Aunque parezca llover sobre mojado, la “civilización” de la campaña electoral es una necesidad nacional.El proceso electoral debe ser el escenario donde los partidos políticos participantes, a través de sus líderes y candidatos a posiciones electivas, promuevan sus ideas acerca de cómo manejar el Estado, presentando sus programas y propuestas.
Es el tiempo para mercadear, para vender ideas, proponiendo proyectos creíbles que puedan ser adquiridos por los electores, que son los consumidores finales de las ofertas electorales.
Las palabras deben ser la vía a través de la cual se transmitan los mensajes. Mientras más civilizadas y conciliadoras sean las expresiones, mayor es su efecto pacifista, y hasta de asimilación del mensaje.
Las elecciones no deben ser convertidas en una gallera, donde la cultura del canibalismo se impone, como declaró en forma de reproche el senador José Rafael Vargas, durante una entrevista en el Almuerzo Semanal de elCaribe el pasado martes.
Los dirigentes políticos tienen una gran cuota de responsabilidad en lograr una campaña electoral civilizada, donde las ideas se impongan a las bravuconadas que por lo general terminan siempre en enfrentamientos físicos, con su secuela de tragedias.
Si basaran sus discursos en los elementos positivos de sus propuestas, en lugar de zaherir sentimientos con palabras enardecidas, como si estuvieran arengando a sus tropas previo a una guerra, bien podrían contribuir a bajarle el tono a la campaña.
O es necesario que intervenga un árbitro. El propio senador Vargas planteó que la Junta Central Electoral (JCE) intervenga para evitar posibles choques entre militantes de los partidos políticos durante el proselitismo.
En fin, si las elecciones son la fiesta de la democracia, por qué no acudir a ellas con un traje, con una gala adecuada y con un lenguaje de amor y paz.
Y todo resultaría mejor para los participantes, y obviamente para el país.
