La violencia, que ocupó nuestra atención ayer por el asesinato de Cutá Pérez y por tantos inocentes desconocidos que mueren cada día a manos de desalmados, de nuevo nos obliga a mayores reflexiones. Porque estamos ante un mal generalizado, del que forman parte los llamados a combatirlo, los policías, que también son multiplicadores de la violencia. Y a veces, simplemente la generan.
Una cuestión complicada. Mientras más se incrementa la violencia delincuencial, la sociedad en general se torna menos sensible a la que provocan quienes desempeñan roles de poder, autoridad o control. Porque los criminales nos han llevado a un estado de ánimo en el que no sabemos si aprobar o rechazar los excesos de la Policía cuando acribilla a un delincuente real o supuesto. ¡Qué dilema más grande!
Parecería que no tenemos manera de recomponer todo esto, de recuperar la paz perdida, la seguridad en las calles, en las casas, en todos los lugares, y nos aventuramos por un camino que sugiere que estamos en una guerra civil de baja intensidad entre buenos y malos. A veces no sabemos con propiedad dónde están unos y otros. Lo que está claro es que en medio están los inocentes, las víctimas.
Y nos preguntamos de nuevo: ¿Podemos recuperar la paz? Nos atrevemos a decir que sí, en medio del mar de sangre. La sangre de los inocentes, la sangre de los policías en servicio y la sangre de los propios criminales que mueren frente a la “firmeza policial”, que sólo en esta semana se ha llevado ocho vidas.
La sociedad, en medio del desaliento, tiene que emplearse en la búsqueda de la paz, con un fuerte liderazgo del poder, que tiene, insistimos, que estructurar y perfeccionar una política anticrimen, y una ciudadanía proactiva dispuesta a levantarse para detener la hemorragia.
No debemos dejarnos vencer. Juntos podemos. República Dominicana tiene que continuar siendo tierra de paz.
