Memoria ardorosa del siglo XXI

El pasado es arduo y el futuro está hecho de sobresaltos. Los hechos ocurren como por obra y gracia de la providencia. El siglo XX comienza…

El pasado es arduo y el futuro está hecho de sobresaltos. Los hechos ocurren como por obra y gracia de la providencia. El siglo XX comienza con la “Belle Epoque” y la Primera Guerra Mundial, y termina con el derrumbe del muro de Berlín y la caída del “socialismo real”. Desde el siglo XIX hasta mediados del XX los futuristas imaginaron la luz eléctrica, pero no la guitarra eléctrica; soñaron las armas mortíferas, pero no la microcirugía con rayos laser ni los discos compactos; se imaginaron las grandes bases de datos y los gigantescos ordenadores, pero no las computadoras personales y los juegos de video; pudieron pensar en la energía atómica, mas no en la medicina nuclear.

Sucede, escuetamente, que la incertidumbre es un componente esencial del progreso. En su tercera ley, el futurólogo inglés Arthur Clarke dice: “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Ahora estamos en el nuevo siglo y la nostalgia por el tiempo pasado -por los años de la vida humilde y natural- constituye un delirio inflamado, un arrebato vehemente. Valdrá la pena, de esta suerte, hacer un poco de historia: morder las tristísimas memorias del pretérito.

Reconozcamos que la vida actual es excitante, aunque hostil e incoherente. Hace ya muchos años que surgieron los primeros “clones” de seres humanos. La selección genética ha puesto a disposición de las personas adineradas toda una gama de posibilidades. Las clases sociales se han consolidado: ya no tan sólo por las diferencias económicas, como por la calidad de la herencia. Una constante histórica ha sido que lo violentamente rechazado en una época se convierte en algo admirado en la siguiente. Los clones humanos son el principal ejemplo. Fueron abominados por el espíritu religioso y la moral del pasado siglo, y hoy constituye un signo de distinción social tener, por lo menos, dos o tres clones. Claro: el proceso es tan caro como poco eficaz, y el opulento adquiere varios ejemplares hasta lograr el que más se le parezca.

En nuestros días, cuando la conquista espacial es fundamentalmente económica, en busca de nuevas materias primas y en pos del desarrollo de nuevas tecnologías, los sectores desplazados de la sociedad terráquea -los pobres y los ignorantes- son utilizados en la colonización de planetas cercanos. Marte, por ejemplo, se pobló con “sudacas”, ecuatorianos y bolivianos. A Neptuno se enviaron marroquíes y ugandeses. Las puertas aún están abiertas, con todos sus peligros, a los que desean buscar un mejor nivel de existencia. Ya desapareció el papel para imprimir libros, como pronosticó Bill Gates en las postrimerías del siglo XX. En este instante la memoria colectiva transita por las computadoras y a través de la Internet. Ya los infantes no utilizan el viejo papiro de los egipcios. Tan sólo en los museos aparecen las colecciones de enciclopedias del siglo XX. Pero los niños de hoy son mucho más inteligentes que los del pasado. El aprendizaje se inicia ahora en el embarazo. Las madres asisten a clases especiales para facilitar la gestación de bebés superdotados. Es obvio: las que no puedan seguir ese ritmo darán a luz niños de segunda clase, que irán a parvularios de segunda clase y que terminarán en escuelas de tercera clase. A los cinco años de existencia ya está determinada, en las capacidades básicas, la historia del individuo. En nuestro mundo existen actualmente dos grupos claramente definidos: los que han tenido acceso a estos beneficios desde la edad fetal, y los que pudieron hacerlo en edades tardías.

Vivimos en un mundo virtual. La expansión de “redes” de todas clases ha creado sociedades virtuales, es decir, no ligadas a una zona geográfica concreta. La geografía real de este siglo XXI es ya muy diferente a la geografía física. El plano de las interacciones reales, su frecuencia e intensidad, rige la vida en el planeta. Buenos Aires está más cerca de New York que Los Angeles. Santo Domingo y Sevilla quedan tan vecinos como Madrid y Barcelona. La noción de “proximidad” ha cambiado radicalmente con los enlaces expresos.

En este momento el mundo civilizado habla predominantemente un idioma internacional común: el “english-net”. El trabajo colectivo de gente en cualquier parte del planeta, tanto como la expansión de la investigación, del comercio y de los servicios, así lo han impuesto. Pero el inglés es sólo una base: una lengua hablada por varios miles de millones de personas ofrece cambios tales que resulta prácticamente imposible mantener una identidad histórica. El “english-net” es una nueva lengua diseñada sobre la estructura del inglés. Pero el surgimiento de este nuevo idioma genera una paradoja: existe una importante cantidad de gente que no lo conoce. La ignorancia del nuevo idioma es un inédito factor de pobreza, tal y como lo fue el analfabetismo en el siglo pasado. Por ésta, entre otras razones, la división entre zonas ricas y pobres se ha agudizado. Junto a sociedades claramente futuristas -proyectadas al siglo XXII- existen otras mucho más retrasadas que las más calamitosas del siglo XX. La miseria de África, por ejemplo, constituye un escarnio para la existencia humana durante nuestros días.

El mundo de hoy está constituido por imperios, por grandes confederaciones. América es el principal, con el centro en los Estados Unidos. y sus límites que llevan de Alaska a Tierra del Fuego. Dos lenguas se hablan indistintamente aquí: inglés y español. Europa es la segunda agrupación. Alemania es su centro.

Se hablan en ella dos idiomas claves: inglés y alemán. El tercer imperio lo constituye la antigua URSS, con foco nuevamente en Rusia y fronteras que se extienden a todo el centro de Asia. Su lengua básica es el ruso. El cuarto dominio lo forman el Japón, la China, la India y Corea. El lenguaje principal es el japonés, aunque se emplea el inglés para facilitar los intercambios de todo tipo. Las demás zonas son intersticiales: lugares de fricción y choque de intereses entre los grandes colosos.

El mundo de nuestro tiempo, como se ve, es áspero, turbador y complicado. Hace ya veinte años, no tanto por la presión internacional como por una licuefacción del temple nacionalista, se formó la Confederación Hispaniola, constituida por la República Dominicana y Haití. Ya en aquella época la isla se aproximaba a los 40 millones de habitantes. Cuatro grandes ciudades concentraban la mitad de la población isleña: Santo Domingo-San Cristóbal (8 millones), Santiago-Moca-La Vega (3 millones), La Romana-Higüey (3 millones) y Puerto Príncipe (6 millones). Catorce años atrás, la Confederación eligió el primer Presidente de raíz netamente haitiana: Jean-Jacques Pié, un economista de 34 años, hijo de emigrantes haitianos a New York, doctorado con honores en la Universidad de Columbia.

Como ocurría a finales del pasado siglo, la Confederación vive hoy día del turismo, de la manufactura de alta tecnología, de la agricultura tropical, de las remesas de los cinco o seis millones de ausentes y de los subsidios extranjeros para combatir el narcotráfico, el crimen organizado y el terrorismo. El gran centro imperial se ha obstinado en que contribuyamos eficazmente, en que participemos en la lucha y en que no derivemos hacia un “Estado mafioso”, para cuyos fines nos obsequia alrededor de la quinta parte del presupuesto nacional. Vivimos, como se ve, en un mundo a media distancia entre el pasado y el futuro, a mitad de camino entre la realidad y el embrujo.

Con apoyo internacional, la isla ha intentado resolver algunos de sus más serios problemas. Y, en gran medida, lo ha logrado. Por ejemplo, los bosques fueron repoblados casi en su totalidad, en un programa desarrollado durante los primeros cuarenta años de este siglo. Así, los ríos recobraron sus caudales y la vida silvestre se restableció casi milagrosamente. El gobierno construyó grandes plantas para procesar y purificar los desechos de los grandes núcleos urbanos y de los centros turísticos. Ágiles sistemas de transporte subterráneo movilizan diariamente millones de pasajeros en los principales núcleos urbanos de la Confederación Hispaniola. Se construyeron, igualmente, obras para proteger el equilibrio de las playas y las costas. En síntesis, la isla recuperó su lozanía ambiental, y fue declarada por la ONU como un modelo a seguir en otras regiones aún devastadas.

Hay parques industriales en todo lo largo y ancho de nuestra ínsula. Después del descubrimiento, hace algunos decenios, de un combustible limpio y seguro y barato, producido por la fisión nuclear a baja temperatura, finalizó la era de los combustibles fósiles, y el país dejó de depender de las gravosas importaciones de petróleo. Así, el problema de la energía eléctrica es hoy día tan sólo una afligida reminiscencia.

Ahora aquí se diseñan y ensamblan chips de computadoras, piezas de transbordadores espaciales, componentes para reactores nucleares y puros de tabaco. Hace  poco menos de cuarenta años que nuestras zonas industriales dejaron de ensamblar ropa. Prácticamente todas las confecciones textiles que consume el planeta se realizan actualmente en Vietnam, Malasia, Pakistán y Corea del Norte.

Sin duda que hemos progresado. Cuatro quintas partes de la población confederada habla hoy día tres idiomas: inglés, español y francés. Muchos se expresan, además, en alemán e italiano. Recibimos anualmente unos 50 millones de turistas. Hace ya tres décadas del florecimiento de una agricultura hidropónica, dedicada al cultivo de legumbres y variedades de frutos tropicales, que genera importantes beneficios a los agroproductores. Ahora somos económicamente prósperos, nivelados étnicamente y sin amagos de discriminación racial.

Pero aquí, en esta isla de úteros humildes y de discursos rasos y mal constituidos, muy pocos disponemos de clones que reivindiquen la inmortalidad y el triunfo. Aun así, en este minúsculo universo, que encarna tal vez una fervorosa evocación del pasado, es nuestra la posibilidad de ser felices y dignos a la manera de otros tiempos. Quizá necesitemos, tan sólo, el apremiar una esencia de íntegra generosidad; y, acaso, el recuperar aquella arrinconada condición humana que nunca fue otra y que nunca habrá de cambiar.

Así deseo pensarlo, así deseo creerlo frente a todos ustedes, mis distinguidos leedores, en este 3 de enero del Año de Gracia de 2063.

Futuro
En nuestros días, los sectores desplazados de la sociedad terráquea son utilizados en la colonización de planetas cercanos”.

En 50 años
Así deseo pensarlo, así deseo creerlo frente a todos ustedes, mis distinguidos leedores en este 3 de enero del Año de Gracia de 2063”.

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