Dos grandes dijeron lo siguiente: “Ganar no es todo. Es lo único que importa”. “Después de respirar lo más importante es ganar. Primero respirar, luego ganar”. La primera frase pertenece a Vince Lombardi. La segunda a George Steinbrenner.
Que nadie se equivoque: obtener el campeonato es la meta en cualquier deporte y los que dicen adiós sin probar esa miel, no tienen más remedio que cargar con esa cruz el resto de sus días.
Los Celtics poseen méritos para regalar en la NBA por sus 17 coronas. Tienen luminarias, pero sin los cetros la historia fuese otra.
Cuando se habla de Águilas, Licey, Lakers, Real Madrid, Barcelona, Brasil, Alemania, entre muchos otros, lo primero que llega a la mente es el sentimiento de que se ha ganado, se ha gozado.
La pasada semana, Michael Jordan puso en el tapete un tema que causó ronchas en la parcela de los que siguen a LeBron James y alegría en la bancada de Kobe Bryant.
Discutir que LeBron es el mejor del planeta es querer bajar a pedradas una estrella fugaz, parafraseando a Ricardo Arjona.
Lo que entiendo del mensaje de Jordan es que si aún la carrera de LeBron no se puede comparar con la de Kobe, punto aceptable porque lo James apenas comienza la escalada a su punto cumbre, mucho menos apunten a la figura más encumbrada que se ha visto en una cancha en la historia de la humanidad.
Michael le dejó saber a todo el que viene detrás que su legado se nutre de campeonatos. Kobe quiere su sexto anillo para al menos decir que tiene los mismos que el ídolo de generaciones. Bryant sabe que por más puntos que enceste no estará a la par del jugador que fue el número 23.
LeBron se encamina a dejar su sello como el mejor talento individual en los anales del juego. En eso superaría a Michael Jordan. Si en unos años tengo que escribir que Kobe es segundo de James en términos de carrera, que así sea.
Pero dejen esas teorías sobre ganar. Donde Bill Russell, Jordan, Kareem, Magic Johnson y Larry Bird pisan, Karl Malone, Charles Barkley y Patrick Ewing, entre otros, se quedan fuera.
