La lucha inevitable

Los problemas derivados de la insuficiencia de recursos para acometer las tareas del desarrollo y el crecimiento económico, fomentan un enorme escepticismo popular. Esa es una realidad común a todos los países latinoamericanos, y cerrar los ojos…

La lucha inevitable

La insuficiencia de recursos para acometer las tareas del desarrollo y el crecimiento económico, fomentan un enorme escepticismo popular. En la medida en que se acentúa la crisis económica y disminuyen las posibilidades de reducir el desequilibrio&#823

La lucha inevitable

La falta de voluntad para acometer las tareas del desarrollo fomenta enorme escepticismo popular. En la medida en que se acentúa la crisis económica y disminuyen las posibilidades de ensanchar el porvenir social y económico, decrecen la confianza&#8230

Los problemas derivados de la insuficiencia de recursos para acometer las tareas del desarrollo y el crecimiento económico, fomentan un enorme escepticismo popular. Esa es una realidad común a todos los países latinoamericanos, y cerrar los ojos ante ella es un grave y costoso error.

En la medida en que disminuyen las posibilidades de ensanchar el bienestar social de una gran mayoría indigente, decrecen en esos segmentos de población la confianza y el interés en la defensa de los valores fundamentales de nuestro sistema de vida político.

Libertad, democracia y desarrollo deben traducirse en realidades para esas grandes capas de población marginadas y sin esperanzas que habitan nuestras ciudades, aldeas y campos, si se quiere preservar el ideal de vida democrático que encierran esas palabras. He llamado a este reto la “lucha inevitable”.

El mapa de la pobreza, con su secuela de insalubridad, incomunicación, marginalidad, analfabetismo, hacinamiento y desesperanza, es demasiado extenso.

Es cierto que hemos avanzado, que nos situamos en posición de poder analizar los logros del presente con la situación del pasado ya lejano, sin temor a sonrojarnos de los resultados de esos esfuerzos.

Pero injusto sería aceptar que esos avances, por significativos que parezcan, sean suficientes para acallar los gritos de reformas y mejoras que brotan de las gargantas y estómagos de millones de personas, de todos los confines de Latinoamérica, desprovistos de los derechos elementales de alimento, vivienda, educación, transporte y trabajo.

Todo es cuestión de voluntad para tratar de hacer las cosas de mejor manera. La gran incógnita, sin embargo, es saber si esa voluntad en realidad existe en la clase política como en el sector privado. Lo peor es admitir que muchas veces en el pasado hemos perdido oportunidades por la simple razón de no haber dado un paso al frente. l

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La insuficiencia de recursos para acometer las tareas del desarrollo y el crecimiento económico, fomentan un enorme escepticismo popular. En la medida en que se acentúa la crisis económica y disminuyen las posibilidades de reducir el desequilibrio social y económico, decrecen la confianza y el interés de millones de seres humanos en la defensa de los valores básicos y fundamentales de nuestro sistema político.

Tenemos ante nosotros un enorme e inaplazable desafío de mejorar la calidad de vida de la gente. No es una tarea que corresponda sólo a los políticos. Libertad, democracia y desarrollo deben traducirse indefectiblemente en realidades para esas grandes capas de población marginadas y sin esperanzas que habitan nuestras ciudades, aldeas y campos, si se quiere preservar el ideal de vida democrático que encierran esas palabras. He llamado a este reto la lucha inevitable.

El mapa de la pobreza, con su secuela de insalubridad, incomunicación, marginalidad, analfabetismo, hacinamiento y desesperanza, es demasiado extenso. Es cierto que hemos avanzado, que nos situamos en posición de poder analizar los logros del presente con la situación del pasado ya lejano, sin temor a sonrojarnos de los resultados de esos esfuerzos. Pero injusto sería aceptar que esos avances, por significativos que parezcan, sean suficientes para acallar los gritos de reformas y mejoras que brotan de las gargantas y estómagos de millones de personas, de todos los confines de Latinoamérica, desprovistos de los derechos elementales de alimento, vivienda, educación, transporte y trabajo.

Todo es cuestión de voluntad para tratar de hacer las cosas de mejor manera. La gran incógnita, sin embargo, es saber si esa voluntad en realidad existe. Lo peor es admitir que muchas veces en el pasado hemos perdido oportunidades por la simple razón de no haber dado un paso al frente.

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La falta de voluntad para acometer las tareas del desarrollo fomenta enorme escepticismo popular. En la medida en que se acentúa la crisis económica y disminuyen las posibilidades de ensanchar el porvenir social y económico, decrecen la confianza y el interés de millones de seres humanos en la defensa de los valores básicos y fundamentales de nuestro sistema de vida político.

Libertad, democracia y desarrollo deben traducirse indefectiblemente en realidades para esas grandes capas de población marginadas y sin esperanzas que habitan nuestras ciudades, aldeas y campos, si se quiere preservar el ideal de vida democrático que encierran esas palabras. He llamado a este reto “la lucha inevitable”.

El mapa de la pobreza, con su secuela de insalubridad, incomunicación, marginalidad, analfabetismo, hacinamiento y desesperanza, es demasiado extenso. Es cierto que  se ha avanzado, que se está en posición de analizar  ventajosamente los logros del presente con la situación de un  pasado ya lejano. Pero esos avances, por significativos que parezcan,  no son del todo suficientes para acallar los gritos de reformas y mejoras que brotan de las gargantas y estómagos de millones de personas, de todos los confines de Latinoamérica, desprovistos de los derechos elementales de alimento, vivienda, educación, transporte y trabajo.

Con los años cuanto se ha logrado es la confirmación de la escasa utilidad de las iniciativas emprendidas. Por esa razón, el liderazgo político debe oponer resistencia a los atractivos de las ilusiones, así como a las negativas influencias del pesimismo a que tantas veces conduce nuestra percepción de las realidades nacionales, a fin de poder alcanzar algunas metas. Todo es cuestión de voluntad para hacer las cosas de la mejor manera.  Infinidad de veces se han perdido oportunidades por la simple razón de no haber dado un paso al frente.

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