Se hace imposible vencer la tentación de exponer, aunque sea a grandes rasgos, algunas convicciones en torno al resultado de las elecciones del 20 de mayo último.
No pretendo reconocer como un gran logro de Hipólito Mejía y el Partido Revolucionario Dominicano el 46.95% que registra el cómputo electoral. Esa es una lectura que expondré en este espacio gracias a las vacaciones de Miguel Guerrero. Que el PRD haya ganado al Partido de la Liberación Dominicana 29 de las 32 provincias del país, independientemente y a pesar de la inequidad del proceso, deja mucho qué decir.
El hecho de que el director del Observatorio Político Dominicano, de la Fundación Global, Democracia y Desarrollo, señale que el voto perredeísta se concentró en los pueblos con menor incidencia de la pobreza, debe mover a la preocupación del oficialismo.
Además de demostrar que el PLD y el gobierno pescaron en la pobreza extrema, en el estudio se lee entre líneas que el oficialismo carece de base social de sustentación. De su sombra se ha alejado esa clase media que le dio razón de ser, mientras la clase alta mira con ojerizas a quienes sin otros medios de producción más que las facilidades del poder se han convertido en uno de los grupos más poderosos y ricos del país. Nadie puede afirmar que el 2.43% de diferencia obtenido por el oficialismo con respecto a la oposición son votos propios, pues las adhesiones compradas jamás guardan fidelidad.
Las elecciones del pasado día 20 y el mapa electoral resultante obligan al presidente electo Danilo Medina y los jefes del PLD a revisarse de arriba a abajo.
Con una marcada tendencia hacia la baja del PLD en el mercado electoral como partido, con más de un 64% de la población inconforme, una oposición dolida y una sutil y delicada situación interna, Danilo Medina inicia su gobierno caminando sobre arenas muy movedizas.
