Lamentación de la Iglesia Esposa

INTRODUCCIÓNEn la lírica hebrea, Antiguo Testamento, se registran principalmente tres libros, que son tres joyas de la literatura universal y que nunca pasan de moda: Los salmos, El Cantar de los Cantares y Las Lamentaciones…

INTRODUCCIÓN

En la lírica hebrea, Antiguo Testamento, se registran principalmente tres libros, que son tres joyas de la literatura universal y que nunca pasan de moda: Los salmos, El Cantar de los Cantares y Las Lamentaciones de Jeremías. También hay poemas hermosísimos y de gran inspiración poética en los profetas, principalmente en Isaías.

En mis trabajos literarios, desde hace muchos años, he tenido muy en cuenta los Salmos. Véase, al respecto, mi libro: ¿Quién liberará a este pueblo? Igualmente El Cantar de los Cantares, sobre todo en mi poemario: El Más Bello de los Poemas. En el presente trabajo pretendo seguir el género literario de Las Lamentaciones de Jeremías. El profeta en su libro trae cinco profundas lamentaciones. Si Dios me permite seguir trabajando este género, llamaría a esta, que ahora les entrego, Primera Lamentación.

I

Ustedes, los que saben de amores fieles miren, fíjense bien si hay dolor parecido a mi dolor, el dolor que me atormenta.

II

Me enamoré de él y lo llevé a mi huerto florido, el Seminario. Allí lo engalané con los vestidos de las mejores virtudes y valores, lo cuidé como una madre y vi crecer la hermosura de su alma y su amor hacia mí en los servicios que me prestaba.

Lo observaba cada día en un noviazgo que duró como diez años. Lo conocí y me conoció, lo instruí en todos los misterios de mi ser, sin ocultarle nada.

Cuando lo noté maduro, le ofrecí matrimonio perpetuo. Él aceptó con libertad y verdad. Hicimos compromiso formal, como hacen los novios, el día solemne de su ordenación diaconal, al afirmar delante de la gran asamblea: Sí quiero, observar durante toda la vida el celibato por la Iglesia y el Reino de los cielos, para amarla sólo a ella y servir a todos sin distinción alguna, con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de mí mismo, con entrega total y fiel, con ternura y cariño.

Yo creí sus palabras y me entregué a él también con un corazón virgen, puro y casto, e hice fiesta grande ese día.

III

Entusiasmados ambos, poco tiempo después, intercambiamos anillos de esposos en su ordenación de sacerdote. Tan solemne es esta celebración esponsal que siempre la preside un Obispo. Recuerdo, como si fuera ayer, que a todas las preguntas hechas sobre la responsabilidad que asumía de aceptarme como Cabeza, Pastor y Esposo mío, con expresiones claras, vigorosas, cargadas de inmensa libertad, que resonaban a lo largo y ancho del imponente silencio del templo: Sí quiero, si estoy dispuesto, si lo haré.

Era como si me dijera: Yo te recibo a tí Iglesia Santa, como esposa, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la enfermedad y así amarte y respetarte todos los días de mi vida; y yo le respondía con iguales palabras. Todo el pueblo aplaudió regocijado, cuando me cargó sobre sus hombros al ponerse la casulla.

IV

Enamorada como estaba, no dudé un instante en que este amor mutuo era una obra buena, que venía de Dios, bendecido por Él, convicción ésta que sentí reafirmada cuando el Obispo le dijo textualmente: Dios que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.

Pero ahora, como un burro salvaje e incontrolable, algo incomprensible, para mí se ha ido tras otras mujeres. Me siento como mujer abandonada, ultrajada, irrespetada. Lloro que lloro de noche, el llanto surca mis mejillas, no hay nadie que me consuele.

Como mujer casada que no quiere perder a su marido, lo he llamado al aposento santo del consejo espiritual y lo ha negado, como cualquier hombre. Estoy dispuesto a perdonarlo, porque lo amo y no quiero dejarlo.

Mujeres de amores fieles con maridos adúlteros, ustedes bien comprenden si hay dolor parecido a mi dolor, el dolor que me atormenta por mi sacerdote infiel.

V

Padre, así lo llaman con toda razón y verdad. Les entregué mis hijas, como a hijas suyas y lo eran, tentaba él o lo tentaban ellas y se iban débiles o alocados ambos. Era incesto, igual que, lo comete cualquier padre de carne y hueso con su propia hija.

Lo introduje en mi casa, que lleva mi nombre Iglesia, y le confié mis altares. Pero él los profanó con sus manos adúlteras, como un hombre casado profana el altar de su lecho matrimonial con sus adulterios.

Por eso estoy llorando. Mis ojos se van en agua y no hay quien seque mis lágrimas.

VI

Sí, tú eras libre, viniste a mí libremente, y podías volar detrás de cualquier otra paloma, cuando quisieras. Bastaba con que me lo dijeras, porque los lazos del amor no son cadenas esclavizantes. Andas con miedo, escondiéndote, pensando que nadie conoce tu doblez, engañándote a ti mismo, porque tú mismo has enseñado que no hay nada oculto que no llegue a saberse.

Si nunca me amaste, ¿qué te ata a mí? Dime tu verdad, alza el vuelo y cásate con otra mujer. Yo mismo asistiré a tus bodas y las bendeciré, porque las que hiciste conmigo no fueron legítimas ni verdaderas.

VII

Si me amaste, me amarás siempre, porque el amor es llamarada divina, fuerte como la muerte.

Gacela liviana, que te fuiste ligera corriendo detrás de él, si me amó enamorado, no te amará a ti, como me amó a mí. Podrá una mujer ser su amada madre, su amada hermana, su amada amiga, pero nunca la amada esposa del primer ardiente amor, si me amó.

VIII

Dime: ¿qué te he hecho? ¿En qué te he ofendido? Ibas bien, ¿qué ha pasado? Esposo mío, Cabeza mía, Padre y Pastor.

Lo sé, eres humano y débil. También yo soy humana y débil, comunidad divina y humana, santa y pecadora. Comprendo una debilidad. Duele. Pero el dolor inconsolable, incomprensible de la mujer casada es sentir abandonado su amor por otra mujer.

Ustedes casados miren si hay un dolor como mí dolor por que me abandonaron, abandonaron mi amor por otro amor.

IX

Yo te amo. Pero estoy triste y sin fuerzas, porque el desamor del amado da tristeza y desanima. ¿Quién me devolverá el ánimo?

Ya sé. Dejaré que resuene en mi alma las palabras de Nehemías: No estén tristes; la alegría de Dios es su fortaleza. Así que me pondré en pie, levantaré mis brazos en alto e invocaré al Dios de la alegría, que me hará de nuevo mujer fuerte. Entonces alzaré la voz y te diré cara a cara: Ya mis altares no serán el nido donde te cobijes. Vuela a los nidos que te has fabricado. Sé hombre, ante todo. Dale calor a la avecilla que has colocado en ellas y a los polluelos, si los tienes, dales tu apellido, cobíjalos con tu cariño, críalos hasta que los veas crecer sanos, sabios y vigorosos.

X

Si algún día deseas volver, porque fui tu amor primero, te estaré esperando. Recuerda que el amor, si lo hubo, es un fuego sobre el que pueden caer cenizas, pero nunca se apaga. Mi amor es fiel y el tuyo, infiel. Pero si amaste de veras siempre habrá brasas en ti, que un día pueden volver a ser fuego encendido.

Entonces, ven y te exigiré que hagas como el que se fue y volvió: primero, como ser humano responsable cuidó su familia, la levantó y educó, después, al regresar, pidió perdón públicamente, ejerció su ministerio de nuevo y murió sacerdote.

Yo te perdonaré, porque el amor todo lo perdona; y te pediré que me muestres tu amor pidiéndome perdón públicamente, porque el adulterio con el que me maltrataste era público y de todos conocido.

XI

Pon como tatuaje en tu piel, en tu corazón o en tu memoria, esta inscripción más duradera que el bronce: te amé, te consagré, cargaste conmigo cada vez que te colocabas la casulla para la misa.

Incluso al final de tus días, si vuelves y me confiesas tu amor de amado esposo, que nunca pereció, te perdonaré, te vestiré de nuevo tus galas sacerdotales, las mismas de tu ordenación y matrimonio conmigo y te enterraré, como sacerdote, esposo mío muy amado, a quien perdoné por amor, cuando por amor me pidió perdón.

XII

¡Ay! Mis lamentaciones de Iglesia Esposa son lamentaciones de cualquier mujer casada ante su esposo infiel.

Conclusión

CERTIFICO que Lamentación a la Iglesia Esposa ha sido escrita con tinta sangre de un corazón amante y adolorido.

Doy Fe, en Santiago de los Caballeros, a los catorce (14) días del mes de agosto del año del Señor dos mil catorce (2014). l

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