La relación del gobierno con los medios de comunicación será siempre compleja, aunque realmente interesante. Extraña mancuerna que justifica el postulado de que uno no puede vivir sin el otro. El gobierno necesita divulgar lo que hace y lo que piensa hacer.
Los medios difunden, aprueban o desaprueban lo que el gobierno está haciendo y cómo hará lo que se propone hacer. Quienes detentan el poder aspiran a que lo publicado obedezca al objetivo fundamental de satisfacer las expectativas de los gobernados. La prensa libre es celosa guardiana del tratamiento de cada historia. El gobierno asume a toda costa el derecho de resguardar su imagen, máxime si entiende que está amenazada por informaciones desconectadas de sus designios esenciales.
Entonces, surgen las fricciones. Dos polos opuestos que confluyen en un punto obligado; ineludible. El gobierno conoce perfectamente sus linderos, y teme traspasarlos hasta adentrarse en el terreno minado de una prensa soberana y sin miedos, pero sin renunciar a la prerrogativa de defender y divulgar sus puntos de vistas, acciones y disposiciones.
La prensa hurga, prejuzga y desafía la actitud lógica del gobierno. Eterna discusión que ordena la necesidad de un equilibrio que el presidente Leonel Fernández supo manejar casi a la perfección. Sin conflictos irreconciliables. Con serenidad magistral.
Decir lo que el momento exige y callar lo que el sentido común impone, dejando poco espacio para las dudas e interpretaciones. Así transcurrieron dos administraciones seguidas. Y así dejará Leonel el poder, habiendo cumplido su función de presidente sin ignorar el derecho inalienable que tienen los pueblos a saber lo que su gobierno hace y lo que pretende hacer.
Tocará al nuevo presidente asumir una estrategia de comunicación que contribuya a mantener una buena imagen, más ahora que vienen tiempos difíciles.
