. Primero, en un giro drástico, incrementó la tasa de política monetaria, es decir, la tasa a la que el banco presta recursos al sistema financiero, en 200 puntos básicos, es decir, de 4.25% hasta 6.25%. Esto es un incremento de casi un 50%. La última vez que vimos un aumento de esa magnitud fue en 2003 en el marco de la crisis bancaria. Segundo, anunció venta de divisas en el mercado cambiario por hasta US$200 millones.

Mientras la venta de reservas es razonable, el aumento de la tasa de política monetaria, por lo menos en la magnitud en que se hizo, es muy cuestionable porque tiene severas consecuencias sobre el crecimiento de la producción y el empleo. Ese aumento va a implicar un incremento de todas las tasas de interés en el mercado, va a contraer la inversión, va a reducir la demanda en toda la economía y el ritmo de crecimiento económico, y va a incrementar la tasa de desempleo y a reducir las oportunidades de negocios. En pocas palabras, el Banco Central mató la incipiente recuperación de la actividad económica. Es innecesario negar eso.

Detrás de la extremada reacción está una visión y unos objetivos de política que deben ser abiertamente confrontados, y es la obsesión por un tipo de cambio cuasi-fijo. A lo largo de los últimos años, el objetivo verdadero del banco ha sido mantener un dólar barato. Eso ha alimentado una percepción errónea y dañina, ayudada por los episodios de devaluación violenta que han marcado la conciencia colectiva, que un precio bajo y fijo de la divisa es sinónimo de sanidad.   Esa política, sostenida en base a deuda externa y otros flujos, y en base a altas tasas de interés, ha contribuido a ahogar la producción, porque ha sostenido importaciones baratas, y ha encarecido las exportaciones y la inversión.

El predominio de esa visión se hizo nuevamente presente, y se impuso sobre el resto de los objetivos de un gobierno que dice apostar por el empleo y la calidad de vida de las personas. Al Banco Central se le vio el refajo, y evidenció que cuando de tasa de cambio se trata, poco le importa el empleo. Caben varias preguntas. ¿Qué tan malo es un tipo de cambio de 44×1 o 45×1 en vez de 43×1? ¿Acaso no es más sano un dólar un poco más caro pero con menos desempleo? ¿Quién manda realmente, y cuáles son los verdaderos y últimos objetivos de la política?

La independencia de la burocracia del Banco Central no puede ser entendida como un permiso para deprimir la economía cuando lo crea conveniente, sacrificando los objetivos de un gobierno electo, máxime cuando la inflación, objetivo primario de esa institución, está bajo control. Nadie quiere un banco central débil, pero uno que se imponga sobre el resto del gobierno, y que su objetivo último sea el tipo de cambio, es mucho peor.

Ojalá que la cordura con la que se actuó en mayo en respuesta a la recesión retorne en breve, que los objetivos del Banco vuelvan a sintonizar con los del resto del gobierno, y que el episodio no pase de ser una bravuconada para espantar a miedosos y aprovechados.

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