El mundo de Charlie Brown (1)

Charles M. Schulz es el celebrado autor de la no menos célebre historieta conocida como Peanuts, Snoopy, Rabanitos, Charlie Brown o Carlitos. Es la misma que alguna vez leíamos con ojos tan inocentes, con un candor tan infantil que nos impedía captar&#

Charles M. Schulz es el celebrado autor de la no menos célebre historieta conocida como Peanuts, Snoopy, Rabanitos, Charlie Brown o Carlitos. Es la misma que alguna vez leíamos con ojos tan inocentes, con un candor tan infantil que nos impedía captar la naturaleza de sus personajes, la retorcida densidad del drama que representan.Peanuts, es decir cacahuetes o maníes (un nombre que al parecer impusieron los editores y disgustaba a Schulz), llegó a ser “la tira cómica más importante e influyente del siglo XX en Estados Unidos y, a pesar de su carácter lírico e intelectual, también una de las más populares a nivel global”. En su mejor momento se vendía en setenta y cinco países, se publicaba en dos mil seiscientos periódicos, tenía trescientos cincuenta y cinco millones de lectores y se tradujo a cuarenta idiomas.

Aunque los personajes son niños y niñas y un perro que se cree niño, hay poco de infantil en la trama, la trama circular que se repite incesantemente con incesantes variaciones y cautiva a la audiencia.

Muchos consideran que son simples inadaptados, neuróticos, casos siquiátricos sin duda. Charlie Brown es un fracasado y acomplejado, Lucy es por lo menos sádica, Snoopy reniega de su condición perruna.

Umberto Eco, en un capítulo de “Apocalípticos e integrados”, los define apocalípticamente como “monstruos”. Monstruos de un tipo muy particular:

“Estos niños nos tocan de cerca porque en cierto sentido son monstruos: son las monstruosas reducciones infantiles de todas las neurosis de un ciudadano moderno de la civilización industrial. Nos tocan de cerca porque nos apercibimos de que si son monstruos es porque nosotros, los adultos, los hemos convertido en tales. En ellos lo hallamos todo, Freud, la masificación, la cultura absorbida a través de las varias ‘Selecciones’, la lucha frustrada por el éxito, la búsqueda de simpatías, la soledad, la reacción malvada, la aquiescencia pasiva y la protesta neurótica. Y todos estos elementos no florecen, tal y como nosotros los conocemos, en boca de un grupo de inocentes: son pensados y repetidos después de haber pasado por el filtro de la inocencia.

“Los niños de Schulz no son un instrumento malicioso para pasar de contrabando problemas de los adultos; estos problemas son vividos en ellos según modos de una psicología infantil, y precisamente por ello nos parecen conmovedores y sin esperanza, como si reconociésemos de improviso que nuestros males lo han cambiado todo, hasta la raíz.

“Y aún hay más: la reducción de los mitos adultos a mitos de la infancia (de una infancia que no se sitúa ya antes de nuestra madurez, sino luego, y que nos muestra sus resquebrajaduras) permite a Schulz una recuperación: y estos niños-monstruos son capaces de pronto de candores y de ingenuidades que lo plantean todo de nuevo, filtran todos los detritus y nos restituyen un mundo amable y suave, que sabe a leche y a limpieza. De tal forma que, en una oscilación continua de reacciones, dentro de una misma historia, o entre historia e historia, no sabemos si sentirnos desesperados o concedernos un respiro de optimismo. Nos damos cuenta de que en todo caso hemos salido del círculo banal del consumo y de la evasión, y hemos alcanzado casi el umbral de una meditación.

“La prueba más sorprendente de estas y otras cosas es que, mientras historietas decididamente (…) agradan sólo a los intelectuales (y son consumidas por la masa únicamente por distracción), los Peanuts fascinan con igual intensidad a los mayores más sofisticados y a los niños, como si cada uno hallase en ellos algo para sí, y es siempre la misma cosa, gozable en dos claves distintas”.

En opinión de Umberto Eco los personajes de Peanuts o Charlie Brown componen todo un muestrario de humanidad, un “microcosmo”, una antología de fobias y complejos, una especie de comedia donde está representado el gran drama de la existencia: las nobles y bajas pasiones, el idealismo y la hipocresía, la lucha por la vida y la simulación en la lucha por la vida, el más ferviente deseo de aceptación social y el rechazo social, la fracasada busca de la “ternura y afirmación”, el amor y la felicidad, la soledad como premisa indisociable de la condición humana, el afán de dominio y predominio, los apocalípticos y los integrados.

“El mundo de los Peanuts es un microcosmos, una pequeña comedia humana para todos los bolsillos. En el centro está Charlie Brown, ingenuo, terco, siempre torpe y destinado al fracaso. Necesitado hasta un punto neurótico de comunicación y de ‘popularidad’, encuentra sólo el desprecio de las niñas matriarcales y sabiondas que le rodean, alusiones a su cabeza redonda, acusaciones de estupidez, pequeñas maldades que hieren a fondo. Charlie Brown impávido busca ternura y afirmación por todas partes: en el baseball, en la construcción de cometas, en las relaciones con su perro Snoopy, en los contactos y juegos con las muchachas. Fracasa siempre. Su soledad se hace abismal, su complejo de inferioridad arrollador (teñido de continuo por la sospecha, que asalta también al lector, de que Charlie Brown no tiene ningún complejo de inferioridad, sino que es verdaderamente inferior). La tragedia está en que Charlie Brown no es inferior. Peor aún: es absolutamente normal. Es como todos. Y por ello marcha siempre al borde del suicidio o por lo menos del colapso: porque busca la salvación según las fórmulas de acomodo propuestas por la sociedad en que vive (el arte de ganar amigos, cómo forjarse una cultura en cuatro lecciones, la búsqueda de la felicidad, cómo agradar a las muchachas… lo han estropeado, obviamente, el doctor Kinsey, Dale Carnegie y Lyn Yutang). Pero dado que lo hace con absoluta pureza de corazón y sin malicia alguna, la sociedad se muestra pronta a rechazarlo en la persona de Lucy, matriarcal, pérfida, segura de sí, buscadora del beneficio seguro, dispuesta a desplegar una pompa falsa de efecto indudable (sus lecciones de ciencias naturales al hermanito Linus son un amasijo que a Charlie Brown le produce náuseas, ‘I can’t stand it’, no puedo soportarlo, gime el desgraciado, ¿pero con qué armas puede uno enfrentarse a la mala fe cuando tiene la desgracia de ser puro de corazón?)”. 

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