El jardín de los fugitivos y otros infiernos

El jardín de los fugitivos es el nombre poético que se le da al lugar de un lúgubre descubrimiento arqueológico en la ciudad de Pompeya. Uno de los tantos lúgubres descubrimientos. En el mismo hubo alguna vez un huerto o un viñedo en el que…

El jardín de los fugitivos es el nombre poético que se le da al lugar de un lúgubre descubrimiento arqueológico en la ciudad de Pompeya. Uno de los tantos lúgubres descubrimientos. En el mismo hubo alguna vez un huerto o un viñedo en el que se encontraba hace dos mil años un grupo de personas que trataban de escapar inútilmente de la furia del Vesubio. Unas trece personas (hombres, mujeres, niños, un perro) que fueron enterradas en cenizas volcánicas y piedra pómez durante siglos. Hasta el día en que los moldes de yeso en el lugar que ocupaban sus despojos revelaron al mundo el espectáculo de su agonía:

“La presión fue tan fuerte / que desató explosiones muy violentas / esas nubes de fuego, al enfriarse, / cayeron como lluvia de cenizas, / y así se sepultaron las ciudades / que emergieron más tarde, talladas en el tiempo, / de tiempo y fuego al fin, endurecidas: / Pompeya y Herculano / eternas como piezas de un gran juego / más allá del estruendo del Vesubio. /Un rugido de furia subterránea / y esas aguas viscosas descorrieron su oleaje de ardor, sílice, truenos / inundando las calles / atrapando los gestos susurrantes, / (poses de falso amor que ensayaban las lobas) / sobre un piso esmaltado, en los suburbios / o el trabajo de un hombre que empuñaba el martillo, / o una azada en el huerto, / estremeciendo al perro que su amo condenara / atándolo a la puerta de la casa, / y a Plinio que soñó que el mar ardía / de pie, sobre la playa. Fuego que sería piedra / y todo lo cubría, los cuerpos que intentaban escaparse / hacia el jardín penúltimo / (no hay refugio del cielo, no habrá, jamás, no hubo) / ni orando por tu muerte o por tu vida, / los amantes, apenas despegados -como en el mar del sueño que separa- / cada uno en su cárcel, / los niños con sus pasos, sin remedio, brevísimos, / los viejos con su ceño airoso o resignado / -no sorprende el dolor si se ha vivido años- / sorprende, sin embargo / si te ocurre pensarlo, si lo miras / desde este oscuro tiempo, en estos días, / ese parque de estatuas del pasado / exhibiendo ante el mundo / una fuerza latente y poderosa / capaz de unir en suaves vaivenes nuestras bocas / o descargar sin más, sobre todos nosotros / la fiereza del fuego, las navajas del viento, / la impiedad de las aguas, o el látigo del rayo”.

CUIDADO CON EL PERRO

Una de las criaturas más afortunadas de Pompeya fue el perro de la llamada casa del poeta trágico (también conocida como casa homérica o casa de la Ilíada). En ella se encontraron pisos con elaborados mosaicos y paredes revestidas con frescos que representan escenas de la mitología griega. Pero la obra que le ha dado más fama es un mosaico con la figura de un gran perro encadenado y una inscripción en latín (cave canem), que significa “cuidado con el perro”, mucho cuidado. Es el perro que recibía y todavía recibe a los visitantes a la entrada de la casa del poeta trágico. El perro de un mosaico que al cabo de un proceso de restauración, “con sus teselas limpias y una policromía recuperada… cubierto de un panel de vidrio transparente que permite su disfrute al tiempo que asegura su conservación”, luce ahora más vivo que nunca y sigue ladrando o gruñendo, enseñando los dientes, aunque condenado literalmente a cadena perpetua.

Al perro de Vesonius Primus no le fue tan bien. Vesonius huyó despavorido con su familia y dejó olvidado y encadenado al infeliz. El animal trataría desesperadamente de escapar, treparse por las paredes, librarse de alguna manera de la muerte, pero perdió la batalla, murió sobre su lomo, patas arribas, como se puede ver hoy en día: “el perro encadenado que agoniza con un último aullido”.

Otros moldes de yeso, otras estatuas “muestran con gran precisión el último momento de la vida de los ciudadanos que no pudieron escapar a la erupción. En algunos de ellos la expresión de terror es claramente visible… la matrona sorprendida por la muerte, mientras que trata de recuperar sus joyas, los hermanos abrazados, el padre que trata de proteger a su hija…”, el defecante que muere en el retrete cubriéndose la boca y la nariz con las manos.

Muchos afirman que, “contrariamente a lo que creían hasta hoy los expertos, las víctimas no sufrieron una larga agonía por asfixia, sino que perdieron la vida al instante por exposición a altas temperaturas, de entre 300 y 600 ºC”.
A la luz de los hechos, sin embargo, a juzgar por las expresiones de las víctimas, la teoría parece discutible.

De cualquier manera, Pompeya no es sólo una necrópolis, es un maravilloso complejo arquitectónico, un espacio privilegiado en el que alguna vez la vida sonrió a sus habitantes y en el mismo se encuentra, entre muchas otras, una joya arqueológica de valor inestimable:

“Pompeya es la única ciudad del mundo antiguo que conserva un burdel intacto, junto a decenas de frescos y estatuas de altísimo contenido erótico, materiales que los Borbones conservaron en el llamado ‘Gabinete secreto’ abierto tan sólo, durante siglos, para la contemplación de unos pocos. En época muy reciente, en el año 2000, fue abierta al público, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, esta excepcional colección de arte erótico, testimonio definitivo de las costumbres sexuales de la Roma antigua. Unas colecciones que centran la atención de curiosos y expertos del mundo entero”.

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