Haití, otra vez Haití

Tras aquel inolvidable enero del 2010 para Haití, igual que gran parte del mundo, los dominicanos nos formulamos tantas preguntas en torno al destino de un país asolado no solo por un terremoto que de forma despiadada despedazó su principal capital,&#8

Tras aquel inolvidable enero del 2010 para Haití, igual que gran parte del mundo, los dominicanos nos formulamos tantas preguntas en torno al destino de un país asolado no solo por un terremoto que de forma despiadada despedazó su principal capital, sino también por el oportunismo, la desidia deliberada y por la debacle de una clase política en desbandada.

Sí, eran muchas las preguntas, pero escasas las respuestas. Y aún son escasas. Particularmente, me preguntaba qué pasaría con Haití después de que la prensa se marchara; cuando las calles quedaran libres de escombros y la gente volviera a pulular por ellas, como antes: sin mañana, sin esperanzas…sin expectativas.

Qué pasaría cuando los que debieron hacer y no hicieron nada para reconstruir su futuro abandonaron su misión pasajera. ¿Por qué estos misioneros esperaron la hecatombe para planificar la vida de un pueblo de eternos sobrevivientes?

Qué pasaría con esas familias, destrozadas por la muerte inmisericorde de sus hijos aplastados entre piedras y polvo. Qué pasaría cuando la ayuda humanitaria se desvanezca en medio de la angustia sin fin de todo un pueblo condenado al sufrimiento.

Qué pasaría cuando la solidaridad abandone sus ruinas y tome vuelo hacia la tierra donde mana leche y miel. Qué pasaría cuando los cables dejen de emitir despachos de prensa cual boletines en temporadas ciclónicas
Qué pasaría con esos pálidos rostros mirando de lejos el carnaval de cinismo y exhibicionismo de poder, restregado con descaro y sin reparos en la dignidad humana.

Qué pasaría con un país sin fuentes de empleos, sin empresas, sin industrias, sin dueño ni autoridad comprometida. Qué pasaría con una nación que come porque otros les dan de comer. Qué pasaría cuando los constructores levanten la casa de Gobierno y queden rodando los sueños de un pueblo hambriento, desnutrido, enfermo, olvidado, repudiado, rechazado.

Qué pasaría con esta parte de la isla, que dijo presente no para quedar ausente sino para cumplir con su vocación de nación humanitaria, solidaria y sensible ante las penurias de sus pueblos hermanos.

Qué pasaría cuando las cumbres, cónclaves, seminarios y encuentros nacionales y transfronterizos terminen como siempre: sin resultados prácticos y con documentos y protocolos desempolvados solo en tiempos de mucha lluvia, sequías interminables, violencia desbordada o como aquel terremoto feroz, implacable.

Qué pasaría cuando “los grandes” vuelvan a sus parcelas y desatiendan el escenario que sería luego objeto de pleitos por asumir el control y el protagonismo. Quién ganaría la subasta de quién da más sin verdaderamente ofrecer nada. Y, quién ganará la batalla mediática expresada en un vaivén incesante de informaciones interesadas.

Preguntaba, entonces, qué pasaría con Haití, cuando despierte del cataclismo y emerjan con fuerzas los buitres de siempre, para hacer lo que siempre han hecho: saquear, devastar y aprovecharse de la suerte de un pueblo que nunca ha sabido reponerse.

Cinco años después, mis inquietudes siguen insatisfechas. Pero casi llego a la conclusión de que las respuestas están directamente vinculadas a conductas tan irreflexivas como su reciente decisión de prohibir la entrada de 23 productos comercializables con su vecino solidario.

Estoy casi convencida de que, si sigo inquiriendo, hallaré respuestas a mis preguntas en la convicción de que Haití será incapaz de definir su futuro mientras sea recurrente en semejantes absurdos, a veces propios y otras veces inducidos. 

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