Lecciones del caminante

He aprendido que debemos confiar en la gente, sin dejar de ser precavidos. Eso de andar por las calles sospechando de todo y de todos es un atentado mortal contra nuestra paz, que en esencia es nuestra riqueza. Prefiero que dos o tres me engañen…

He aprendido que debemos confiar en la gente, sin dejar de ser precavidos. Eso de andar por las calles sospechando de todo y de todos es un atentado mortal contra nuestra paz, que en esencia es nuestra riqueza. Prefiero que dos o tres me engañen a no abrirle mi corazón y ofrecerles mi mano solidaria a quienes lo solicitan. Si pierdo dos pesos o si me desilusionan por pensar y actuar así, lo asimilo como un razonable pago por la felicidad que siento al creer en el ser humano.

No olvidemos que existen individuos malos. Se notan desde lejos. Tienen miradas y gestos inconfundibles. Hasta huelen a desalmados, con un tufo cruel, infernal. Nuestro sexto sentido nos alerta cuando se acercan. Y queremos huir, espantados, como si le corriéramos a una fiera con dientes infectados.

He aprendido que marchamos entre luces y sombras, triunfos y tropiezos, alegrías y llantos. Somos la suma de emociones, un caldo de experiencias propias y ajenas, una elaboración única, con sazón original. El buen sabor de la sopa depende de nosotros, de los productos que usemos, y sobre todo del amor utilizado al colocarla en la mesa y servirla a los demás.

El poder, la gloria y la fama son efímeros. Los fracasos, la tristeza y los dolores también. Sólo el cumplimiento del deber perdura, que no es otra cosa que hacer lo correcto, desempeñar con dignidad nuestra misión en el mundo y que nuestra conducta sea de tal modo que pueda ser ejemplo de moral universal.

He aprendido que la ambición sana, esa que va unida a los nobles propósitos, nos motiva a avanzar, a vencer obstáculos y a apreciar lo que somos capaces de conquistar, donde nuestro norte siempre ha de ser dejar huellas positivas en nuestro caminar.

Nadie se eleva más allá de lo que aspira. Nuestro techo tiene la altura que le construyamos. Seamos optimistas, que ese sentimiento es mágico y transforma para bien todo lo que tocamos.

He aprendido que se debe valorar nuestro entorno, ocupándonos de los detalles que le agradan. Una mirada sincera, una palabra de agradecimiento o una sonrisa de niño alimentan y animan la existencia del receptor.

Me apenan aquellos que se mantienen ciegos con quienes los rodean, y prefieren entregarse más a los desconocidos sin necesidades que a los que conviven con ellos y tienen precariedades. Aquello que gastan miles de pesos en una cena con personas que ven una vez al año, pero son incapaces de comprarle un cuaderno al hijo de la doméstica que trabaja en sus hogares.
La vida es un aprendizaje dinámico, forzoso, gratuito y oneroso. Lo ideal es que luego de cada lección seamos un poco mejores.

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