De las creencias de Balaguer

Algunos de los colaboradores  que ven el final de los hombres y mujeres de poder quedan convencidos  de que cuando se acerca el fin de la vida física, los protagonistas  moderan su comportamiento y expresan  conceptos que aprendieron en la vida.&#823

Algunos de los colaboradores  que ven el final de los hombres y mujeres de poder quedan convencidos  de que cuando se acerca el fin de la vida física, los protagonistas  moderan su comportamiento y expresan  conceptos que aprendieron en la vida. Uno, Joaquín Balaguer (1906-2002). Se autodefinió como profundamente religioso. “Creo en Dios, con la misma sencillez y con el mismo fervor  con que creyeron en Él mis padres. Estoy convencido de su existencia y lo palpo en todo lo que me rodea y en todo lo que siento. Lo contemplo sobre todo en mí mismo, en la profundidad de mis sentimientos…”.

Creía que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, pero confesó que nunca pudo sobreponerse a la duda de que el sepulcro es el término de todas las apetencias humanas. También dudaba que el hombre fuera hecho a imagen y semejanza de su creador. “Participo…del pensamiento de Goethe y de otros grandes agnósticos, para quienes la existencia de Dios no admitía duda, y para quienes Dios es una realidad patente…que no puede ser concebida por la mente humana”. Creía que es empequeñecer a Dios compararlo con cualquiera de sus criaturas, aún con la más perfecta de ellas, con la única, que sepamos, a quien le ha sido concedido el don del pensamiento.  Para apoyar su criterio citó a Chateaubriand, el autor de El Genio del Cristianismo: “No acontece en el orden de las cosas divinas lo que en el de las humanas, puesto que un hombre puede comprender el poder de un rey, sin ser rey, pero el que comprendiese a Dios, sería Dios”. En ese contexto Balaguer pregunta: Quién no recuerda con horror la frase estremecedora de Voltaire: “El hombre -dice el autor de las Cartas Filosóficas-, ha hecho a Dios a su imagen y semejanza”. En su libro “Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo”, refiere que la idea de la inmortalidad del alma la concibió siempre como “un fruto del orgullo humano,  de la necia vanidad del hombre de no perecer y aferrarse a la tierra, al través de una supuesta reencarnación en otros seres. Comprendo que hay infinidad de manifestaciones que nos permiten alimentar la creencia  de que la muerte no es en definitiva la reina y señora del mundo”.

¿Por qué aparece, por ejemplo, en el seno de una familia humilde, quizás de una familia de labradores, un genio que nos deja a todos atónitos, sea bajo la forma de un artista, de un músico como Mozart, de un hombre de ciencia como Newton?…”. Como el que advierte las ingratitudes de antiguos colaboradores y beneficiados de sus administraciones, Balaguer sacó tiempo para escribir algunas de sus creencias. Fue presidente de la República durante los períodos 1960-1962, 1966-1978 y 1986-1996.

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