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Ayer continuaban los disturbios en Caracas, en lo que ha sido una acción claramente política de la oposición frente al inocultable deterioro de la situación económica, expresada en la extendida escasez de productos esenciales, la inflación exagerada

Ayer continuaban los disturbios en Caracas, en lo que ha sido una acción claramente política de la oposición frente al inocultable deterioro de la situación económica, expresada en la extendida escasez de productos esenciales, la inflación exagerada, la falta de divisas para los sectores productivos y servicios y la inseguridad. No hay nada que agregar que no se sepa sobre las circunstancias que han dado lugar a estos hechos que alteran la paz.

Los grados de insatisfacción son razonables y el gobierno no ha parecido lo suficientemente asertivo para encarar a fondo las causas que han conducido a esta situación. La gestión de Nicolás Maduro pretendió responder con medidas efectistas y coyunturales a problemas que tenían raíces más profundas. Y una parte importante de la población ha respondido a los llamados a movilización. El gobierno sigue contando con un amplio apoyo y por igual ha dado respuestas políticas.

Un atisbo de diálogo se quebró cuando uno de los polos opositores, el liderado por Henrique Capriles, prefirió las calles a la iniciativa gubernamental. Busca reposicionarse frente a “las masas”, después que el líder de un pequeño grupo había emergido en medio del descontento.

La confrontación por la situación social evoluciona a una confrontación política. La pregunta obligada sobre el drama venezolano es la siguiente: ¿Obedecen las protestas a un plan para destronar a Maduro? La respuesta no puede ser cerrada, porque los deseos de que el chavismo termine son muy marcados en la oposición y podría verse tentada a correr sobre el lomo de las protestas.

Pero apostar a una salida al estilo de la Primavera Árabe con un gobierno elegido el año pasado, después de las angustias generadas por la muerte de Hugo Chávez, y ratificado con un posterior triunfo de sus parciales en las elecciones municipales en diciembre pasado, es una aventura.

Maduro es un presidente constitucional que puede cometer errores, pero representa la institucionalidad y como tal debe ser respetado. Lo otro podría conducir a Venezuela a un baño de sangre, a una guerra civil. Y nadie en el Continente desea una tragedia de esa magnitud. Insistimos en el diálogo.

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