Hoy, igual que ayer

Hay hombres incomprendidos cuya fortaleza consiste en resistir, y no en arrebatar. Si bien consideramos fuertes aquellos cuyo carácter es avasallante, en ocasiones no pensamos lo mismo de otros, que debido a su fortaleza interior, por ende discreta&#8230

Hay hombres incomprendidos cuya fortaleza consiste en resistir, y no en arrebatar. Si bien consideramos fuertes aquellos cuyo carácter es avasallante, en ocasiones no pensamos lo mismo de otros, que debido a su fortaleza interior, por ende discreta y poco visible, son capaces de resistir la mayores adversidades. En realidad, el comienzo de nuestra historia republicana se debatió entre esos dos tipos de personalidades.

De acuerdo a Rufino Martínez, Santana representó aquellos que han “dominado o triunfado como productos naturales del medio; por eso, sin ser obstáculo los procedimientos crueles, no les ha faltado admiración popular, acompañada a veces de honda simpatía”. Ramón Lugo Lovatón lo describió como un hombre de “poca cultura, pero fuertemente intuitivo; hombre de tres, o cuatro ideas claras, basó con energía su dictadura en el aforismo, desnudo y doloroso, que reza: La fuerza hace la ley.”

Sin embargo, Duarte quien, de acuerdo a Víctor Garrido, poseía una capacidad para el sacrificio que rayaba en el heroísmo, “fue blanco de la rechifla pública, del insulto grosero, de la imputación infame”, tal como escribe Juan D. Balcácer citando a Peña Batlle. Recientemente un político-psiquiatra lo calificó de “casi asexuado”.

Al juzgar a los hombres es importante analizar cómo terminan sus recorridos. Y Santana lo terminó maltrecho. Su propiciada anexión lo llevó a recibir órdenes, que tardía y vanamente intentó desobedecer, pues había decidido arrodillarse.
La reina Isabel lo compensó otorgándole un marquesado. ¡Vaya Marqués! Hay una significativa ridiculez en todo eso, que no causa risa, por lo trágico. Empero Duarte murió como vivió, sin ceder en su anhelo de libertad y ofreciendo su sangre para defenderla, pues al final de sus días exclamó: “Por desesperada que sea la causa de la Patria, siempre será la causa del honor, y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre”.

Pero hoy, igual que ayer, muchos infravaloran a Duarte y, también a Bosch, quienes se mantuvieron firmes en sus principios, pues su demostrada virtud cívica molesta a no pocos. Y es que prevalece entre nosotros la vieja costumbre de arrebatar en unos, y de arrodillarse, en otros. Hoy igual que ayer, semejante actitud nos conduce a una posición de debilidad, que compromete nuestra independencia, pues nuestras frecuentes infracciones, resultado de una falta de fortaleza interior para respetar principios y a los demás, propicia un tutelaje externo. Y es que si deseamos ser verdaderamente libres, debemos pagar el precio de la libertad, ejercitando la fortaleza interior de Duarte, De Gaulle, Mandela y Gandhi. Concluimos afirmando que se hace necesario seguir a Bosch, quien afirmó: “La libertad es un bien que no se puede poner en peligro por debilidades…” y que un país pequeño solo puede engrandecerse “por el amor, por la virtud, por la cultura”.

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